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Tribuna:
Tribuna
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Balance arbóreo

En esta Comunidad no nos privamos de nada. Resulta que hasta tenemos un "loco de la motosierra", un frío, despiadado y alevoso asesino de árboles que, actuando con nocturnidad, ha talado ya más de mil ejemplares en distintos términos municipales madrileños. El Servicio de Protección de la Naturaleza de la Guardia Civil -¡viva la Guardia Civil!- anda tras sus huellas, todavía en vano. Hagamos votos para que lo atrapen cuanto antes y también para que la justicia no defraude en esta ocasión a la ciudadanía e imponga al sujeto en cuestión una pena ejemplar, amén.La noticia es horripilante, sobre todo si tenemos en cuenta que este tipo de demencia se contagia. ¿Recuerdan la ola de suicidios "a lo bonzo", la moda de los secuestros aéreos, o las carnicerías de ciudadanos anónimos e inocentes, modalidad que parece haber arraigado con fuerza en nuestro país? Sería interesante averiguar, cuando llegue el momento de la expiación, si llega, quién propagó la enfermedad al delincuente. ¿Acaso los ayuntamientos? Yo veo por toda la provincia casos patéticos: curiosamente, en algunos de los térmicos próximos a los bosques devastados por los temporales de nieve del invierno pasado -Navacerrada, Cotos, Navafría, Canencia- la motosierra municipal ha funcionado como nunca. "¿Cuanto peor, mejor?". No sé, no entiendo, no contesto, pero hay árboles urbanos seccionados horizontalmente por la mitad, con tocones resultantes poco más altos que una persona, todo un espanto.

¿Y en la capital? Me gustaría hacer un breve balance del primer semestre, en la presunción -seguramente estúpida- de que en el segundo, verano y otoño, habrá por razones estacionales un mayor respeto hacia el árbol. El primer shock colectivo nos sacudió el 17 de marzo al denunciar este periódico las horrendas podas / talas sufridas por los árboles en los distritos de Moratalaz, San Blas, Retiro, Arganzuela, Vallecas y Puente de Vallecas. Vi las correspondientes fotos, comprobé luego in situ los estragos, me avergoncé del ser humano, si se le puede llamar así a eso. Más aún me dolió averiguar que los ediles definían tales desmanes como "conservación de los árboles" y que los autores de los mismos, en vez de comparecer esposados ante la dichosa justicia, cobraban nada menos que 3.500 millones de pesetas por su tropelía. Como muchos de los ejemplares así "conservados" -¡qué tremenda ironía!- están heridos de muerte, a eso habrá que sumar el coste futuro de reemplazarlos. De tal tipo de situaciones saben mucho, para su desgracia, los árboles de Canioens y Ruperto Chapí, en el parque del Oeste, o los de la lindera avenida de Séneca.En los meses subsiguientes, aunque con actuaciones menos apocalípticas, la motosierra municipal continuó su labor destructiva. La risa fue por barrios: la calle Profesor Waksman, por ejemplo, era un auténtico y hermoso túnel de verdor el año pasado, y hoy una solanera. Poda malísima, nefasta: esos maltratados plátanos se defienden de la agresión brotando hacia abajo, por el tronco, preludio de enfermedad y posible muerte. La misma actitud antinatural y quizá suicida han adoptado las infelices acacias de la plaza de Santa Bárbara, que adornaban las aceras. Además, tienen que estar verdes de envidia en lo poco que pueden, contemplando la lozanía de los plátanos del bulevar, que se han librado de la salvajada. Las altísimas y antaño frondosas acacias de la calle Viriato, desmochadas, asoman un penacho de ramitas póstumas al final, de los muñones: se les ha puesto cara de pájaros locos. El último tramo de la calle Miguel Ángel, talados sus árboles, se ha convertido en inmisericorde desierto urbano ante el hotel del mismo nombre, la antigua Diputación y hasta -apesar de los pactos- la Caixa. Muchas veces me extasié el otoño pasado ante la belleza y frondosidad alcanzada por los plátanos de la calle Toledo. Bueno, pues se acabé, el éxtasis: ¡se la han cargado con todo el equipo! Y así sucesivamente.

Fue por barrios la risa y no todos rieron por igual. Si hubiese un premio a la sensibilidad arbórea y estuviera yo en el jurado, votaría a la joven concejala Beatriz Elorriaga, presidenta de la Junta Municipal de Tetuán y respetuosa -salvo dos o tres deslices para mí incomprensibles- con los árboles de su distrito.

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