Dos conciertos antológicos de Mehta y Muti
No hay que darle más vueltas. El desfile de grandes orquestas y directores del Festival de Salzburgo es tan espectacular que todo el mundo viene aquí a dar lo mejor de sí mismo, como si fuera una competición olímpica. Por Salzburgo han pasado o van pasar este año dentro de su ciclo de conciertos directores como Simon Rattle, Claudio Abbado, Riccardo Muti, Zubin Mehta, Riccardo Chailly, Kent Nagano, EsaPekka Salonen, Pierre Boulez, Georg Solti, Lorin Maazel, Christoph von Dohnányi y Kurt Masur, entre otros, y de orquestas como la Filarmónica de Viena, la Royal Concertgebouw, de Amsterdam, la Filarmónica de Nueva York, la Orquesta de Cleveland, la Philarmonia de Londres o la de jóvenes Gustav Mahler.Un dato significativo es comprobar qué conciertos cuelgan antes el cartel de "No hay billetes". Es una medida de las inclinaciones del público. Los de Melita (ayer) y Muti (anteayer) fueron los primeros en agotarse junto al de Solti los próximos 23 y 24 de agosto con la Filarmónica de Viena.
Tiene mérito que en este "trío" de elegidos figurase un programa como el de Zubin Mehta al frente de la Orquesta y Coros del Mayo Musical Florentino con las emocionantes Quattro pezzi sacri, de Verdi y el impactante Prisionero, de Dallapiccola. Lo habían rodado ya en Florencia en la última primavera. No venían, pues, a Salzburgo a hacer ningún bolo, sino a jugársela. Y efectivamente se la han jugado y nos han dejado maravillados.
La propia estética de la Felsenreitschule era un marco idóneo para la versión en concierto de la ópera en un acto de Dallapiccola, con sus galerías que bien podían simular el ambiente lóbrego de la cárcel de Zaragoza en tiempos de la Inquisición. Una imponente Karen Huffstodt, de verde intenso (incluidos los zapatos) y con melena hacia atrás, calentó motores con su extraordinaria versión del aria inicial del personaje de la madre. Después, Lucio Gallo matizó e interiorizó el personaje del prisionero "torturado por la esperanza", mientras Mehta -qué enorme director, cuando está concentrado- hizo volar a una orquesta y coros, que ya en la primera parte habían dejado constancia de su profesionalidad en una de las obras maestras más íntimas y sorprendentes de Verdi.
Unas horas antes, Riccardo Muti había dirigido a una inconmensurable Filarmónica de Viena en un programa Beethoven con la Quinta como plato fuerte.
Al igual que hizo en Amsterdam el año pasado con la Cuarta, de Mahler (tras una Tercera con Haitink y en víspera de una Quinta, con Abbado y la Filarmónica de Berlín), Muti se aproximó a Beethoven desde la ligereza y la brillantez, elaborando un sonido cantabile Mediterráneo, jugando con un frenesí rítmico y administrando los contrastes con tanta sabiduría como hace en sus versiones operísticas al frente de la orquesta de la Scala de Milán. Bien es verdad que para la aplicación de este criterio se necesita una compenetración absoluta con la orquesta. La de Muti con la Filarmónica de Viena es ejemplar. Pocas versiones de la Quinta de Beethoven menos alemanas en- la solidez del sonido, pero pocas también más aéreas, frescas y destrascendentalizadas.
Con ser interesante la versión de la Quinta, y con una obertura de Egmont tan teatral como directa, lo más asombroso de la noche para este comentarista fue la realización del Concierto para piano y orquesta número 4, opus 58, con Radu Lupu de solista. El pianista rumano está en estado de gracia (este verano hace también un concierto de Brahms con Abbado y la Filarmónica de Berlín en los Proms de Londres), lo que se manifiesta en la forma en que impuso su musicalidad, forzando hasta sus últimos extremos un diálogo con los filarmónicos vieneses de una lucidez tan creativa como apasionante. Muti supo mantenerse en segundo plano, controlando desde la sombra el atrevido juego de un Beethoven recreado con fantasía.
Modélicos
Han sido dos conciertos modélicos de dos directores irregulares que en esta ocasión se han mostrado excelsos. Muchos aficionados españoles han sido testigos de uno o de los dos conciertos. Algunos proceden de organizaciones musicales como la Sociedad Filarmónica de Bilbao o los Amigos del Liceo de Barcelona, otros venían por libre desde Valladolid, Canarias, Alicante o Madrid. Entre los famosos, el ex ministro Jerónimo Saavedra. En el año en que menos intérpretes españoles participan en el festival de Salzburgo (solamente la soprano Isabel Rey figura en los programas en un oratorio de Haendel) hay que destacar que junto a japoneses e italianos la presencia de espectadores españoles es, a vuelo de pájaro, una de las más numerosas del festival, dejando fuera claro, a austriacos y alemanes. Es algo, como mínimo, para reflexionar.
Babelia
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