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Iconoclastas

Singular paradoja es ésta, que los que se llaman a sí mismos conservadores resulten ser al cabo los más feroces iconoclastas, que los defensores de la tradición arrollen a su paso cualquier vestigio de la misma que se interponga en su camino. Bajo la fachada de moderación de nuestro alcalde se oculta un Robespierre demoledor, un pensador revolucionario, urdidor de las más arriesgadas y delirantes teorías sobre la transformación de la materia, un Einstein de nuestros días que, desafiando los obsoletos postulados de la lógica, afirma que la mejor manera de preservar el patrimonio es destruyéndolo.Álvarez del Manzano entronca sin saberlo con el espúreo monarca José Bonaparte, que ordenó la demolición de los edificios colindantes al Palacio Real para que pudiesen gozar los madrileños de mejores perspectivas del regio edificio. A Pepe Botella, cuyo parentesco con doña Ana de Aznar no está demostrado, le gustaba ejercer de rey alcalde y se hizo merecedor del apodo de Rey Plazuelas por las muchas que se abrieron en la capital bajo sus designios. A nuestro edil de hoy le cuadraría mejor el título de Rey de los Subterráneos, señor de los túneles y los aparcamientos, alcalde topo, ciego perforador de la corteza de la urbe.

Este conservador paradójico no siente remordimiento alguno cuando actúa como enterrador de un pasado que, al fin y al cabo, es más suyo, de los suyos, que nuestro. La plaza de Oriente, ágora de las patrióticas cencerradas en honor del caudillísimo, no conservará traza alguna de aquellos fastos memorables. Quizá con estas obras faraónicas se pretenda precisamente conjurar el incómodo fantasma, el incordiante espectro de Francisco Franco que, durante la última campaña electoral, fue invocado por nostálgicos cantamañanas, partidarios del nuevo-viejo orden, que al mentar su nombre dieron un susto de muerte a los líderes populares, dispuestos a borrar sus huellas todavía húmedas. Sus huellas, que no sus modos, pues el agostazo de la plaza de Oriente recuerda fielmente los procedimientos del antiguo régimen, que aprovechaba las vacaciones caniculares para dictar sus medidas más impopulares.

La demolición de los vestigios de la plaza se ha llevado a cabo a traición y por sorpresa, avalada por fantasmales informes de presuntos arqueólogos iscariotes y en ausencia del primer edil, que retornó cuando ya se había producido el sacrificio para defender, con su mejor sonrisa y su más desquiciada y desquiciante retórica, su política de hechos consumados. Álvarez del Manzano reformula el clásico principio liberal: "Dejar hacer, dejar pasar" y lo convierte en ."Dejadnos hacer, dejadnos pasar". La destrucción del patrimonio que guardaba el subsuelo de la plaza de Oriente ha sido desde luego un acto de "pasotismo", un gesto de despotismo iletrado, un caso de terrorismo cultural ejecutado con alevosía, nocturnidad y en descampado, agravantes de una prevaricación irreversible, pues aunque sus responsables puedan ser hipotéticamente castigados por la justicia algún día, nunca podrán reponer lo que nos han robado. A los agravantes mencionados habría que sumar los de regodeo infame y desprecio del intelecto ciudadano, patentes en las desvergonzadas declaraciones de los ediles de turno. A la siniestra boutade del alcalde que conserva destruyendo hay que sumar las de la alcaldesa en funciones, Mercedes de la Merced, que. invitó a los expertos que abogaban por la conservación de los vestigios a visitar las obras para que comprobasen "si lo encontrado es lo que ellos creen". Generosa pero tardía invitación, ya que cuando fue realizada la piqueta había demolido las fachadas de la Casa del Tesoro y evidentemente los expertos ya no tenían nada que comprobar, pues no quedaba piedra sobre piedra. Para redondear sus despropósitos, la alcaldesa aseguró también que el Ayuntamiento no había destruido "ningún resto arqueológico de valor, según se desprende de los informes facilitados por los técnicos responsables de la obra". Informes que, al parecer, fueron facilitados en exclusiva a doña Mercedes por técnicos anónimos y desaparecidos. A esto se le llama "trabajar con transparencia" en la especialísima jerga edilicia. "En las obras de la plaza de Oriente se trabaja con transparencia", dijo José Ignacio Echevarría, primer teniente de alcalde y sucesor de Mercedes como alcalde en funciones, poniendo brillante colofón a semejante sarta de desafueros, unos días antes de la reaparición del jefe Manzano, que corroboraría las coartadas de los suyos con su definitivo aquí no ha pasado nada.

Pero por aquí han pasado los bárbaros, iconoclastas y pragmáticos, que han exhumado los restos de la Casa del Tesoro para su definitiva inhumación. La Casa del Tesoro, sede del primitivo Ministerio de Hacienda, habría merecido mejor suerte en manos de un Gobierno presidido por un antiguo inspector de Hacienda, pero los nuevos bárbaros no tienen sentimientos, o no permiten que éstos se interpongan a la hora de tomar decisiones que afecten a su desmedido afán de lucro, norte y guía de todas sus acciones.

Los conservadores destruyen en nombre del progreso y los progresistas se resisten invocando los valores de la tradición. Cambalache propio de las postrimerías de este siglo XX problemático y febril, como reza el tango de Discépolo, campo abonado para terminators de seráfica sonrisa, heraldos de la gran liquidación final del milenio como nuestro beatífico y apocalíptico alcalde.

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