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Tribuna:RELATOS DE VERANO
Tribuna
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Paella y calimocho

Por Que al señor Cerqueira, el portugués del barrio, le dio el ataque cuando estaba comiendo paella con coca-cola. Eso es lo que dice la denuncia, puesta en la comisaría de L'Hospitalet el 6 de octubre de 1995. Y que, mientras estuvo ingresado en el hospital, alguien extrajo de sus cuentas bancarias 500.000 pesetas.

Cuando el jefe del Grupo de Delincuencia Especializada se encuentra con la declaración de Cerqueira en las manos, recuerda algo. Recuerda otro caso reciente en que una persona denunció que le habían robado mientras convalecía, en el Clínico, de una extraña intoxicación.

-Aquí hay algo, jefe -le dice al comisario. Y frunce la nariz- Aquí hay tomate. Tomate podrido -viene a decir.

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-Pues tú tira, tira -le anima el superior- Adelante.

Le llamaremos Modesto porque lo es. Fue el que tuvo la primera intuición del escándalo que conmocionaría la zona fronteriza entre L'Hospitalet y Barcelona. Camisa blanca, desbocada, y vaquero gastado, bigote, mirada franca y astutas reticencias contra las que choca mi inexperiencia como reportero. Constantemente desvía mi atención hacia sus compañeros, dando a entender que en su equipo funciona más el compañerismo que la autoridad. Me habla de dos de los componentes del grupo, Ideas Brillantes y Perseguidor, como piezas fundamentales de todas las investigaciones en general y de ésta en particular.

Resulta un poco díficil entenderse con José Antonio Cerqueira, de 69 años, porque sólo habla portugués y su hijo adolescente hace de intérprete pero, en definitiva, los datos que aporta en su segunda declaración no pueden ser más claros.

Su hijo conocía a Javier y a Sonia, los hijos de una vecina, y los tres insistieron para que la madre de esos amigos del cole preparase una paella. "Que la hace riquísima, venga, papá, no seas así". Al final, él cedió. Y así fue como un sábado, el 26 de agosto de 1995, Margarita Sánchez Gutiérrez, de 43 años, natural de Málaga, conocida en el barrio como La Tuerta por razones obvias, fue a casa del portugués a preparar una paella. Poco antes de sentarse a la mesa, faltaban unos ingredientes y Cerqueira sacó su cartera del bolsillo de atrás donde siempre la llevaba y le dio a su hijo un billete para que fuera a comprar lo que hiciera falta.

La paella estaba muy buena. Todos bebían coca-cola. Para agasajar al anfitrión, Margarita se fue un momento a la cocina y le preparó un calimocho, vino con coca-cola, que ya hay quien dice que es bebida típica de Euskadi, como el vino o el pacharán.

Fue beber el calimocho y ponerse a morir. A José Antonio Cerqueira le faltaba la respiración. Se puso muy colorado, lo cubrió un sudor gélido, el corazón le latía en las sienes y en el cuello y tuvo que abrir el balcón en busca de oxígeno para sus pulmones. Al fin cayó sin conocimiento.

No tenían teléfono. El joven Cerqueira salió corriendo para avisar a una ambulancia desde la cabina de la calle o desde casa de un vecino. Margarita Sánchez Gutiérrez y sus dos hijos se quedaron cuidando del caído.

Llegó la ambulancia. Lo llevaron al Clínico. Y cuando en Urgencias le pidieron al hijo del portugués la documentación de su padre, buscó la cartera en el bolsillo de atrás donde siempre estaba... y no la encontró.

José Antonio Cerqueira estuvo ingresado cerca de 40 días y, durante ese tiempo, alguien utilizó su tarjeta de crédito (cuyo número secreto llevaba anotado en un papelito adjunto) y saqueó su cuenta corriente.

Eso contaba José Antonio Cerqueira y eso llevó a nuestro inspector Modesto a otro caso reciente donde también estaba implicado el nombre de Margarita Sánchez Gutiérrez.

El curioso caso de Piedad Hinojo, la señora de 67 años, natural de Teruel, que vivía sola con cuatro gatos y dos perros enfermos y que afirma haber sido atacada por la hija de Margarita Sánchez Gutiérrez. El martes 26 de septiembre de 1995, la hija de Piedad que vive en Olesa de Montserrat recibió una llamada de alarma de Sonia Navarro, la hija de Margarita Sánchez.

-Que hace días que no sé nada de tu madre. A ver si le ha pasado algo...

El yerno de Piedad entró en el piso por el balcón, porque no tenían llaves de la casa. Encontró a la pobre mujer tendida en el sofá, sucia de sus propios vómitos. Pensó que estaba muerta. Piedad había estado tres días inconsciente y, en el Clínico, pasará 15 días en coma profundo. Sufrirá entretanto un infarto, una neumonía y daños parciales en el cerebro, y no le darán el alta hasta el 19 de octubre.

Pero mientras ella estaba hospitalizada y mientras la vecina Margarita Sánchez telefoneaba al Clínico para interesarse por su salud, las hijas de Piedad Hinojo descubrieron que faltaban joyas en casa de su madre y que alguien estaba utilizando la tarjeta de crédito de Piedad para adquirir televisores y vídeos.Pusieron la denuncia el 29 de septiembre y el 4 de octubre Margarita Sánchez pasaba a disposición del Juzgado número 8.

No resultó demasiado difícil atraparla con las manos en la masa. Los familiares habían hecho gestiones en tiendas y entidades bancarias y ya se presentaron a la policía mencionando a la vecina malquerida. La misma Margarita había acudido a una entidad bancaria con la libreta de ahorros de Piedad Hinojo, y el cajero se negó a darle ni un céntimo. Me contaría mucho después la misma Piedad que uno de los comerciantes que le habían vendido a Margarita algún electrodoméstico con cargo a tarjeta ajena, la volvió a llamar con el pretexto de "cumplimentar una simple formalidad". Margarita acudió al establecimiento y se encontró con la policía.

Ella no podía haber falsificado la firma de Piedad Hinojo para usar su tarjeta, porque es analfabeta, pero era evidente que la compra la había hecho ella y, por tanto, tuvo que terminar aceptando que había sido su hija Sonia la que echó la firma falsa.

Margarita Sánchez quedó en libertad en espera de juicio.

Sobresaltó al inspector Modesto y a sus muchachos cuando e presentó a verles con una botella de whisky de regalo. Parecía querer agradecerles algo, o tal vez quería celebrar su libertad cuando había temido que iba a asarse una larga temporada entre rejas. Los policías rehusaron el presente, claro está, pero se quedaron con el recuerdo indeleble de aquella mujer del ojo cerrado, cuyo estrabismo la obliga mirar a la gente con el rostro vuelto hacia otra parte.

Y hete aquí que, 12 días después, llegaba a manos del inspector Modesto el caso de otra persona hospitalizada que había ido desvalijada mientras estaba en coma. Y el caso de Cerqueira era anterior al de Piedad Hinojo, porque el portugués había esperado a estar repuesto antes de poner la denuncia, mientras que as hijas de Piedad habían actuado con mucha mayor presteza.

-Tú tira, tira-, le dijo el comisario.

Hoy, el inspector Modesto no sabe decir si un caso como éste resulta emocionante o, más bien, una carga insoportable.

El caso es que se puso en ación como lo hacen los protagonistas de novela negra, como lo ice yo cuando me encargaron este reportaje: con la sensación e estar cumpliendo una misión trascendental. Si la vocación de todo policía tiene como origen la pica del cine o de las novelas, nuestro amigo Modesto debió de sentirse exaltado al emprender esta investigación que prometía la ruptura con la rutina. Yo mismo tuve la sensación de que todas mis novelas, hasta ahora, eran frívolas especulaciones, cuando pedí una entrevista con Modesto (y con los de Homicidios, y con el abogado de oficio, y con los denunciantes, etcétera), dispuesto a reconstruir minuciosamente el puzzle de la verdad.

Tal vez fueran los agentes Ideas Brillantes y el Perseguidor quienes se acercaron al anodino edificio del número 96 de la calle de la Riera Blanca, frontera entre Barcelona y L'Hospitalet. Montaron guardia ante la puerta. Siguieron a Margarita Sánchez y a su hija.

Y recibieron una de las sorpresas más desconcertantes de su carrera cuando los vecinos, al ser discretamente consultados por los investigadores, respondieron, sin dudar.

-¿Preguntan por la envenenadora? ¡Vive en el 1º 2ª!

No les costó nada enterarse de que todo el barrio daba por hecho que Margarita Sánchez Gutiérrez había matado a su marido, Luis Navarro; y al marido de su hermana Pepi, José Aracil; y a una vecina llamada Rosalía, y a un vecino llamado Manuel Díaz Rojas, y que había estado a punto de matar a su suegra y a no se sabe cuánta gente más.

Los clientes del bar Riera Blanca, cuando estaban en la terraza y, por tanto, debajo de la ventana de la casa de Margarita ponían platos encima de sus consumiciones, no fuera caso que La Tuerta les echara algo.

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