El agujero de ozono
El día mundial para la protección de la capa de ozono, auspiciado por la ONU, nos recuerda cada año la frágil situación de esa capa de gas que protege la vida del planeta. Este año el agujero sobre la Antártida ha aparecido con mayor rapidez e intensidad que nunca. Sin embargo, mucho menos se habla de cómo los seres humanos seguimos lanzando a la atmósfera diariamente millones de toneladas de compuestos químicos, que son los responsables de la destrucción de a capa de ozono.La capa de ozono es de hecho el único escudo protector que tiene nuestro planeta frente a la dañina radiación ultravioleta (UVB) del sol. Los científicos predicen que la destrucción global del ozono y los correspondientes aumentos en la radiación UV-B que alcanza la Tierra continua
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rán creciendo por lo menos hasta los años 1998-2000. Predicen que la capa de ozono tardará al menos de 50 a 100 años en recuperarse. Pero esa eventual recuperación depende de que se eliminen a tiempo las emisiones de todos los gases destructores del ozono, un objetivo que aún está por conseguir.
No nos debería tranquilizar gran cosa el hecho de que cada año han resultado erróneas las predicciones científicas respecto a los niveles esperados de destrucción de ozono, ya que la realidad ha resultado ser siempre peor de lo previsto. Dicho de otra forma, no sólo los augurios científicos para el futuro del ozono son negativos, sino que podemos esperar más sorpresas desagradables.
¿Deberíamos alarmarnos por ello? Evidentemente, sí. El aumento de la radiación UV-B pone en peligro no sólo la salud humana, sino a toda la biosfera. En Australia y Nueva Zelanda, donde la destrucción del ozono ha sido la más severa durante la pasada década, dos de cada tres personas se espera que desarrollen algún tipo de cáncer de piel a lo largo de su vida. Con la radiación UV-B en aumento, las actuales generaciones de niños son las que están en máximo riesgo. Se estima que una destrucción del 16% de ozono podría suponer un 5% de pérdidas de fitoplancton (la base de toda la cadena alimenticia de los océanos), lo que conduciría a una pérdida de unos siete millones de toneladas de pescado al año, alrededor del 7% de la producción pesquera mundial, algo que dejaría en un juego de niños las cuotas por las que se han producido las recientes guerras del fletán y el resto de conflictos pesqueros. Y no se trata de estimaciones de cienciaficción. ¿Qué más tenemos que esperar para que se prohíban definitivamente todas y cada una de las sustancias destructoras del ozono?-
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