Proceso ¿de qué?
Benjamin Netanhu, líder de la derecha nacionalista israelí gana las elecciones legislativas el 28 de mayo pasado; tras unas semanas de negociaciones lentas pero seguras con un paquete de pequeños partidos religiosos forma Gobierno el 18 de junio siguiente. Y, para sorpresa de muchos, es prácticamente fiel a la letra de sus declaraciones de la antevíspera.Si la mayoría de los conservadores profundos se modera hacia el centro una vez en el poder, sobre todo cuando median presiones y ambientación internacionales para ello, y si la totalidad de las izquierdas se amansa cuando toca Gobierno, Netanyahu, no señor, sólo hace una concesión a la galería: hablar lo menos posible de cuáles sean sus eventuales intenciones sobre el intratable problema palestino. Pero, no importa que calle porque basta ver cómo actúa.
A los pocos días de asunción del poder autoriza el establecimiento de miles de nuevos colonos judíos en Cisjordania, que es lo mismo que decir lo que le importa el acuerdo de paz firmado en Washington en septiembre de, 1993 por el laborista Rabin y el palestino Arafat; en todo momento reitera que no tiene ninguna prisa por entrevistarse con su presunto interlocutor de paz, el mismo Arafat una y otra vez proclama que la paz le gusta sobremanera, especial mente con Siria, a condición de que Damasco se olvide de las colinas del Golan, en, poder israelí desde 1967; y más aún le complacería firmarla con el Líbano, aunque no ha bla de que para ello haya que evacuar la franja al norte del río Litani, en la que su ejército niega la soberanía de Beirut; por último, con los propios palestinos a los que sigue sin querer ver, está dispuesto a hablar de conducciones de agua, de revoques de fachadas y, muy seriamente, de a ver cómo hacen para acabar con la plaga del terrorismo de los islamistas de Hamás; ni palabra de que todo ello vaya a producir concesiones israelíes, como, por ejemplo, la con tinuación de la retirada de los territorios ocupados; final mente, el 4 de septiembre, bajo las suplicantes presiones de Washington se reúne con Arafat, según todos los indicios, para hacerse con el. palestino una foto.Las negociaciones de paz se reanudan, al menos en el nombre, pero Netanyahu sigue fiel a su palabra: negociar es una cosa, hacer concesiones, otra muy distinta. Y esta semana, mientras está de gira para explicar a Major, Chirac y Kohl el porqué de un cumplimiento tan veraz de sus promesas electorales, y de cómo todo ello pueda, misteriosamenie, tener que ver con la paz en Oriente Próximo, se abre oficialmente un túnel de comunicación subterránea entre diferentes puntos del Jerusalén bíblico, precisamente el día antes de que estuviera prevista la celebración de una nueva ronda negociadora.
El túnel, seguramente es verdad, al revés de lo que pretenden los palestinos, que no pone en peligro los cimientos de la mezquita de Al Aqsa, tercer lugar santo en la jerarquía monumental del islam; es cierto que la autoridad musulmana del lugar había dado su visto bueno a la apertura; es más que probable que la revuelta popular no sea totalmente espontánea, sino que haya habido inducción de parte de las autoridades palestinas, necesitadas de un grito de batalla para llamar la atención del mundo sobre el estado comatoso del proceso de paz; y es más argumentable aún que la responsabilidad del derramamiento de sangre compete también muy directamente a quien envía al pueblo al .matadero con la mayor sangre fría.
¿Y bien? La buena conducta está claro que complace pero no conmueve al líder israelí; está claro que por la vía diplomática no se hace sino servir los propósitos sionistas de eternización de la nada sobre el propio terreno; está claro que Netanyahu no quiere una paz que le cueste ni medio cara. ¿Qué le cabe hacer entonces al pueblo palestino? . Se admiten sugerencias.
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