Muere a los 90 años Rafaela Aparicio, una de las grandes cómicas del cine español
La actriz dejó huella de su talento en la película 'Mamá cumple cien años' y 'El sur'
La actriz Rafaela Díaz Valiente, conocida como Rafaela Aparicio, falleció ayer en una residencia de ancianos de Madrid a los 90 años, a causa de una trombosis. Nacida en Marbella (Málaga), Rafaela Aparicio fue una de las grandes cómicas de la escena española, y una de sus personalidades más entrañables y arrebatadoras. Intérprete de películas como El extraño viaje, Mamá cumple cien años y El sur, la actriz dejó huella de su talento con cineastas como Fernando Fernán Gómez, Carlos Saura y Víctor Erice. El cadáver de Rafaela Aparicio fue trasladado al tanatorio de la M-30 y será enterrado hoy.
La actriz, que padecía demencia senil y a menudo pensaba que todavía tenía que acudir al teatro, había sufrido un infarto hace varios meses, pero estaba repuesta y nadie de su entorno esperaba una muerte tan repentina. Contaba con numerosos galardones, entre ellos el Nacional de Cinematografía (1991).Ni por origen familiar (hija de un piloto de la marina mercante) ni por vocación inicial, Rafaela Aparicio parecía a priori destinada al mundo del espectáculo, informa M. Torreiro. Una desgracia familiar, empero, habría de cambiar las cosas: la muerte de su madre hizo que su padre pasara de marinero a empresario teatral y taurino, con lo que Rafaela Aparicio, que ya había terminado magisterio y ejercido de maestra durante un par de años, se encontró en inmejorables condiciones para debutar en las tablas. Fue la suya una dedicación persistente y a toda prueba: desde los años treinta su nombre se vinculó indeleblemente con la escena, casi siempre en papeles cómicos, aunque su popularidad la obtendría por la vía del cine y, sobre todo, gracias a algunas series televisivas de finales de los sesenta, como La casa de los Martínez o La tía de Ambrosio.
Como Antonio Garisa, Florinda Chico, Manolo Morán, María Luisa Ponte o el gran Pepe Isbert, Aparicio era una actriz de raza que formó su amplio registro cómico en las tablas, en docenas de trabajos de toda índole, y que logró notoriedad a pesar de que el cine, en el que debutó en 1935 en un pequeño papel en Nobleza baturra, de Florián Rey, sólo pareció capaz de reservarle papeles rígidamente estereotipados, a menudo inconvenientes, a los que ella supo adaptar, ya en la madurez de su arte, un ademán bonachón, su gracejo andaluz, su inconfudible ternura matriarcal amén de un oficio indiscutible. Tardó 20 años en obtener una segunda oportunidad ante las cámaras y de hecho fue un actor como ella, y de probado olfato para reconocer entre sus colegas las joyas en bruto, quien más la empleó en sus comienzos, Fernando Fernán Gómez, para quien trabajó en algunos de los filmes más emblemáticos de ambos: La vida por delante (1958), La vida alrededor (1959), Sólo para hombres (1960) y El extraño viaje (1964).
Su nombre se vinculó largamente a la comedia desarrollista de los sesenta y a cineastas como Fernando Palacios, Ramón Fernández, José Luis Sáenz de Heredia o José María Forqué, por no mencionar ya al todoterreno Pedro Lazaga, a un Ramón Torrado en el declive de su carrera, al insustancial Alfonso Paso metido a cineasta o incluso al inclasificable Mariano Ozores. Pero sería un cineasta serio, Carlos Saura, quien la rescataría, para un cine artísticamente de mayor enjundia. Ana y los lobos (1972) y su continuación, Mamá cumple cien años (1979), una película primorosamente hecha a su medida, le sirvieron como tarjeta de presentación ante las nuevas generaciones, que se asomaban al cine en el tardofranquismo y que no atinaban a encajar su talento y su jovialidad en papeles reconocibles.
Carrera de vaivenes
Su éxito de la mano de directores más ambiciosos e incluso políticamente comprometidos -ella, que siempre se definió como una fervienta católica y una consecuente conservadora-, como Francisco Regueiro (Duerme, duerme mi amor, 1974; Padre nuestro, 1985) o Víctor Erice (El sur, 1983) no la apartó, sin embargo, del cine de consumo más cutre y del trabajo meramente alimenticio en el seno de un cine que, como el español, estuvo tan sometido a los duros vaivenes de las erráticas políticas de protección puestas en marcha desde la UCD y continuadas por algunos de los cargos nombrados por los socialistas.Y si en los sesenta se vinculó a las viejas glorias del cine de régimen para redondear lo más prolífico de su carrera, entre los setenta y los ochenta sería presencia habitual en películas de Luis María Delgado, que alternaría sin mayor problema con cometidos más ambiciosos para Eloy de la Iglesia (El pico II, 1984), Fernando Trueba (El año de las luces, 1986) o Fernando Colomo (La vida alegre, 1986).
Tuvo mucha más suerte que otras figuras del teatro y el cine cuya carrera se parece en tantas cosas a la suya, como Gracita Morales, y supo preservar su vida privada además de disfrutar del reconocimiento de sus iguales y de múltiples premios, entre ellos dos Goyas, uno honorífico (1987) y otro por El mar y el tiempo (1989), de Fernando Fernán Gómez.
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