Dios en clase
NO PARECE concebible que la sociedad. española de finales del siglo XX se vea arrastrada a episodios de una guerra de religión. Si tal hipótesis es felizmente descartable se debe al grado de madurez de la sociedad española, a su aprecio de la convivencia y a su convicción de que el pluralismo y la tolerancia son valores a defender por encima de todo. De ello, ha dado pruebas más que sobradas frente a las pretensiones de confesionalismo militante que no ha dejado de mantener la jerarquía de la Iglesia católica en lo referente a la enseñanza de la religión en la escuela pública. Éstas se manifiestan ahora con renovado ímpetu tras el acceso al poder M PP, un partido que, según el presidente de la Conferencia Espiscopal, Elías Yanes, es más receptivo que el PSOE a las exigencias de la Iglesia.La enseñanza de la religión católica en la escuela es materia de conflicto desde la fundación de la democracia española. Resolverlo a gusto de todos parece imposible, pero los socialistas consiguieron unos compromisos que hacían compatible la aconfesionalidad del Estado con la enseñanza de la religión para los estudiantes que así lo decidieran. Este equilibrio puede romperse si el Gobierno del PP decide hacer de la religión una asignatura escolar con valor académico, computable como el resto de las disciplinas, e impone a los alumnos que no quieran una enseñanza confesional de la religión el estudio de una asignatura alternativa con carácter obligatorio.
Es cierto que, tras los primeros anuncios oficiales que apuntaban en esa línea, la ministra de Educación y Cultura, Esperanza Aguirre, parece haber dado marcha atrás o al menos ha negado que haya una decisión al respecto. Pero es comprensible la alarma que las primeras proclamaciones han suscitado en el ámbito sindical de la enseñanza, las asociaciones de padres de orientación laica y los partidos de oposición. Obligar a los alumnos que no deseen estudiar religión a cursar una asignatura de ética y puntuar con nota ambas materias -la religión y la ética- tiene difícil encaje en un Estado laico y no confesional. Otra cosa es que la religión, como fenómeno social y cultural, y los valores éticos merezcan figurar de la forma más solvente y objetiva en la formación de los alumnos.
La jerarquía católica nunca ha aceptado las sucesivas fórmulas barajadas para dar una solución adecuada al problema, de la enseñanza de religión. No sólo ha pretendido que la asignatura formara parte del bloque curricular académico en igualdad de condiciones con el resto de materias académicas, sino que ha combatido las opciones contempladas para los alumnos que decidían no matricularse en ella. En los primeros tiempos se opuso a la implantación de la ética como alternativa ante el temor. de que se transformara "en un arma ideológica contra la enseñanza religiosa manejada por partidos políticos de inspiración marxista", como afirmaba un documento de la Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis en 1982. Impugnó después la fórmula de estudio asistido para los alumnos que no cursan religión por considerarla académicamente discriminatoria para los que optan por esa enseñanza. Pero tampoco ha estado de acuerdo con la fórmula religión o patio que se barajó. Porque temía que tal opción provocara una fuga al ocio de potenciales alumnos de religión. La situación actual es insatisfactoria porque hace académicamente inútil el tiempo de quienes no acuden a clase de religión. Luego el problema persiste y requiere soluciones. Pero se equivocaría gravemente el Gobierno del PP si, tentado por ciertos círculos, recurre a recetas del nacionalcatolicismo.
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