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"A los pobres no les tiran"

La ofensiva guerrillera en Colombia causa daños millonarios y paraliza el transporte en el sur del país

Juan Jesús Aznárez

Se corrió la voz de que había cundido el pánico en Pacho y sus habitantes acaparaban alimentos ante la inminencia de un ataque guerrillero y prolongados combates. "Aquí no entra ni Dios. Hay mucho pájaro suelto", dice un jornalero, ocioso en las puertas del cementerio de este pueblo colombiano situado a dos horas de carretera de Bogotá. Los pájaros eran bandas de sicarios a las órdenes de hacendados y caciques conservadores cuyas tropelías cobraron notoriedad en los brutales choques regionales del siglo XIX. Décadas después, estas aves enseñan los espolones por los potreros y valles de montaña de la zona. En Zipaquirá, Nemocón, y poblaciones de la ruta hacia Pacho la guerrilla y el despliegue militar, y las emboscadas son motivo de comentario. "A los pobres no les tiran", dice el servidor de un asado de novillo. "Que queda pues, sino esperar el golpe".La iglesia de Pacho aún comparte tabique con la taberna La Chihuahua, mandada construir tiempos atrás por el difunto José Gonzalo Rodríguez Gacha, El Mexicano, para tocarle las criadillas al párroco que en su día se atrevió a rechazar los dineros sucios ofrecidos por el narcotraficante para construir una catedral en la plaza principal de esta pequeña población. Durante las misas, y con más saña en la homilía, la gente de Rodríguez Gacha subía a tope el volumen de los altavoces exteriores, y las rancheras de La Chihuahua turbaban el recogimiento e impedían los mensajes evangélicos con letrillas de amores y aguardiente. El siguiente párroco decidió aceptar la oferta del capo, pero una vez cobrado el presupuesto marcado huyó. La música de la taberna continúa alta, irreverente y se escucha desde el atrio: "Pero hay que buena está esta jeba, y cómo se menea,. y cómo se menea...". No se observa meneo entre la parroquia, ni temor a la guerrilla. "Todo está tranquilo", dice una camarera.

Don Antonio, por nombrar de alguna manera al hombre con apariencia de ganadero que sube a un todoterreno aparcado en la calle del Silencio, se ríe como perdonando la vida cuando es preguntado al pie del estribo sobre las noticias que hablan de una alarmante cercanía de partidas guerrilleras. "Sí, sí, que vengan, aquí todo el mundo está listo. Tendrán que ser más de cincuenta". Don Antonio lleva un varita con cinta larga de cuero, adecuada para arrear ganado a caballo. "Que vengan, que vengan". La dueña de Almacenes Real, Víveres, Rancho, Licores, tampoco registra anormalidades en el suministro, ni más ventas. "Todo está como siempre". La guerrilla no atacó de momento a esta pequeña localidad, disciplinada, limpia, y de domingo. "Aquí no hay delincuencia. A los que pillan, se los llevan al páramo y los fusilan", asegura el jornalero del cementerio, dos de cuyas tumbas alojan a Rodríguez Gacha, 47 años, y a su hijo Fredy, 17, caídos en 1989 en un enfrentamiento con la policía. "Santa María me acojo desde hoy para siempre en el seno de tu misericordia", reza la lápida de mármol blanco del jefe narcotraficante que en vida pocas veces demostró clemencia. Mató a un vecino reacio a venderle un coche de colección.

La cosa va en serio. Desde agosto, la guerrilla colombiana apretó el cerco sobre comisarías, convoyes y objetivos militares y civiles con golpes de gran espectacularidad, que el Gobierno de Ernesto Samper considera más propagandísticos que determinantes territorialmente. Ahora se amenaza con marchar sobre la capital. "Bogotá sitiada", asustó la revista Semana en su penúltimo número, dando la sensación de que la caída de la ciudad y del Estado de derecho era cuestión de días, y que sólo dependían de la orden de un jefe de cuadrilla, según la protesta del Ministerio de Defensa. La relación de víctimas, mientras tanto, aumenta en ambos bandos, el transporte acusa ruina en el sur del país, con un descenso del 50% en las operaciones, y en la costa atlántica la destrucción de vehículos pesados y autobuses causa daños millonarios, y anima la actuación de los grupos paramilitares.

Los mapas mostrados en su despacho del Instituto de Investigación Amazónica por Darío Fajardo demuestran el crecimiento de las trincheras de una guerrilla que alterna el saqueo, los secuestros, las ejecuciones sumarias y la asociación con el narcotráfico con las convocatorias al alzamiento por la reforma agraria y una sociedad más justa.

Precisamente, la no ejecución de una adecuada distribución de las tierras fue causa de muchos de los actuales problemas.

Hay guerra para rato. Las condiciones geográficas de Colombia, sus intrincadas selvas y el peligro de navegación sin escolta en ríos como mares, favorece a milicias acostumbradas al terreno desde hace cuatro décadas. Es el caso de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) al mando de Manuel Marulanda, Tirofijo, desde hace 36 años. Luego se sumaron a la insurgencia el Ejército de Liberación Nacional (ELN), el M-19, reconvertido en movimiento político, y el Ejército Popular de Liberación (EPL). Unos 14.000 hombres en armas.

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"El panorama es muy preocuante", piensa Fajardo, "hay varios escenarios y algunos catas trofistas, pero yo personalmente veo una profundización de * la guerra interna, y un desgaste te rrible que puede llevar a una si tuación como en El Salvador. Tampoco descarto una profundización de la guerrilla urbana y una represión feroz". Según da tos de la Comisión de Reconciliación, las guerrillas. aumenta ron su presencia, directa o indirectamente, de 173 municipios durante el Gobierno de César Gaviria, cuya política de fuerza fracasó, a 569 en la actualidad de los 1.054 con que cuenta el país. Un general aludía al estrecho margen de maniobra del Ejército frente a formaciones irregulares con moderno armamento y es trechamente asociados con los campesinos: "Son socios de los guerrilleros en el negocio del nar cotráfico, no por planteamientos ideológicos, sino por la plata".

La peor guerra del mundo

El general Harold Bedoya, comandante del Ejército, aseguró en una, reciente entrevista que "ningún país del mundo resiste una guerra como la que estamos librando los colombianos, sin, leyes ni normas". Los militares reclaman más recursos, más autonomía, y un mayor margen jurídico para perseguir, detener e interrogar a los guerrilleros. "Ningún ejército del mundo ha tenido tantos combates en tan corto tiempo", subrayó, "ni siquiera en las guerras de independencia".La sangría de las arcas públicas es mucha: entre 1990 y 1994, según datos del Departamento Nacional de Planeación, el coste del conflicto bélico equivale al 4% del producto interior bruto (PIB). Sólo en los ocho primeros meses de este año, las Fuerzas Armadas de Colombia sostuvieron 431 combates con la guerrilla, a razón de casi dos diarios. Se habla ahora de cobrar unos "bonos de guerra" para financiar los gastos militares, iniciativa rechazada por Gabriel Rosas, director de Misión de Gasto Público, orgartismo que efectúa un estudio sobre la situación de las arcas públicas. "El país no puede seguir como la carrera del galgo y la liebre, que se cansa sin poder alcanzarla. La guerrilla tiene fuentes de financiación muy grandes y las Fuerzas Armadas sólo tienen la del presupuesto nacional".

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