Un barrio que estalló contra un gueto gitano
Villaverde Bajo, un barrio obrero de unos 25.000 habitantes, situado entre el río Manzanares y la carretera de Andalucía, saltó a los titulares de prensa en el otoño de 1991. Las obras de un gueto de 80 casas bajas para familias chabolistas gitanas de Los Focos a unos dos kilómetros de sus calles, en medio del páramo de Los Molinos, levantó las iras vecinales.En este barrio, uno de los más periféricos, rodeado de industrias, vías férreas y carreteras y, por lo general, tranquilo, se vivió durante meses en un estado de agitación permamente. El temor era que la llegada de estas familias desde un punto habitual de venta de droga como es Los Focos aumentase el trapicheo en la zona. La caja de los truenos se abrió en septiembre, cuando unos encapuchados quemaron una de las casetas en construcción de Los Molinos. A partir de este hecho, nunca aclarado, se sucedieron las manifestaciones diarias, lideradas por Nicanor Briceño, un conserje de escuela en Perales del Río (Getafe), otro barrio opuesto también al realojamiento.
Miedo a la droga
Cada día se concentraban de dos mil a tres mil vecinos convencidos de que las familias de Los Focos sólo iban a traer consigo inseguridad ciudadana y que ya era suficiente con la proximidad de Torregrosa, otro de los núcleos habituales de papelineo. Hubo cortes de carretera, cargas policiales y la toma de las obras conflictivas para impedir su continuidad.Los sectores vecinales opuestos al cariz que tomaban las movilizaciones hablaban de racismo y xenofobia y se quejaban de que se juzgase a familias a las que ni siquiera se conocía. Años después, como Villaverde es uno de los barrios más baratos de Madrid para comprar y alquilar un piso es frecuente encontrar familias de trabajadores inmigrantes de países pobres.
La bola creció hasta el punto de que el movimiento vecinal liderado por Briceño consiguió, sin el apoyo de partidos ni sindicatos, aglutinar a 16.000 madrileños en una manifestación desde Villaverde hasta Legazpi con la consigna genérica No a la droga.
En los poblados gitanos, los hombres de respeto realizaron varias rondas para impedir el trapicheo en sus asentamientos, aunque, años después, y como paradoja, alguno de ellos se ha visto imputado en un caso de narcotráfico. Educadores, trabajadores sociales y líderes de otros movimientos vecinales diferentes al de Briceño insistieron en que identificar gitano y droga era racista y que el problema tenía raíces más hondas.
Después de dos meses de protestas, Ayuntamiento y Comunidad claudicaron: el asentamiento de Los Molinos no se haría. Y no se hizo.
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