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Tribuna:
Tribuna
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¿Qué hay?

Hay, por haber de todo y no agostar de entrada la luz del veraneo, aquello de lo que se habla porque ocurre, aquello que se dice para que acaso sea, y luego, a relativa distancia, aquello que a menudo, ya a punto de salir, se atranca. Con tantísimo haber, oscilamos como buenamente podemos entre lo uno, lo otro y lo de más acá, entre subdivisiones laberínticas, potestades, arcángeles, boleros, camelias, tronos, dominaciones y hasta gula del Norte refrigerada. Y de postre, ¿qué? Nadie se llama a engaño por el manglanillo de marras, si bien muchos pensamos que pensamos mucho más en Liberia, ese campo de golf sin agujeros, que en Induráin, Clemente o Barrionuevo.Mas, dicho lo que hay, nada me seda tanto como escuchar al esmerado apóstol de la experiencia oral, Julio Anguita, cuando, si la memoria ahistórica no me falla, fija en un santiamén el poco esplendoroso presente nuestro tras la fuga, en patera voladora, de la hija del general Ufkir: "Lo que ocurre es que la gente real de la calle sabe que nosotros tenemos todo un rosario de alternativas frente al inexistir de un futuro concreto... "

Loado sea ese lenguaje-pinza, experiencial y nítido, que sujeta a la turbia realidad por las solapas para abrimos los párpados de la conciencia y disipar tinieblas circundantes. A mí me seda, sí, y hasta me aterciopela, que se hable no sólo por hablar, que ni falta haría, pues el caso es que aquí se habla de lo que de verdad acontece. Y, como ese lenguaje predomina por verdadero, la verdad es que se ha convertido ("¿a que está rico?") en cosa ya harto inútil de seguir. Nos da, por fin, igual que alguien confiese un gusto o un disgusto; todo se presupone a partir del amago, pues las palabras sucesivas (y sucedidas) que ese alguien emplea para confesarse en plural no nos descubren nada que no hubiésemos visto a la primera. No por sagacidad, palabra, sino por finisecular costumbre.

¿Adónde vamos a parar? A aquello que se dice para que acaso sea. Y, para quien me cale contagiado del hálito de Anguita, he aquí que ya llegamos a ejemplos más precisos. Sin ir muy lejos, al de aquella monja madura que, al decir de Santa Teresa, "nunca pudo tener sino oración vocal, y asida a ésta lo tenía todo; y si no íbasele el entendimiento tan perdido que no lo podía sufrir". Esa necesidad de vocalizar para unirse a lo nombrado, remoto y mudo, es la necesidad de hablarle al silencio, de verlo sacudido por un decir que sólo se consuela con voz, con aquello que tal vez es para no suceder jamás. De ese aliento con voz nos hablan esos libros de los que apenas se habla porque no acaban de ceñirse a aquello que se piensa que ha ocurrido. Mientras escribo el último artículo de este curso escolar, mientras preparo las maletas y veo que casi todo sigue pendiente, echo una mirada más a eso que ha ido quedándose sobre la mesa. La desazón, creada como un deber, es lo que Miguel Sáenz nos deja en el libro titulado Thomas Bernhard / Una biografía (Siruela, 1996). Desazón hilvanada con pertinentes citas de poemas, a través de las cuales se expresan tanto el escarmentado Juan del Encina como la punki Gertrudis Gómez de Avellaneda.

El escritor peruano Carlos Meneses, en Borges en Mallorca (Aitana, 1996), habla de las comicidades y emociones que se desprenden de aquella estancia juvenil del maestro en la isla, capaz de rematar una parábola con un plumazo: "Arribado que hubo a esa cúspide, vio que era imposible libertarse". Habla José Luis Jover, en Cierra los ojos hasta que yo te diga (Diputación de Cuenca, 1996), de lo que ve porque su mano lo inventa: "El escotado frailón /nunca sabías si miraba / de frente o de refilón". Y habla Amalia Iglesias, desde Dados y dudas (PreTextos, 1996), de lo que siente que así es: "Pero la eternidad la escribe / la mínima existencia del saltamontes / que hace ruido en mi mano". Y hablan en los Cuadernos del matemático, revista de Getafe, los que nunca desoyen aquello que no acaba de ser: de Clara Janés a Lepoldo María Panero, pasando por Juan Cobos Wilkins. Y resuena, como acompañamiento, la revista conquense de arte sonoro «Ras», con piezas de Duchamp, Schwitters y Beuys.

Y luego está lo otro, lo que se atranca. Otra vez.

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