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El retroceso del federalismo

En los años sesenta, recién llegado al exilio, participé con el entusiasmo del neófito en el movimiento federalista europeo. Hoy, tratar de vislumbrar en el horizonte una Europa federal parece poco realista: desde la entrada del Reino Unido, el federalismo se ha convertido en un concepto tabú. Seguimos sin saber cómo se estructurará la Europa unida, no faltan incluso los que ven la mayor virtud del proceso de integración europeo en no tener una meta previamente definida, pero de cualquier forma que ocurra se da por seguro que no surgirán los Estados Unidos de Europa. En España, debido a la beligerancia en este punto del nacionalismo vasco y catalán, el debilitamiento del centralismo tampoco ha traído consigo un renacer de la idea federal. Los que la acariciamos para España y Europa, que bien nos podríamos llamar discípulos trasnochados de Pi y Margall, con su barniz de anarquismo proudhoniano, no podemos menos que dejar constancia del retroceso de la idea federalista.En 1991, el federalismo sufrió su mayor descalabro con el desmoronamiento de Yugoslavia, que se definía como "un Estado federal de pueblos soberanos e iguales". El principio federalista había sido proclamado en 1943, en la segunda sesión del Consejo antifascista de la liberación nacional, como uno de los elementos constitutivos del socialismo yugoslavo. La peculiaridad de este proceso proviene de que supo vincular la estructura federal del Estado con la autogestión en el campo de la producción, según el modelo del federalismo revolucionario del siglo XIX. Lo tenemos olvidado, pero una buena parte de la izquierda estudiantil, vísperas del 68, vio en la Federación Yugoslava un modelo alternativo al colectivismo burocrático, implantado en la Unión Soviética.

Recientemente, el 5 de mayo, la idea federal recibió otro revés, precisamente en la República Federal de Alemania, al perderse en Brandeburgo el referéndum que habría de ratificar la unificación de Berlín con Brandeburgo. Sin contar la incapacidad de los Gobiernos respectivos de hacer explícitas las razones de la fusión, las causas de este fracaso nada tienen que ver con el rechazo o aceptación de la idea federal, sino que hay que buscarlas en la experiencia negativa que la población del Este ha tenido con el proceso de unificación de los dos Estados alemanes, o de más antiguo en el resentimiento que cuajó en la antigua RDA por los privilegios de la capital. El hecho es que los ciudadanos de Brandeburgo han dicho no a la fusión de su land con Berlín, lo que, además de los problemas y costos que conlleva conservar la actual estructura territorial, significa, y esto es lo grave, parar de un tirón la tan necesaria reforma de la federación alemana que, al suponer igualdad de derechos y de competencias para todos los Estados miembros, exige un cierto equilibrio en tamaño, población y capacidad económica. Los Estados que componían la antigua República Federal de Alemania, con la sola excepción de Baviera, son producto, en sus fronteras y denominación, de la decisión bastante arbitraria de las potencias aliadas de ocupación. La Ley Fundamental prevé en su artículo 29 su revisión. Sólo en 1955 se consiguió unir dos länder, Baden y Wüttenberg. Los demás intentos han fracasado. Si hubiera resultado la fusión de Berlín con Brandeburgo, estaba previsto constituir al norte un Estado que incluyera a Schleswig-Holstein, Baja Sajonia, Bremen y Hamburgo y al oeste integrar en uno a los actuales Hesse, Renania-Palatinado y el Sarre. Con el fracaso del referéndum del 5 de mayo, la necesaria revisión y actualización de la federación alemana ha quedado aplazada a las calendas griegas. Justamente en tan malos tiempos para el Estado federal, Italia plantea la necesidad de una federación que sirva para equilibrar la Italia rica del norte con la atrasada del sur. Como se ve, por muchos y grandes que sean los enemigos del federalismo, tan vinculado a la idea fuerte de democracia, en Europa seguiremos dándole vueltas a la idea federal.

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