Samurais
Que el general Rodríguez Galindo recurra a la palabra samuray para sustanciar más que calificar a uno de sus subordinados sospechosos de la tortura, corrida y matanza de Lasa y Zabala, pone en la pista del pensamiento místico militar del general, al que se le atribuye la piadosa, reconfortante y no frecuente costumbre de la comunión diaria. El general ha dejado, además, una frase para la historia: lo que en el Japón sería un samuray, aquí es simplemente un guardia civil.Mishima, samuráis, artes marciales, el grabado de Durero en el que se representa la relación entre el caballero y la muerte forman parte de la imaginería del neofascismo europeo literaturizado, y es fácil traducir tanta japonesería al castellano porque por aquí hemos tenido una colección completa de mitad monjes mitad soldados, partidarios de que había que defender los valores eternos a cristazo limpio, en virtud de la dialéctica de los puños y las pistolas y de rodillas, Señor, ante el sagrario. Mishima es la orientalización del asunto, pero aquí ha habido mishimas samuráis seudolegionarios, cantábricos por más señas, y los samuráis son el parafascismo con sable y haraquiri convertido finalmente en la imaginería publicitaria de relojes japoneses que resisten los más contundentes golpes de kárate.
Los implicados en los GAL deberían controlar el riesgo de quedar ante la historia, no ya como culpables o inocentes, sino como samuráis a cuenta de fondos reservados y poco predispuestos a hacerse el haraquiri o propensos a hacérselo con una hoja de afeitar. Con vistas a poner al día la poética, que la tiene, del samuray de Intxaurrondo, hay que informarle de que toda la mística samuray ya no da ni para un reality show, ni para una zarzuela mala. Ni siquiera para chistes de japoneses.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.