Sombras de China
EL PRIESIDENTE chino, Jiang Zemin, ha hecho todo lo posible para eludir en su visita a España la cuestión de los derechos humanos. Deseoso de evitar roces con sus huéspedes, el Gobierno del PP ha mantenido la política de sus predecesores de evitar que los derechos humanos monopolicen el diálogo con China. Tan sólo ha abordado esta cuestión con timidez. La respuesta ha sido la ya clásica: que el desarrollo económico prima sobre el respeto a los derechos humanos. China cuenta con un ejemplo tan próximo como disuasorio, el del desmantelamiento caótico del comunismo en la URSS.Pekín siempre ha afrontado sus relaciones con el mundo exterior con mucha susceptibilidad. En sus tiempos imperiales se consideraba el centro del mundo y tenía a todos los demás pueblos por bárbaros; luego vino el sentimiento de humillación y resentimiento provocado por su sumisión al colonialismo occidental; ahora, con un cada vez más ligero barniz marxista, exhibe un nacionalismo agresivo en el que se mezclan el orgullo por un pasado glorioso, la conciencia de su renovada fortaleza y la convicción de que Occidente necesita sus inmensos mercados. Pekín ha advertido que primará a los países que no hagan de los derechos humanos una condición para las buenas relaciones económicas. Esa actitud ha vuelto a manifestarse en su airada reacción a la declaración del Parlamento alemán condenando las violaciones de los derechos humanos en el Tíbet, cuando Kohl había apuntado a China como una de las áreas prioritarias de la política exterior alemana.
Pero China también necesita al mundo y las inversiones y mercados extranjeros. De ello da prueba la mayor movilidad de sus dirigentes, nuevamente confirmada por la visita de Jiang Zemin a España. Por su PIB, China es ya la segunda potencia mundial, y si se mantiene el crecimiento económico en tomo al 10% anual, el siglo próximo llegará a ser la primera, contando además con un enorme potencial militar, sin que por el momento haya definido claramente -es uno de sus grandes retos- el papel regional e internacional que busca.
Desde la violenta represión de la revuelta de Tiananmen en 1989, los occidentales se preguntan periódicamente si es moralmente lícito hacer negocios con China. Preguntas similares pueden plantearse respecto a muchos otros países con los que nos interesa impulsar el comercio y la interdependencia económica. Las relaciones económicas de España con China avanzan a buen ritmo. Impulsadas por el viaje de Felipe González en 1993, la feria Expotécnica celebrada en Pekín en 1994 y la visita de los Reyes en 1995, las exportaciones y las inversiones españolas en China progresan notablemente. Las exportaciones españolas han alcanzado ya la cifra de 110.000 millones de pesetas, lo que convierte a este país en nuestro segundo mercado fuera del ámbito de la OCDE, por delante de Marruecos.
Las relaciones bilaterales carecen aún de la fluidez e intensidad que tienen las de China con otros países europeos. El Gobierno ha solicitado con razón a su huésped chino la agilización de las formalidades administrativas que dificultan la instalación de empresas españolas en aquel país. Y ha denunciado las falsificaciones de productos españoles que allí se practican. Razón tienen también todos aquellos que han denunciado la sistemática violación de los derechos humanos en China. Pekín no puede creer que los intercambios en interés mutuo suponen la aceptación de la política represiva que practica contra sus ciudadanos.
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