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Reportaje:EXCURSIONES: LA CUEVA DE LA MORA

Las mil y una rocas

Un risco de la Pedriza recuerda los amores frustrados entre la hija de un rico árabe y un cristiano

Quizá la historia universal es la historia de unas cuantas fábulas. En una de ellas, dos jóvenes se enamoran a despecho de sus familias, por lo común enemigas recalcitrantes, y la cosa acaba muy malamente. La de Romeo y Julieta es acaso la versión más llorosa de esta tragedia cíclica en la que tiros y troyanos, montescos y capulettos, payos y gitanos se obcecan en cortarle las alas a una pareja de pichones. Muslimes y cristianos andaban al morro cuando en un lugar de la sierra urdióse la conseja de la Cueva de la Mora.Topónimos que evoquen el orto de la media luna sobre estas protuberancias del espinazo ibérico no faltan precisamente. Guadarrama, verbigracia, es una sonora voz, casi un grito, de etimología árabe: Oued-er-Rmel, o río de las arenas, que así se llamó primero el Manzanares y luego toda la serranía. La Cueva del Morabito, en la sierra de Hoyo, frente a Moralzarzal; el Poblado y la Tumba del Moro, a tiro de piedra de la Cabrera, y la Peña de la Mora, a tiro de bala del Paular, nos hablan de unas gentes -mal que les pese a algunos, paisanas nuestras- que se perdieron en el tiempo como la arena en la arena. Hoy sólo quedan palabras: más palabras que de tanto repetirlas por los montes han cobrado ecos de leyenda.

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El cuento de la Cueva de la Mora corresponde al arquetipo de los amores imposibles: ella, la hija de un nabab árabe; él, un cristiano de tantos; ella, hastiada acaso de ramadanes, le hace ojitos al rumí; él, que seguro ha oído hablar de la danza del vientre, se hace el blando de carona; y el padre de ella, que por algo es un rico merchán, se huele tan mal negocio que opta por retirar a la moza de la circulación durante una temporadita, a ver si le remite la chochez.

De modo que, ni corto ni perezoso, agarró el morazo a la polla y se la llevó a lo más anfractuoso de la sierra, que entonces como ahora era y es la Pedriza del Manzanares.

Allí, hurtada del siglo en un horado de la inaccesible roca plutónica, penó la niña días y penó la niña noches, y de tanto penar, porque el nazareno no aparecía -se ve que el monte no le placía-, la morita entregó su alma a Alá. Y leyenda acaba, como se pueden figurar, con el espíritu de la zagala vagando por llambrias y canchales en pós del primer incauto que le recuerde al faltón de su enamorado, a poder ser cristiano.

Descrito ya en números antediluvianos de la revista Peñalara como una perforación rocosa de 23 metros de largo, ocho de ancho y seis de altura, el antro que dio pie a la conseja abre su boca en un paraje de peliagudo acceso. Así pues, el excursionista que desee disfrutar de su plan de jubilación hará bien en no emular a las cabras -que aquí las hay, y muchas- y se limitará a ascender hasta la base del peñón que lleva el nombre de la Cueva de la Mora para, una vez en esas soledades, imaginarse las de su inquilina.

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Canto Cochino

Desde los chiringuitos de Canto Cochino, el caminante bajará al aparcamiento situado junto al Manzanares para, después de cruzar el río por un puente de madera, sortear por la derecha unas casas forestales y salvar al poco el arroyo de la Majadilla. Remontando este curso por su margen izquierda (mano derecha del que sube), se topará en un cuartito de hora con el Rocódromo, crestón junto al que habrá de ascender zigzagueando hasta alcanzar un rellano en su extremo superior. Y allí tomará un nuevo sendero, pero ahora rumbo sur, por el que trepará serpenteando, entre jaras, gayuba y encinas, hasta el risco triste y ceniciento de la Cueva de la Mora.Tras otear la Pedriza toda, presidida al septentrión por sus Torres de dos mil metros, el excursionista rodeará por su base el ciclópeo paredón de la Cueva.

Entre ésta y Peña Sirio, que es la que cae a manderecha, se abre un portillo por el que podrá colarse de rondón en el Hueco de las Hoces y, ya sin pérdida posible, bajar a Canto Cochino cavilando en eso que dijo Lope de Vega: "La pena nunca viene a buscar las soledades".

Que se lo digan a la mora...

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