Alain Françon abre el certamen con un 'Eduardo ll' estremecedor
Aviñón, Cour d'Honneur del Palacio de los Papas, 0.55 horas del miércoles 10 de julio. El público, la mayoría con prendas de abrigo, algunos incluso envueltos en mantas -sopla un viento a menudo violento, más fresco de lo habitual, muy desagradable-, lleva tres horas con el culo pegado a sus asientos (buenos asientos, a Dios gracias). La función ha empezado a las 22.10 horas del martes 9 de julio. La función -Eduardo II, de Marlowe, en la traducción francesa de Jean Michel Déprats y puesta en pie por Alain Françon inaugura la 50ª edición del Festival de Aviñón, el festival que Jean Vilar se inventó en 1947.
Quince minutos antes de finalizar la función, que durará, sin interrupción, tres horas se produce el asesinato de Eduardo II. Habían desertado ya unas 150 o 200 personas, tal vez algunas más, y a buen seguro había algunas más dispuestas a hacerlo. Pero el asesinato del rey Eduardo se lo impidió.En la versión catalana de Carme Serrallonga de Eduardo II que Lluís Pasqual ofreció en el Teatre Lliure -con Flotats en el rôle titre, en 1978-, al rey Eduardo lo estrangulaban, tal como ocurría en la versión castellana de Jaime Gil de Biedma y Carlos Barral de la adaptación brechtiana de la obra que el mismo Pasqual presentó en Madrid, en 1983.
Pero en Aviñón, a Eduardo, lo ejecutan de maner muy distinta. Siguiendo el texto de Marlowe, el cual a su vez sigue la crónica de Holinshed, al Monarca, amante del puto Gaveston, no lo estrangulan: lo empalan. Le introducen en el culo una broche (en la versión de Déprats) al rojo vivo hasta que muere. Y eso lo vimos. Y vimos todavía más. Mientras arreciaba el viento y el frío empezaba a calarse en los huesos, vimos a ese actorazo, Carlo Brandt, cómo era rescatado por sus verdugos de la cloaca en que se hallaba preso, situada en la torre de Londres, donde, al parecer, iba a acumularse toda la mierda y los orines de la capital. Pues bien, los verdugos liberan a Eduardo de esa cloaca, lo sacan desnudo, prácticamente a pelo -tan sólo una ligerísima tanga le cubre-, lo recuestan en una tabla y lo empalan hasta que muere. Y luego -el actor sigue vivo, claro está, pero más de un culo de la Cour d'Honneur ha acusado el golpe-, los verdugos lo devuelven a la cloaca: una charca de agua -esperemos que sin mierda ni orines-, debajo del escenario.
Y es precisamente por esa proeza -cómo denominarla si no-, que el público, esas 50 o más personas dispuestas a abandonar, se quedó preso en sus asientos, con el culo sensible a esa broche candente, para algunos cincuentenaria, para los más performántica -perdonen la palabra-, inolvidable. Eduardo II, un Marlowe correcto, en lucha contra los ele mentos, con una traducción es pléndida, una puesta en escena un tanto osada, pero menos que la de Pasqual y, en definitiva, menos brillante y generosa; con una interpretación muy desigual, en la que destacan el personaje de la reina Isabel (Dominique Valadié, actriz de Vitez) y el maquiavélico Mortimer (André Baeyens), que ha abierto este 50' festival de Aviñón y quedará para siempre, al menos para mí, como la imagen de ese rey empalado. No ha sido una noche memorable, como suele escribirse en francés y en castellano, pero sí ha sido una noche inolvidable / inoubliable. Gracias a ese Eduardo, a ese actorazo, ginebrino, familiar de Besson y de Langhoff, y de Lavaudant; gracias a ese cuerpo desnudo, con la broche todavía en el ano, que volvía a la cloaca de la historia y daba, en cierto modo, sentido y alegría al festival.
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