Carrusel de actores
Mientas una parte de la crítica se lamenta de la ausencia de grandes espectáculos, de grandes directores -el director es quien, aquí como en otros festivales, atrae con su firma al público sabio confirmando la notoriedad, y a veces el fracaso, de un espectáculo-, otra parte se consuela frecuentando a intérpretes, actores y actrices, de una calidad extraordinaria que este año, como en anteriores ediciones del festival, se han dado cita en Aviñón.Philippe Clévenot es uno de ellos. Con 50 años cumplidos, Clévenot ha trabajado en el teatro y el cine bajo las órdenes de J. P. Vincent Planchon, Langhoff, Zadek, Jourdheuil, Sobel, Brigitte Jacques (Elvire / Jouvet, 40. Clévenot interpretaba el personaje de Louis Jouvét. Ganó un molière), Bruno Bayen, Feret, Blier... Es un actor enorme y a la vez difícil. Últimamente bebía, lo que le impedía aceptar tal o cual papel. Pero cuando está sobrio, en plena posesión de sus grandes facultades interpretativas, es un monstruo, una auténtica bestia -feroz y, a la vez, de una extrema dulzura- del escenario. Su última proeza, la pasada temporada: Artaud le momo, una lectura encarnación de A. A. en el Vieux Colombier que cortaba la respiración.
Clévenot ha acudido a Aviñón, a la 50ª edición del festival, con un poema en prosa de Hans Magnus Enzensberger, Le naufrage du Titanic, que el autor subtitula "una comedia". El naufragio del Titanic a dos años de la gran camicería de 1914-18, el hundimiento de aquel orgullo de los mares, le sirve al escritor alemán e metáfora para iniciar una navevación, más bien accidentada, a través de archipiélagos esperanzados e islotes cubiertos de ilusiones perdidas, de Cuba a Berlín, como en una canción de Leonard Cohen, interpretada por la impecable dantesca orquesta de baile del Titanic.
Nombro a Cohen porque, esta es la sensación, la voz que me vino a la miente y al oído mientras leía la traducción francesa de Robert Simon (Gallimard. En España el poema ha sido editado por Anagrama) en la terraza de La Civette, atosigado por la parafernalia festivalera, chillona, que se apodera de la plaza del Horloge al caer la tarde en la vigilia del 14 de julio. Pero ya en el teatro -el claustro delos carmelitas, al aire libre, bajo un cielo azul, estrellado-, la voz de Clévenot se impone y hace que me olvide de Cohen. La amplia tesitura de su voz; su paso, armonioso, del agudo al grave; su escandalosa y a la vez recoleta, tímida, como la de alguien que pide disculpas, demostración de su dominio de la lírica, de la ironía, del sarcasmo; ese haraquiri moral y vocal de Clévenot, que se inicia con el apenas audible ruido que produce el navío al chocar con el iceberg para acabar haciéndose insoportable con los gritos de los gaseados del 14, de las víctimas del 4, del..., hacen de él uno de los actores más completos, más extraños, más imprevisibles y asombrosos de su generación Amén de sus silencios, silencios de más de uno y dos minutos, iguales a las lágrimas por asomar sin conseguirlo; silencios que me recuerdan los de Alain Cuny cuando recitaba a Claudel, mano a mano con el mistral. SóIo por escuchar ese largo poema del alemán en la voz de Clévenot (secundado por Clotilde Mollet) Valía la pena haber venido este año a Áviñón.
Jean-Louis Trintignant, Gérard Desarthe, Roland Bertin Míchel Piccoli, Francoise Fabian, Didier Sandre, Nada Strancar, Fabrice Luchini... son algunos de esos grandes intérpretes que, al igual que Clévenot,, acuden cada año a Aviñón. Del 18 al 27 de julio van a leer textos de Hugo, de Jouvet, de Dickens de Barthes, de Proust, de Aragon, de Diderot..., en el museo Calvet, el cual después de permanecer siete años cerrado, en obras, ha vuelto a abrir sus puertas, dispuesto a convertirse en tina de las principales pinacotecas de Francia. Tengo reservada entrada para el día 24, para escuchar a Denise Gence Ieyendo Le spleen de Paris, de Charles Baudelaire. La señora Gence, de 72 años, entró en, la Comédie hace 50 años y permaneció en ella hasta su jubilación, en, 1986. Desde entonces, es sociétaire-honoraire de la misma y el pasado día 14 fue nombrada Por el presidente del Gobierno francés comendadora de la orden de la Legión de Honor. La señora Gence, toda una institución y una actriz exquisita, sin uno solo de los tics declamatorios de la vieja
Comédie, leyendo a Baudelaire entre las paredes del museo Calvet es la mejor receta contra la parafernalia festivalera. La in y la off.
Babelia
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