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Demasiadas analogías

Hace exactamente 80 años, en 1916 y en plena guerra mundial, comenzaba en Rusia una terrible crisis política y social. La autoridad del zar Nicolás II caía hasta lo más bajo a causa de las luchas bizantinas en su corte (el asunto Rasputín) y de las derrotas de su Ejército en el frente -a causa de las cuales, el zar tuvo incluso que proclamar duelo nacional-. Al mismo tiempo, su policía ya no conseguía impedir el estallido de las huelgas, ni siquiera en los suburbios de la capital. Meses más tarde, en febrero de 1917, el régimen zarista fue derrocado, y a finales de año, Lenin tomaba el poder. La historia, ya se sabe, no se repite jamás. Pero es inevitable que las analogías históricas vengan a la mente citando las crisis actuales se parecen demasiado a las de épocas pasadas. Y eso es precisamente lo que está pasando en la Rusia de Borís Yeltsin.La ceremonia de inauguración de su segundo mandato se redujo a la mínima expresión y sólo duró 18 minutos. Y es que este coloso de 65 años ya no se tiene en pie. Sus médicos no quieren decir qué enfermedad tiene, pero es evidente que no se trata de una simple fatiga. En Moscú, algunos lo comparan ya con Konstantín Chernenko, uno de los últimos gerontócratas soviéticos, muerto en 1985, un mes después de haber votado (en las elecciones al Sóviet Supremo) en el mismo colegio electoral en que lo hizo Yeltsin en julio, instalado en un sanatorio cerca de Moscú. Otros creen que puede reinar sin gobernar, como hizo Breznev durante los tres últimos años de su vida (1979-1982). Lo cierto es que la batalla por la sucesión al Kremlin está en su apogeo, y esta vez se desarrolla en un país en pleno caos que teme una explosión social generalizada. Las huelgas de los mineros por el impago de sus salarios, iniciadas en el Extremo Oriente, acaban de extenderse a la región de Toula, muy cerca de Moscú, y a la de Rostov, en el Don. Y por si esto fuera poco, la guerra en Chechenia ha tomado un giro que nadie en Moscú había previsto: los combatientes chechenos, lejos de estar en las últimas y limitados a un millar de irreductibles -según las estimaciones del Kremlin-, han sido lo suficientemente numerosos y fuertes como para poner en fuga: a las tropas de élite rusas y reconquistar su capital, Grozni. Inclinándose ante su victoria, Moscú, al día siguiente a la inauguración de la presidencia, proclamó duelo nacional. Igual que en 1916.

Para apoderarse de Grozni, el Ejército ruso perdió, en la noche del 30 de diciembre de 1994, más de un millar hombres. El que fuera comandante en jefe en Afganistán, el general Borís Gromov, acaba de recordarlo para hacer constar que, durante la larga guerra afgana, sus fuerzas no sufrieron jamás una hecatombe parecida. Ahora, los combatientes chechenos han vuelto a tomar Grozni casi sin obstáculos. Su objetivo no es quedarse, sino mostrar que están "como pez en el agua" entre la población y que, por tanto, son los únicos interlocutores válidos del Kremlin. Llevando la audacia militar más allá de lo imaginable, se han apoderado de los edificios del Gobierno fantoche en Grozni y han hecho prisioneros a sus ciudadanos más importantes. Dokoit Zavgálev, presidente electo, se les ha escapado porque se encontraba en Moscú en la toma de posesión de Borís Yeltsin, donde le comunicaron que el Ejército ruso reconocía "haber perdido el control de Grozni". Los muyahidin afganos, 10 veces más numerosos y fuertemente armados por EE UU, no lograron jamás una incursión semejante en Kabul.

Los chechenos han tenido en la persona del general Dzhójar Dudáyev un gran jefe militar capaz de crear un ejército todoterreno que sabe luchar lo mismo en las ciudades que en las montañas. Pero no era un superhombre y, además, los rusos, parece que con ayuda de EE UU, consiguieron, el 21 de abril, situarle en el punto de mira de un mortal misil tierra-aire. Desde entonces, otros han tomado el relevo, y el deporte favorito de los moscovitas es hoy discutir las cualidades y los defectos de los comandantes chechenos: ¿es Aslán Masjádov más hábil que Shamil Basáyev o que Salmán Radúyev? ¿Cuánto vale Zelimján Yandárbiev, el sucesor oficial de Dzhójar Dudáyev? Los rusos se saben de memoria todos estos nombres, y en cambio ignoran los de los comandantes de su propio Ejército, aunque es cierto que estos últimos nunca duran mucho en un puesto y no tienen ninguna victoria en su haber. Hasta se podría bromear sobre ello, si esta guerra no hubiera dejado ya 40.000 muertos y unos 400.000 refugiados chechenos.

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Sólo un militar ruso goza de crédito entre la opinión pública: el general Alexandr Lébed. Aunque está instalado en el Kremlin y coloca a sus hombres en los puestos claves de la defensa nacional y de la seguridad, hasta ahora Lébed se había negado a ir a Chechenia. Sólo iré, decía, cuando el Kremlln tenga una política capaz de poner fin al conflicto. Era una manera de dar a entender que no era el presidente -todavía- y que jamás se comprometería en una guerra tan mal llevada. Pero el 10 de agosto, el presidente -o quien le sustituye- le confió el asunto checheno. Ese mismo día, la Duma votó el estado de excepción en esa república, lo que ha puesto fin a la función de Zavgálev y de su Administración.

El líder checheno, Zelimján Yandarbiev, ha revelado en una entrevista al periódico polaco Rzeczypospolita todos los detalles de su encuentro en el Kremlin, el pasado 27 de mayo, con el presidente ruso y su equipo de entonces. "Me llamaron la atención la arrogancia y sobre todo la mediocridad de esos hombres", dice, lamentando haber ayudado a Yeltsin a ganar las elecciones. Pensó que el "zar Borís", tras reconocer que la invasión de Chechenia había sido un error, querría arreglarlo y lograr una paz honrosa. Pero al día siguiente al escrutinio presidencial, los rusos reanudaron los bombardeos y las supuestas " operaciones especiales". Para que no le vuelvan a tomar el pelo por segunda vez, Yandarbiev se ha rodeado de un consejo asesor especial y ha confiado la presidencia a Ruslán Jasbulátov, antiguo presidente del Sóviet Supremo de Rusia y uno de los más intransigentes enemigos de Borís Yeltsin. A pesar de ello, las televisiones rusas entrevistan muy cortésmente a este "detestable" checheno, que, muy tranquilo, exige negociar, pero con un nuevo equipo ruso, no con el del 27 de mayo. El nombramiento de Alexandr Lébed parece responder a sus deseos. El viejo general, que tiene a su favor el haber extinguido el foco de una guerra interétnica en Moldavia, se juega esta vez el todo por el todo. Si encuentra una salida de compromiso con Yandarbiev, se convertirá en un héroe nacional capaz de ganar la partida a todos sus competidores en el Kremlin. Su misión no es imposible, aunque tras el fracaso militar ruso en Grozni parece muy difícil. Lo que está en juego, sin embargo, no es sólo el futuro de Chechenia, sino el del régimen ruso, que, si no cambia rápidamente, irá hacia la ruina.

K. S. Karol es experto francés en cuestiones del este de Europa.

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