Observador Bosnia
En representación de la Asamblea del Consejo de Europa he participado como observador en las recientes elecciones de Bosnia. He compartido esta tarea con centenares de hombres y mujeres venidos de todas partes, entre ellos muchos españoles. Casualmente, fui enviado a la zona de Mostar y Mediugorje, donde está el mando de la Brigada Almogávares de las Fuerzas Armadas españolas, y lo agradecí mucho porque me permitió tener una visión de primerísima mano de la situación en una zona tan conflictiva y, a la vez, comprobar el gran prestigio de que gozan los militares españoles.El día de las elecciones fui enviado a la población de Stolac, donde compartí las tareas de observación con una colega de la Universidad de Barcelona. Nuestra labor consistía en controlar siete colegios electorales del núcleo de Stolac, casi todos dispersos en la montaña o en barrios periféricos. Desde el primer momente nos avisaron que Stolac era uno de los puntos considerados como calientes y pronto comprendimos por qué. Es una población situada a unos cincuenta kilómetros al sur de Mostar, al borde mismo de la línea de separación entre la Herzegovina croata y la República Serbia. Antes de la guerra era una población multiétnica, con un 50% de musulmanes, un 30% de croatas y un 20% de serbios, en cifras redondas. En un primer momento de la guerra sufrió el asalto de los serbios montenegrinos, que destruyeron una parte del núcleo urbano y forzaron la emigración de muchos croatas y musulmanes. En un segundo memento, los croatas y musulmanes unidos pasaron a la ofensiva, expulsaron a los serbios y destruyeron sus casas. En un tercer momento, los croatas atacaron a los musulmanes, les expulsaron y destruyeron asimismo sus casas. Más de la mitad del núcleo urbano está totalmente destruido, pero hoy es una población croata al 99%. Si el lugar era considerado punto caliente el día de las elecciones no era sólo por estos antecedentes, desgraciadamente muy comunes en todo el país, sino también porque se había anunciado la llegada de varios autobuses con musulmanes expulsados que irían a votar a sus lugares de origen y se temía una dura reacción de los croatas.
Por lo demás, no se anunciaba una votación fácil. Se trabajaba con el censo de 1991 y los mecanismos para asegurar que los centenares de miles de desplazados pudiesen votar eran complicados y difíciles de manejar. En todas partes hubo problemas, por ejemplo, sobre la interpretación y el uso de los formularios utilizados al respecto. Creo, además, que los organizadores de la OSCE trataron con descuido el asunto y en bastantes lugares dejaron fuera de las listas hasta un 15% de los electores. A pesar de todo ello, la jornada transcurrió sin incidentes mayores y el porcentaje de votantes fue aceptable, teniendo en cuenta las circunstancias.Creo que esta pequeña crónica no difiere mucho de las que se podrían hacer de las demás circunscripciones electorales. Pero la observación no se redujo a esto, y antes y después de la jornada electoral tuvimos otros contactos, otras vivencias. Creo, además, que a veces un episodio aislado, una conversación, una imagen, dan más elementos para la comprensión de las cosas que unas cifras globales o un acontecimiento espectacular.
Yo no puedo olvidar, por ejemplo, a aquellos campesinos que se habían puesto corbata para ejercer como presidentes y vocales en unos colegios electorales destartalados, sin cristales en las ventanas, con los muros acribillados por la metralla y milagrosamente enhiestos en medio de un mar de ruinas. Tampoco puedo olvidar el silencio y las miradas furtivas de los miembros de la mesa, croatas unos, musulmanes otros -porque así lo había exigido la OSCE-, que a lo mejor habían sido amigos anos atrás y ahora convivían forzadamente en aquel pequeño reducto como enemigos, unos pensando que al terminar la jornada regresarían a sus casas y otros sabiendo que regresarían a las tiendas o a los barracones de sus campos de refugiados con pocas esperanzas de futuro.
Tampoco puedo olvidar a la cincuentena de hombres y mujeres que, en fila india y en absoluto silencio, descendió de un autocar a última hora de la tarde en uno de los colegios más remotos, se acercaron esquivando la mirada, votaron y se fueron como habían venido. Averiguamos que provenían de Banja Luka, en territorio serbobosnio, y eran seguramente serbios expulsados de Stolac que habían hecho cuatro o como horas de camino e iban a hacer otras tantas de vuelta para votar y ver a escondidas lo que quedaba de sus antiguas casas, de su antiguo pueblo.
Ni olvido al individuo bien trajeado que aparcó estentóreamente delante de uno de los colegios, se paseó con aires de propietario en finca propia y repartió abrazos y sonrisas mientras uno de los supervisores de la OSCE que nos acompañaba nos decía en voz baja que era el segundo de la lista de criminales de guerra elaborada por los musulmanes de Stolac.
Ni olvido que a pesar de que la anunciada avalancha de autocares de musulmanes no se produjo, los pocos que aparecieron fueron apedreados por los croatas.
Ni tampoco olvido que en la martirizada Mostar el conductor y la intérprete que nos habían asignado, croatas los dos, se negaron a cruzar la calle que separa el sector croata del sector musulmán.
Ni puedo olvidar la visión de tantos y tantos pueblos destruidos, la imagen fantasmagórica de Potoci y Vrapcici, dos pueblos musulmanes de la periferia de Mostar destruidos metódicamente casa por casa, como metódicamente fue destruida la maravilla del puente de Mostar.
No sé cuál será el futuro de Bosnia-Herzegovina como Estado, pero la suma de mis pequeñas impresiones y de unos, cuantos datos generales me llevan más bien al pesimismo. No sólo se trata de la enorme dificultad de hacer trabajar juntos a unos enemigos implacables, de asegurar la convivencia entre gentes que se han matado entre sí. Se trata de algo más. Para decirlo sin ambages, creo que la mayoría de la población acepta la situación actual, o sea, la división étnica, y tiende a desentenderse de la suerte de los desplazados y refugiados.
La gran línea divisoria sigue siendo, desde luego, la que separa a las tres etnias o confesiones. Pero junto a ésta se está extendiendo otra gran línea divisoria, que se superpone a la otra y la atraviesa transversalmente: la que separa a los que tienen
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