Hola, nena, soy Johnny
Un donjuán enamoró a una turista en la plaza Mayor y luego la desvalijó con el 'beso del sueño'
Johnny, el dulce Johnny, es peligroso. Tiene ojos almendrados, cuerpo musculoso, y un amor insaciable... por el dinero ajeno. El hombre según una denuncia presentada ante la policía y el relato de una víctima, se dedica a enamorar turistas en el castizo enclave para luego desvalijarlas con el beso del sueño. Este fue el caso de Josefina, venezolana, de 32 años, quien el pasado lunes, tras dejarse perder en los poderosos brazos del seductor, despertó narcotizada en el piso donde se alojaba y descubrió el precio de su romance: una limpieza intensa de las pertenencias de la vivienda, incluido su pasaporte, la visa y 300 dólares en cheques de viaje.La venezolana había coincidido a las tres de la tarde con su chico lindo en la concurrida plaza Mayor. Ella, apoyada en una farola, miraba un mapa de Madrid, ciudad en la que había aterrizado tres días antes para visitar a una amiga, en cuyo piso se hospedaba. El, moreno, alto y de andar firme, se sentó a su vera, junto a un limpiabotas, al que pidió que sacase brillo a su rotundo calzado. Luego, con el pretexto de que también era turista, aprovechó para presentarse como Johnny, de 28 años, e inició la conversación. En un castellano sin dejo, aunque después también empleó el inglés, dijo proceder de Chicago -incluso enseñó el pasaporte- y estar de paso por Madrid. Josefina tendió un puente a la charla con aquel atractivo joven. Vestido con camiseta blanca y pantalones vaqueros, el seductor ofrecía un aspecto juvenil, casi inofensivo: cubría su cabeza con una gorra de béisbol de visera torneada y se distraía con un casete de bolsillo en el que sonaba una cinta de Whitney Houston.
La cerveza amarga
A la hora de pagar al limpiabotas, Johnny sacó un billete de 5.000 pesetas. El empleado se excusó: el servicio costaba 250 pesetas y carecía de cambio. Johnny, azorado, sólo disponía de 200 sueltas. La mujer, en un gesto de solidaridad entre extranjeros en Madrid, le dio el resto. En correspondencia, el seductor la invitó cortésmente a una cerveza. La víctima picó el anzuelo.Se sentaron en una terraza y se dejaron arrastrar por el vuelo de las palabras de una tarde de verano. Las simetrías entre ambos les acercaban. Ella trabajaba en diseño por ordenador, él era ingeniero informático; ella había vivido dos años en Nueva York, él se había criado en Estados Unidos; ella era suramericana; él, de padre argentino.
Así, poco a poco, mientras el calor de los ojos claros y almendrados del hombre envolvían a la mujer, se fueron adentrando en los recovecos de la intimidad hasta el punto de que el seductor le abrió su corazón y le confesó su historia de amor roto, un fracaso sentimental que le había empujado a romper su matrimonio y a dejar en Estados Unidos a su hija de tres años, de quien enseñaba una fotografía enternecedora. Ahora, tras dejar atrás el dolor de esa separación, buscaba la alegría del viaje. Su próximo destino era Portugal, adonde partiría en tres días.
La mujer, al cabo de la conversación, se excusó un momento para ir al servicio. A su vuelta, el hombre le había preparado una sorpresa: dos vasos de tequila. Ella, alegre, bebió. Bebió y su consciencia empezó a naufragar bajo los efectos de un narcótico vertido en la copa. En su deriva -según contó luego a sus allegados- subió mareada a un taxi y se dirigió al piso de su amiga. Allí, del borrón de su memoria sólo le queda el recuerdo de que, desde el sofá, inició un ascenso hasta los cielos en brazos del seductor. Momento dulce que fue interrumpido por la entrada de la amiga en el piso. Eran las siete de la tarde.
"Estaban en la casa los dos, yo vi al hombre, era de piel muy blanca. Mi amiga estaba en el dormitorio. Inmediatamente bajé a comprar una coca-cola y el hombre me dio mil pesetas para que trajese unas cervezas", cuenta la compañera de Josefina.
Mientras la amiga bajaba a por los refrescos, el donjuán prosiguió su tarea. La mujer, sin embargo, se hundía cada vez más en las nubes del narcótico. Su último recuerdo fue el timbre de un teléfono. Cuando, a los 15 minutos, la amiga regresó, se encontró a Josefina desmayada junto al teléfono. La empezó a zarandear. "¿Dónde está tu amigo?"', le preguntó. "En la habitación", fue la respuesta. Pero allí no había nadie.
Del paso de Johnny sólo quedaba el casete de bolsillo con la cinta de Whitney Houston -una de cuyas canciones tiene como estribillo: es fácil conseguirlo- El seductor, sin embargo, había compensado la pérdida con el robo de un ordenador portátil Macintosh, una calculadora, el pasaporte de la víctima, 300 dólares en cheques de viaje y 4.000 pesetas. Josefina presentó denuncia en la comisaría de Arganzuela. La policía, parca en explicaciones, les indicó que el seductor era un profesional. Aún puede andar por la plaza Mayor.
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