Canijo
El mundo ya no es un pañuelo, sino una minúscula lenteja. Las comunicaciones instantáneas han encogido de tal modo la Tierra que la han convertido en una mera pelotilla, en un moco cósmico en el que todo parece estar relacionado. Por ejemplo, el Banco de Nigeria acaba de poner anuncios por todo el orbe avisando que andan por ahí unos estafadores que usan el nombre de la entidad en vano: y es que los mafiosos han adquirido nivel planetario. Como lo del asesinato del ex primer ministro sueco Olof Palme, que ahora parece que pudo ser ordenado por el antiguo régimen racista de Suráfrica. Y todo porque Palme se oponía a la infamia del apartheid. Impresiona que la opinión de un señor en las antípodas afectara tanto a esos canallas como para querer matarlo.Y si la criminalidad es global, ¿por qué no va a serlo también la responsabilidad social? Reebok acaba de proponerle a Nike una alianza para desterrar el trabajo infantil: las dos firmas han sido acusadas de contratar a niños en los países pobres. Hoy me he anudado mis zapatillas deportivas con desasosiego: tal vez estas botas hayan sido confeccionadas en Pakistán por deditos morenos, flacos y mugrientos, que luego recibirán un sueldo de miseria; y aún es peor si no lo reciben, porque se mueren de hambre. Ya sé que lo elegante y lo moderno es rechazar nuestra corresponsabilidad con los desesperados. Que hay que proclamar, para pasar por listo, que los pobres son pobres porque sí, por las inescrutables leyes del mercado, las cuales han venido a sustituir, igual de inamovibles y absolutas, a las leyes divinas. Pero yo sigo creyendo que en la vida todo es mutable y mejorable. Y que este mundo repentinamente tan canijo nos demuestra cada día la interrelación de nuestros actos. Cómo desentenderse de ese dolor lejano si lo llevo pegado al cordón de mis botas.
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