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Aznar gobierna

Antonio Elorza

Una de la frases más repetidas por Felipe González después de las elecciones fue: "Gobierne, señor Aznar, gobierne". Con ella, pretendía destacar que su forma de oposición al Gobierno conservador sería sustancialmente distinta de la que él había sufrido y que a su juicio tuvo por norte: impedirle gobernar. Pues bien, transcurridos cuatro meses desde el relevo, puede decirse que José María Aznar gobierna, y lo hace trazando unas líneas de actuación toscas, pero bien definidas. De momento, mucho más definidas que la oposición que corresponde ejercer a González.Para empezar, ha consolidado y hecho más transparente el régimen de coalición imperfecta con Convergéncia i Unió que ya esbozara el PSOE en la anterior legislatura. Queda claro que el Partido Popular hará cuanto esté en su mano para satisfacer las demandas de su interlocutor, incluso en el plano simbólico, con tal de mantener su apoyo parlamentario. Se define así una trayectoria positiva para el entendimiento político de las burguesías conservadoras y, lógicamente también, para la consolidación del Estado plurinacional. El diálogo y la conjugación de esfuerzos con el PNV para la pacificación de Euskadi, protagonizados por Mayor Oreja, responden a ese mismo impulso y operan en la misma dirección. Claro que la transparencia resalta aún más el coste de esa asociación donde el socio menor ejerce poder sin asumir responsabilidades.

Es un precio a pagar inevitable, dada la relación bilateral preferente que se- ha dibujado entre Pujol y el Gobierno "popular". Sin perspectiva por ahora de superación, tanto por la preferencia de CiU por su condición de tutor como a la vista de la. forma de ejercicio autoritario del poder que apunta Aznar, la cual requiere apoyarse en -un Gobierno monocolor y en un partido fuertemente disciplinado. Dada su limitada capacidad de expresión, José María Aznar carecía de las condiciones de comunicador en que Felipe González apoyó su liderazgo carismático. Pero ello le ha servido, paradójicamente, para encubrir hasta su llegada a la presidencia una concepción sumamente rígida y personalizada de su propio poder. Independientemente de cuales puedan ser los resultados de su "democratización" a lo largo del procedimiento legislativo, el anteproyecto sobre los secretos oficiales nos presenta la preferencia inequívoca por un poder público encastillado, que limita de forma arbitraria los derechos de los ciudadanos, y que incluso asume una dimensión intimidatoria y próxima a la censura previa en el campo de la libertad de expresión. Con el agravante de que detrás de esta actuación, como de otras, vía ministro Serra, se dibuja un preocupante retorno del Ejército al mecanismo de adopción de decisiones políticas. El rechazo despreciativo expresado por el presidente hacia el coro unánime de críticos no mejora las cosas. Y cierra el círculo la forma en que ha abordado la crisis del PP catalán tras las manifestaciones de Vidal Quadras: el ejercicio de prepotencia y nuevamente desprecio por parte de Aznar hacia Vidal-Quadras y hacia el propio Congreso regional, convertido en cámara de registro de sus decisiones, nos devuelve a un terreno peligroso de liderazgo personal que rechaza cualquier limitación. Con estos antecedentes en la mano, nada tiene de particular que Aznar se salte a la torera las condiciones del referéndum de 1986 y que, sin consultar con nadie, integre a España en la estructura militar de la OTAN. El tema en estos momentos no es fundamental, pero el procedimiento constituye un signo claro de esa voluntad de prescindir de los condicionamientos democráticos.

Otra manifestación relevante de esa mezcla de autoritarismo y sentido tradicional del poder ha sido la práctica del spoyls system aplicado a cargos no políticos, como si el ejercicio de una representación cultural o de una embajada no requiriera sólo capacidad profesional (ejemplo, el relevo en La Habana), sino una fidelidad personal a la política del actual presidente. La curiosa excepción de Raúl Morodo, salvado verosímilmente por su buena vecindad con Adolfo Suárez, según las informaciones de prensa, sería al tiempo la excepción que confirma la regla y la prueba de cómo sobrevive con Aznar la añeja práctica de Ias influencias". Lógicamente, desde esa perspectiva resultaba inevitable la promoción espectacular y al margen de todo criterio profesional de alguna que otra planta trepadora curtida en el transformismo. Después de la experiencia socialista, el PP tuvo una ocasión de oro para mostrar que era posible gobernar y hacer nombramientos con. un criterio de racionalidad, manteniendo la política dentro de sus límites. No ha sido así, de TVE a Asuntos Exteriores, con lo que a la voluntad de manipulación del PSOE parece haber sucedido la tradicional propensión al control y a la exclusión del otro que ha caracterizado históricamente a la derecha española.

Desde estos supuestos cabe entender el adanismo que nuestro Gobierno exhibe un día tras otro como seña de identidad. Adanismo, condición del que rechaza todo vínculo con su historia, es término acuñado por el filósofo Paulino Garagorri, y cuadra a la perfección a los gobernantes "populares". De creerles, no han nacido ayer, sino hoy. Pensemos, :nos dicen, únicamente en un futuro venturoso. Al margen de que el futurismo tiene poco que ver con una visión progresista -desde Marinetti al "futuro es nuestro" que proclan-laba el nazi adolescente en Cabaret y El Siglo Futuro, título del periódico integrista anterior al 36-, la insistencia en el olvido del pasado por parte de Aznar y los suyos tiene bien poco de innovador. Hoy por hoy suena ante todo a disco rayado, pero también a impunidad otorgada hacia el pasado y a recurso ideológico ofrecido de cara al porvenir a los poderes constituidos -institucionales y económicos- para presentar positivamente- su hegemonía. Con la coartada de mirar siempre hacia adelante, su Gobierno les asegura la prioridad del orden sobre la justicia y evita analizar todo problema grave con el que tropieza (caso de Maastricht). En campos muy dispares, responde a esta lógica la acción del Gabinete de Aznar en tres de los principales problemas que ha tenido que afrontar: el caso GAL, la repatriación de inmigrantes ilegales y la catástrofe de Biescas. En cuanto a lo primero, en vez de ajustarse a sus propias declaraciones preelectorales en favor de la restauración del Estado de derecho, los poderes fácticos reciben, con la mediación de Sería, no sólo garantía de impunidad, sino confirmación de su hegemonía en la forma tradicional de protagonismo militar en la resolución de las cuestiones de orden. La negativa a buscar responsabilidades es también el denominador común de los otros dos casos citados. Los inmigrantes ilegales sobran: cualquier medio ha sido bueno para eliminarlos. Y en cuanto a Biescas, no vayamos a poner en peligro una floreciente industria turística con una investigación que tal vez revele otros emplazamientos de alto riesgo por la irracionalidad del arrasado. Alvarez Cascos sentenció en su primera visita: la fuerza de la naturaleza superaba cualquier previsión. Una buena política gestual y todo se acaba con un reforzamiento de imagen para un Gobierno que "se desvivió" por las víctimas. En los tres casos, el criterio aplicado fue que nada debía perturbar la estabilidad del poder en cualquiera de sus formas.

En definitiva, el Gobierno asume conscientemente el papel de gestor a toda prueba de los intereses económicos y corporativos dominantes en nuestra sociedad. Con ese aroma a Restauración que con humor y horror señala Maruja Torres al describir a Aznar rodeado de las "fuerzas vivas". Estado fuerte en la política de orden y, consecuentemente, en la restricción de derechos y actuación del poder judicial; débil, vocacionalmente inexistente en la economía, de acuerdo con la utopía neoliberal del protagonismo absoluto de los "creadores de riqueza". Servicios públicos, asistencia a los débiles, justicia social, quedan fuera de campo. En todo caso, cuenta el riesgo de resistencia social que impide por ahora eliminar tales "costes", pero todas y cada una de las medidas se orientan a lograr una constante erosión de los mismos (servicios públicos, pensiones, salarios). La línea general es clara.No estamos ante una política de centro incolora, inodora e insípida, sino ante un proyecto muy coherente de derecha que, a pesar de que sus ejecutores ofrezcan una imagen mediocre, incluso torpona, encaja muy bien con un entramado de intereses económicos y sociales, y con la coyuntura europea. En consecuencia, si la izquierda se duerme -y hay quien la tiene anestesiada-, puede durar.

Antonio Elorza es catedrático de Pensamiento Político de la Universidad Complutense de Madrid.

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