El embudo Schengen se atasca en el Estrecho
Melilla y Ceuta reclaman ayudas a la Unión Europea para resignarse a cumplir el papel de filtro con Africa
El embudo del paraíso Schengen, que facilita la libre circulación por Europa, está en Ceuta y Melilla. Estas dos ciudades españolas sirven de muro de contención en África al tránsito de sus inmigrantes ilegales por la Unión Europea. Las consecuencias de ejercer ese filtro, económicas (100 millones de pesetas al año) y sociales (conflictos esporádicos), son muy parecidas en ambas plazas y sus responsables políticos reclaman para sus exiguas arcas alguna recompensa. Melilla ha pasado esta semana por la encrucijada de violencia que ya vivió Ceuta hace nueve meses porque el canuto por el que se viaja al primer mundo se atascó. La acumulación en Melilla en el último año de 130 subsaharianos sin perspectivas de salida y en condiciones indignas fue la chispa que encendió la reyerta entre tres de ellos. Esa misma mecha prendió en Ceuta.P. l., un nigeriano de 30 años, anglófono, apareció por Melilla en noviembre. Llevaba ocho meses frustrado y olvidado en un patio del antiguo hospital de la Cruz Roja local cuando se le "calentó la cabeza", como dicen sus compañeros. En la madrugada del pasado domingo la emprendió a botellazos contra dos compatriotas francófonos. Unos aseguran que se valió del alcohol como espoleta y que en la bronca relucieron las navajas. Los tres resultaron heridos. La policía, avisada de la refriega, se topó al llegar al recinto con un centenar de centroafricanos no muy dispuestos al diálogo ni a regresar a sus guaridas, un campamento levantado con viejas tiendas de campaña y que quedó arrasado. Tampoco es el primero que destrozan. El estallido de Melilla ha reabierto el problema que padecen desde hace cuatro años dos ciudadades españolas enclavadas en el norte de África y que ejercen cada vez con más resignación ese papel no escrito, y sobre todo no retribuido, de puerta sur de Europa.
En Melilla, las autoridades, ahora todas del Partido Popular, continúan achacando sus males a la permeable gestión del denominado "perímetro fronterizo", implantada durante el último decenio por el anterior delegado del Gobierno, el socialista Manuel Céspedes. El PP prometió arreglar el conflicto inmediatamente. La realidad ha impuesto su crudeza. Blindar la frontera mata el comercio, el oficial y el "atípico" y a nadie le interesa.
El alcalde presidente de esta comunidad, Ignacio Velázquez, sigue mirando para atrás -"dejarme unos meses más de plazo"- y también hacia fuera, es decir hacia Madrid y Bruselas.
El alcalde presidente de Ceuta, el localista Basilio Fernández, coligado con el PSOE, opina igual y quiere lo mismo. Fernández concluye que en Melilla ha ocurrido lo que sucedió en Ceuta en octubre, cuando 350 centroafricanos hacinados se enfrentaron con residentes y policías y se produjo incluso un muerto. También fueron expulsados rápidamente a Málaga. Desde octubre se han acumulado otros 275, uno de ellos, por cierto, cabecilla de aquella revuelta.
Voces autorizadas opinan en ambas plazas que no se fue lo suficientemente contundente cuando empezaron a llegar y que se les trató demasiado bien. Eso sí, niegan cualquier atisbó de ramalazos racistas. Apuntan que los cuatro primeros subsaharianos que se plantaron en Melilla fueron alojados en habitaciones individuales en el hospital de la Cruz Roja, con baño particular y televisión. Que tramitaron rápidamente su solicitud de refugio y que recibieron del Ministerio de Asuntos Sociales 30.000 pesetas para su manutención. Sonó el tam-tam.
Las autoridades de Ceuta y Melilla se quejan de que algunos de sus conciudanos -aluden a miembros de ONG- fueron los que aconsejaron a los inmigrantes que perdieran su documentación. Sin pasaporte es imposible repatriarlos. Lo cierto es que los subsaharianos han aprendido de carrerilla varias lecciones, pero también que son las ONG las que les encuentran trabajo y acceso a la Península.
Ignis Okpech, de 29 años, natural de la misma sabana tropical de Edo que el nigeriano detenido por la pelea del domingo, dice que nunca había oído hablar de Melilla y que apareció allí cuando pasaba por el norte de África huyendo de la dictadura militar de su país. Asegura que recorrió más de 3.000 kilómetros sobre el desierto en todo tipo de transportes y que ese viaje le costó 800 dólares, unas 100.000 pesetas. Niega haber sido sometido al tráfico humano, cuyo coste varias autoridades ratifican entre 100.000 y 500.000 pesetas. Explica que no tiene papeles porque no le dio tiempo a recogerlos en su escapada.
La cantinela es mayoritaria y ahora sólo la recita en español Seku Papa Camara, el líder de Calamocarro, el campamento habilitado por la Asamblea de Ceuta en un pinar a 10 kilómetros de la ciudad. Papi Camara, que maneja con simpatía varios idiomas, empleó 27 meses para llegar desde Sierra Leona a base de sacar callos trabajando en Dakar, Mafi, Burkina, Níger y Argel."Paseando está claro que no vienen. No hay más que verlos, con ese aspecto tan saludable...", ironiza Carlos Benet, un parlamentario melillense del PP. El regidor, por su parte, presume de que no están famélicos por los alimentos que el Ayuntamiento sufraga, a razón de 500 pesetas por ración de rancho.
También pronostica el cansancio e sus vecinos, sobre todo los 4.000 parados, si esta sangría no tiene fin.
Que alguien les alecciona para entrar a Europa por las fronteras e Melilla y Ceuta se demuestra con las decenas de cartas remitidas por sus familiares a las sedes de la Cruz Roja. Impermeabilizar esos 16 kilómetros es un anacronismo. "Si para dejar atrás el hambre están dispuestos a cruzar el Estrecho, ¿no van a saltar una lambrada?", admite el delegado el Gobierno en Ceuta, Javier Cosío.
Los 1.200 policías y guardias civiles españoles repartidos entre ambas ciudades son escasos. Y Marruecos no es que no coopere. Los mehaismi, sus fuerzas auxiliares del Ministerio del Interior, han sido captados por una televisión enseñando un camino del coladero hacia Schengen.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.