Ellas tenían un nombre
Reconstrucción de la vida y muerte de las cinco prostitutas asesinadas en los últimos siete meses en Madrid
La calles de Madrid viven noches violentas. Cinco prostitutas han sido asesinadas desde noviembre pasado. Cuatro ejercían en la calle y eran toxicómanas. La otra víctima era una prostituta de lujo. La policía, que ha resuelto tres casos, niega que pueda haber un autor común, y atribuye los crímenes a la violencia propia de un mundo poblado de drogas, chulos y navajas. Un territorio salvaje por el que estas cinco mujeres transitaron cargadas con un pasado que no recogen los informes policiales ni judiciales. Se llamaban Olide, Araceli, Inés, Rosario y Margarita. Tres fueron estranguladas; las otras dos, acuchilladas o apaleadas.Olide. Valerie. Francesa. 30.000. Así se presentaba en los anuncios Olide Joselyne Blandy, francesa, de 32 años. La mujer murió de cinco puñaladas la noche del 7 de noviembre de 1995 en un apartamento de la calle de Viriato, 2 (Chamberí). Había llegado a España hacía unos cinco años. Con título universitario en letras, sin antecedentes y con buena presencia, Olide era conocida en la noche de Arganzuela como una "chica simpática, fina y con chispa" que se presentaba a sí misma como traductora. Amante del flamenco, más de una vez bailó para sus amigos de copas. "No sabíamos que fuese prostituta. Creíamos que era de buena familia", dicen los que la trataron.
Para otros conocidos, Olide era Valerie, una prostituta experta que incluso había protagonizado una película porno financiada por una productora malagueña. Su nido, por el que pagaba 70.000 pesetas al mes, estaba situado en el sexto piso del rotundo edificio Cardenal. Los vecinos la veían entrar acompañada de hombres bien vestidos.
La muerte de Valerie fue descubierta por casualidad. Una vecina se quejó de una filtración de agua. El conserje subió a ver lo que pasaba. Al primer timbrazo nadie contestó, tampoco al segundo, ni al tercero. El hombre decidió entrar. Se encontró con el grifo de la cocina abierto y con el cadáver. Yacía desnudo y con cinco puñaladas. Los cortes en brazos y muslos evidenciaban su resistencia.
El apartamento, con todo, guardaba un orden ajeno a la brutalidad del asesinato. Sobre una mesa permanecían, en compañía de dos vasos, una botella de whisky y otra de cerveza. Del asesino sólo quedaron dos pistas: se había llevado el dinero del bolso y había dejado un reguero de sangre que moría en el ascensor. La policía aún no ha dado con el criminal.
Araceli. Al amanecer, Araceli Guillén Burón, de 40 años, despertaba en el bar Cristal, de la calle de Valverde, con un vaso de agua y una copa de anís La Castellana. Un trago transparente que le devolvía el calor de los buenos días y la preparaba para las malas noches. Allí, sentada, sus ojos marrones veían el pasar de esos hombres que cuando el hambre apretaba se convertían en clientes por apenas mil pesetas. Mil pesetas que ella reinvertía en anís o en cerveza. Ése era el pozo donde esta sonriente mujer se ahogaba. De poco servían los saludos de otras prostitutas o las horas que pasaba a la puerta del Sol, donde, vendía pañuelos de papel. La vida de Araceli ya había adquirido el color de las calles del centro, madre de cuatro hijos, el destino de esta mujer se hundía lejos de ellos: sólo el mayor, de 14 años, vivía con la abuela en la calle de Júcar; los otros tres estaban acogidos en un centro de tutela. Y Araceli, destruido el sueño de un hogar, había acabado varada en su proxeneta, Carmelo, S. M., de 38 años. Este hombre mantenía el anclaje no con cariño, no con dinero, sólo con las tundas que le propinaba. "Araceli tenía miedo a denunciar. Una vez lo intentó y la policía le dijo: 'Tú te lo has buscado", recuerda una amiga.
Perdida la partida, Araceli, prostituta de la plaza de Benavente, murió el 8 de enero de 1996. Aquella noche vestía jersey blanco y falda. Había bebido. Sobre las cuatro de la madrugada, una amiga la acompañó a la casa de su madre. Pero Araceli prefirió no entrar hasta que no se le pasase la borrachera, y se fue a dormir a un banco de madera en la calle de Atocha. Tuvo un mal despertar.
Pasadas las cinco de la madrugada, su proxeneta y un compinche -Juan José V. F., de 46 años- se lanzaron contra ella. Juan José V. F. le golpeó con una barra de hierro la cabeza. Seis veces. Luego la arrojaron a la boca del metro de Antón Martín. Una semana después, un centenar de
mujeres cuajó la entrada de flores en su memoria. Los supuestos criminales fueron detenidos a las tres semanas. Araceli llevaba 15 años ejerciendo la prostitución.
Inés. Malagueña, de 24 años. Inés Montes Sáenz llegó a Madrid y cambió el cielo del sur por un puente de hormigón. Debajo de esa construcción, que cruza Méndez Álvaro, malvivía Inés en el gueto más sórdido de la capital de España. Su biografia, lejos de su Estepona natal, donde nació un día de abril, era casi tan angosta como su lecho. Heroinómana, con un hijo de cuatro años -al cuidado de otros-, Inés ejercía la prostitución en las laderas de asfalto que rodean el puente. Un lugar carcomido de violencia que el 14 de febrero de 1996 la expulsó. El cadáver fue descubierto, a cielo abierto, en el parque de Tierno Galván.
La mujer, con un corte en la cabeza, había sido estrangulada. El asesino, según la policía, fue su proxeneta. La mató porque Inés, presa del síndrome de abstinencia, permutó a escondidas una cadena de oro por unas papelinas. Y cometió el error de fumarse la droga sin avisarle. El resultado lo sintió en el cuello. Las compañeras de Inés la recuerdan con cariño: "No tenía nada suyo, todo lo compartía".
Rosario. La incógnita se cierne sobre Rosario O. I, de 32 años. Su cadáver fue encontrado el 12 de diciembre de 1995 cerca del vertedero de Valdemingómez, no muy lejos de donde una semana antes había aparecido el cuerpo mutilado de un hombre. Aunque la policía no ha establecido ningún nexo entre estas muertes, ambos fallecieron estrangulados.
La mujer, al morir, vestía un sujetador blanco y un plumas marrón con hombreras verdes. Los arañazos que presentaba hablan de una agresión sexual. El asesino, del que la policía carece de pistas, le robó el dinero de su monedero. De la vida de Rosario poco se sabe. Aquejada de una enfermedad infecciosa, ejercía en la carretera N-III y vivía al dictado de la heroína. Para los investigadores se trata de una víctima típica del mundo de la prostitución.
Margarita. Con 34 años, Margarita García Pedraza era conocida entre las prostitutas de la calle del Capitán Haya. "Tenía mucho vicio", dicen en referencia a su enganche a la heroína. La mujer, vecina de Madrid, había estudiado en colegios de pago y mantenía una buena relación con sus padres, quienes prefieren guardar silencio. "Hasta que se aclare", advierten.
Margarita murió estrangulada el 26 de abril de 1996. Su cadáver fue arrojado desde un coche en la calle de Agustín Betancourt. El cuerpo quedó tendido entre dos automóviles, a la altura del número 4. Una bota calzada y un jersey subido constituían su único atuendo. La última persona que la vio con vida fue su padre, que la despidió junto a la boca del metro de la plaza de Castilla. Después su pista se pierde en la bruma. La forma del crimen apunta a un ajuste de cuentas no muy lejano a las otras muertes.
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