Banderillas al violín
Tomás Sánchez prendió al tercer novillo banderillas en la modalidad del violín. Un servidor no lo había visto nunca. Sí en gente de caballería; no a los de infantería. El llorado rejoneador Ginés Cartagena la practicaba mucho y provocaba en las multitudes el natural alborozo.A pie, en cambio, salvo el propio Tomás Sánchez con ocasión de un festival, uno diría que el banderilleo al violín constituye versión exclusiva y novedosa. Tomás Sánchez la ejecuta al quiebro, que esa sí es suerte antigua. La inventó el Gordito, según historiadores bien documentados, la practicaron los mejores banderilleros de toda época, y en la presente ha sido Morenito de Maracay el más consumado especialista.
Soto / Triana, Orero, Sánchez
Novillos de Soto de la Fuente, terciados, flojos, mustios; 3º y 6º, bravos.Domingo de Triana: tres pinchazos y tres descabellos (silencio); estocada (oreja). César Orero: pinchazo y estocada muy delantera (aplausos y saludos); cuatro pinchazos pescuueceros -primer aviso-, pinchazo pescuecero, golletazo -segundo aviso- y tres descabellos (silencio). Tomás Sánchez: pinchazo y estocada ladeada (silencio); dos pinchazos y estocada caída (aplausos). Plaza de Valencia, 29 de julio. 12ª y última corrida de feria. Media entrada
Curioso: fue en el mismo festival cuando este seguro servidor vio por última vez quebrar a Morenito de Maracay, a Tomás Sánchez por primera tocar el violín. Se homenajeaba a El Soro, diestro importante en el arte banderillero, que lo seguirá siendo en cuanto acierten con el mal de rodillas que le aqueja.
El Soro había inventado otra forma de banderillear que podría considerarse ciclópea: en lugar de cuartear el viaje al toro corriendo hacia adelante, según corresponde a los seres humanos, lo cuarteaba corriendo hacia atrás, a la manera de los cíclopes. Y al reunir prendía el par en todo lo alto. Pues así banderilleó también Tomás Sánchez. Ya quisieran algunos de Atlanta correr hacia adelante tanto como Tomás Sánchez corre hacia atrás.
Cuarteos, poder a poder, quiebros al estilo Gordito o al del violín... No es poco en estos tiempos. Cierto que unas veces Tomás Sánchez dejaba los pares en todo lo alto y otras en todo lo bajo, y que para él alarde del violín se le debió desafinar el Stradivarius, porque no acertó hasta la tercera. Pero ahí quedaron la valentía, la voluntad de agradar, la variación y el gusto.
No se pide otra cosa a los novilleros: que salgan a por todas. A los novilleros actuales les ha caído en desgracia tener como epígonos a unas figuras cursis y la cursilería hace presa en ellos. Antiguamente había maestros, había diestros de un valor que llegaba a la temeridad, había técnicos, había estéticos, y los novilleros podían elegir, les sobraban ejemplos donde aprender. Modernamente, por el contrario, la escuela de la tauromaquia viva es la comodidad y el alivio, pases sueltos, poco cruzarse, mucho componer posturas.
A esta escuela parecía pertenecer Domingo de Triana quien a un novillo pastueño le pegó naturales y derechazos embarcando sin disimulo con el pico de la muleta y manteniendo, la suerte firmemente descargada.
Vaya toreo, el de Domingo de Triana, calco de la aburrida neotauromaquia. A su primer novillo, sin embargo, no pudo darle ni esos pases ni ninguno, pues el animal estaba mustio y no se movía. La inmovilidad aquejó a casi toda la novillada. Al segundo, César Orero le planteó valiente faena, porfiando por si sacaba algún pase y sólo consiguió un serio revolcón. Procedía el desquite en el quinto, y ahí estuvo Orero muy premioso, mal matador, virtuoso del pinchazo pescuecero y el golletazo.
Por excepción saltaron a la arena dos novillos bravos. Uno recargó y desmontó, otro se recreció al castigo, pero ahí se dejaron el fuelle y acabaron agotados. Tomás Sánchez se midió con ellos derrochando coraje y esa era demostración de que quiere ser torero. Un novillero que se arrima, que le voltea el toro y ni se mira, que lancea decidido, que quiebra y que pone banderillas al violín, tiene derecho a que le den plaza. Y si no se la dan os que los taurinos no valen un duro.
Babelia
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