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¿Gobierno sin oposición?

Emilio Lamo de Espinosa

Atentos como estábamos a la inactividad del PP -hasta que ésta se ha trocado en hiperactividad febril: hoy recortes, mañana liberalizaciones, pasado farmacias-, no apercibíamos otra inactividad menos visible: la de la oposición. Cierto que el Gobierno entrante merece un respiro para asentarse en sus sillones de mando. Pero debemos preguntar qué cabe esperar de la oposición socialista en los meses (¿años?) próximos.Desde el otoño de 1993 la política española ha vivido al ritmo que le marcaban las revelaciones periodísticas y sus ulteriores consecuencias judiciales. Hipotecado a la marcha de la justicia penal, el Gobierno PSOE era incapaz de retomar el vuelo, controlar su agenda, imprimir orientación y, en definitiva, gobernar. Su paralización llevó a CiU a retirarle el apoyo y ello condujo alas recientes elecciones con las que los españoles esperábamos, entre otras cosas, dar un salto cualitativo más allá de la judicialización de la política y la politización de la justicia. Al conocer los resultados electorales del pasado marzo, señalaba en esta columna que eran los mejores posibles para el PSOE, pero no necesariamente para el socialismo. Me reafirmo en esa impresión inicial; a la que añado que tampoco eran los mejores para España. Pues el escaso margen de 300.000 votos ha reforzado al antiguo liderazgo socialista, el mismo que estuvo y está preso de sus hipotecas jurídicas.

Yasí, si a lo largo de la década 1983-1993 el PSOE carecía de oposición, me temo que el PP va a gozar del mismo trato durante bastante tiempo, tanto cuanto dure la incertidumbre GAL. Pues un PSOE que, como Gobierno, fue incapaz de quitarse de encima el lastre de sus altos cargos procesados o procesables, en la oposición aparece doblemente hipotecado: a las iniciativas y ritmos de la administración de justicia, pero también a las que el actual Gobierno puede tomar para favorecer, inhibir o retrasar las iniciativas judiciales. Pendientes de Garzón o la Sala Segunda y pendientes de que el Gobierno acceda a revelar secretos de los que es hoy depositario o a la composición del nuevo Consejo General del Poder Judicial, los actuales líderes del PSOE, y más allá del voluntarismo de no pocos de ellos (como Almunia, Rubalcaba o Borrell), sólo pueden hacer lo que hacen: irse de viaje, callar o pedir perdón.

Hipoteca que el propio PSOE contribuye a reforzar cada vez que la sede de Ferraz se ofrece como escenario de defensa de altos cargos inculpados, implicando al partido en crímenes de Estado como antes trataron de implicar a los electores de Madrid, quienes, por cierto, contestaron de modo rotaundo. Y que se traslada a las "nuevas generaciones" socialistas cuando su ingreso en el partido es ocasión para lucir héroes de la guerra sucia como modelo de militantes, corrompiendo así el futuro del socialismo español.

Pero si repasamos cómo se pudo llegar a las atrocidades del caso GAL, o cómo fue posible la corrupción continuada del Ministerio del Interior o del Gobierno de Navarra, la respuesta es siempre la misma: debilidad de los controles institucionales (Parlamento, Tribunal de Cuentas, Fiscalía del Estado) a causa de la inexistencia de una oposición activa. Todo lo que puede salir mal acaba saliendo mal y un Gobierno sin oposición está abocado a excesos. Por ello, y más allá de la pospuesta y probablemente abortada renovación del PSOE (pendiente de un congreso cuyas fechas dependen de la Sala Segunda), lo relevante es si nos encontramos, de nuevo, con un Gobierno sin oposición. Cierto que el país ha superado la ingenuidad reverencial hacia su élite política y tanto la prensa como la judicatura tienen el camino abierto para hacer cumplir las leyes a los nuevos gobernantes. Pero confiar en los controles de la prensa o la justicia es, lamentablemente, desconfiar, de nuevo, de los controles políticos y, muy especialmente, de los del Parlamento. Pues quienes distorsionaron la política española como partido de Gobierno siguen distorsionándola, ahora como partido de la oposición. Y así, hemos cambiado de Gobierno, pero quizás al precio de quedarnos sin oposición.

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