La 'biblia' nazi, en lengua arabe
Una nueva edición árabe de Mi lucha, de Adolf Hitler, ha salido con estruendo de la imprenta de una editorial situada en lo alto de las colinas que dominan Beirut. Ya han sido distribuido en las librerías libanesas 2.500 ejemplares del libro, con la portada adornada con una esvástica y una fotografía de un Hitler joven y con aspecto serio.Desde sus oficinas sin ventanas en Kesruán -un edificio parecido a un búnker cuyas paredes de hormigón pretensado habrían atraído al autor del libro-, Selim Safer reconoce que Hitler "no era un hombre muy simpático". Y añade: "Pero si preguntase a los nazis, le responderían algo diferente".
El prólogo a la edición -impresa originalmente en 1,963 y también distribuida en Irak- seguramente no habría ofendido a los nazis. Louis el Haj, antiguo redactor jefe del periódico beirutí An Nahar, -fallecido dos años atrás, dice a los lectores que las teorías de Hitler sobre el nacionalismo, el gobierno y la raza son cuestiones "eternas", y que Hitler dejó tras de sí un legado intelectual". Tan sólo hacia el final, El Haj admite que los nazis establecieron "una dictadura de partido único ( ... ) de fuerza, violencia y maquiavelismo". No menciona el tema más recurrente y peligroso en la única obra de Hitler: su odio hacia los judíos.
No piensa lo mismo Isá AhweJ, editor beirutí de Mi lucha, quien, al igual que los impresores libaneses y el difunto Louis el Haj, es cristiano. Hitler, añade desde su diminuta librería de la calle Hamra, era un malvado que habría puesto a los árabes en el mismo nivel que a los judíos, es decir, dignos de ser destruidos al no ser arios.
Pero es entonces cuando AhweJ pone sobre la mesa un argumento que se oye cada vez con mayor y preocupante frecuencia a lo largo y ancho de Oriente Próximo.
"No es cierto que seis millones de judíos fueran asesinados durante la II Guerra Mundial", afirma. Cuando le digo que está equivocado -la documentación y la investigación histórica han demostrado que esta cifra es cierta- cambia bruscamente de argumento.
"Si Hitler mató a seis millones de judíos, entonces estoy en contra del asesinato de esos seis millones. Pero estoy en contra del asesinato de un solo ciudadano de cualquier país. Los israelíes afirman que el sufrimiento de los judíos les da derecho para apropiarse de la tierra palestina y crear un Estado. ¿Pero -acaso deben ser asesinados millones de pale.stinos para hacer valer sus derechos?' El Holocausto -y el intento de negar su existencia- ha demostrado ser para los árabes un problema insoluble. A lo largo de los años, he oído a libaneses, sirios, egipcios y saudíes insistir en que la destrucción de los judíos de Europa a cargo de Hitler era un mito inventado por los israelíes para justificar su apropiación de la tierra árabe palestina.
El reconocimiento del sufrimiento de otro pueblo siempre ha resultado difícil para quienes consideran enemigos a los pueblos que padecen. Y la utilización particular que hace Israel del Holocausto para justificar su política implacable hacia los árabes perjudica gravemente cualquier posibilidad de que los árabes acepten los hechos de la historia. Menájem Begin se refirió repetidamente a la destrucción de la Europa judía durante la invasión israelí de Líbano en 1982 -durante la cual más de 17.000 árabes, civiles en su mayoría, murieron- y en una carta al presidente de EE UU, Ronald Reagan, fantaseaba que Yasir Arafat, asediado en Beirut, era comparable al Hitler de sus últimos días en Berlín.
Pero la nueva oleada de negación histórica en Oriente Próximo parece haberse derivado de la creciente -si bien tardía- comprensión de que Israel, con el apoyo de la más dócil de las administraciones norteamericanas, saldría favorecido en cualquier paz acordada con los árabes, y que el "proceso de paz", muy favorable a Israel (puesto que establece que no habrá ni retirada militar, ni capital propia, ni Estado palestino) sería impuesto en Oriente Próximo, les gustara o .no a los árabes.
Si bien este "proceso" es contemplado como ya enterrado -y la determinación israelí de establecer aún más enclaves judíos en tierra árabe como parte del servicio funerario-, desde luego ello no ha hecho disminuir la creciente negativa a comprender y admitir los hechos del holocausto.
Roger Garaudy, el filósofo francés cuyo libro Les mythes fondateurs de la politique israelienne cuestiona la verdadera naturaleza del Holocausto, acaba de ser honrado con la edición en árabe de su obra, publicada porla casa El Ghad el Arabi, de El Cairo. El mes pasado, Garaudy emprendió una gira por capitales árabes, y fue recibido por el vicepresidente Abdul Halim Jadam en Damasco, por intelectuales libaneses (tanto cristianos como musulmanes) en Beirut, y por la Asociación Jordana de Escritores en Aminán. Fue honrado en las tres ciudades y la prensa árabe le dedicó una cobertura amplia y casi exclusivamente favorable. Sólo se le desafió en Beirut, con un valiente y enérgico artículo del escritor cristiano Elías Jury. Jury se quejaba: "La cultura árabe ( ... ) no ha tratado seriamente la espantosa importancia de la idea de la solución final. Como locos, nos apresuramos a pasar por alto todo el asunto y a alabar a cualquiera que frivolice sobre los campos de exterminio nazis y les reste importancia. ¿Acaso no lleva el plan de exterminar a los judíos las semillas del exterminio de todas las demás razas humanas?"
En el diario Al Hayat, de propiedad saudí, Abdul Wahab Badrajane insinuaba que los árabes se engañan a sí mismos con su negativa a aceptar la existencia del Holocausto. Según él, los árabes temían estúpidamente que el reconocimiento de los crímenes de Hitler contra los judíos restara importancia a la brutalidad de Israel contra los árabes. Pero era ridículo "negar un crimen contra la humanidad cuyas víctimas eran judíos y otros que habían caído en manos de los nazis, con el único objetivo de demostrar otro crimen contra la humanidad (la expulsión de los palestinos de sus hogares en 1948), cuyas víctimas eran árabes que sufrían en manos de los judíos israelíes".
Inevitablemente, la negación del Holocausto se ha institucionalizado en algunos países árabes. La mayor parte se negó a proyectar la película de Stephen Spielberg La lista de Schindler y justificó su decisión con una variedad de engañosas razones. En Egipto, el Gobierno prohibió la película basándose en que contenía "demasiados asesinatos".
Mito y negación histórica persisten. Quizá sea ésa la naturaleza de la guerra -que hasta que un conflicto termina, su historia no se puede corregir-. Pero la perversidad del Holocausto (su carácter exclusivo y su intención genocida) ha puesto una prueba a los árabes, que éstos han suspendido repetidamente por razones políticas.
Ningún musulmán de Oriente Próximo tiene problema en aceptar el hecho del genocidio de los armenios por parte de los turcos en 1915, aunque estas atrocidades fuesen cometidas por otros musulmanes. Pero el Holocausto requiere una comprensión que un mundo árabe humillado no puede encontrar en su interior.
Esta negación es tan peligrosa para los árabes como para los judíos, ya que el mal que se hizo en Europa se podría haber cometido fácilmente contra los musulmanes, cristianos y judíos de Oriente Próximo. Y las semillas del racismo, como Elías Jury señalaba tan claramente, siguen esparcidas por el suelo de Europa, tanto contra los árabes como contra los judíos.
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