Recuerdo de El Estudiante
La torería innata de quien rivalizó con los grandes astros de la fiesta
En la esquina o cruzando la calle, en el mercado de la Paz, o en el café de enfrente. Solo o acompañado de algún familiar. Me encontraba al torero, casi siempre a media mañana. Unas veces parado, templaba el aire en un desplante airoso y necesario. Otras veces hacia el paseíllo por la acera del mundo, erguido y marchoso. Con una dificil facilidad que emanaba de su torería innata. Cualquiera podía ver en él a un torero, en cada movimiento, silencio o espera. Es la gloria que gana quien alcanza la distinción y el privilegio de ser torero, en cada una de sus letras articuladas y ligadas con donosura y entereza. Un día tuve la fortuna de hablar con el torero en un café, a pie de barra. Fueron cinco escasos minutos. Me dirigí a Luis Gómez Calleja El Estudiante, me presenté como aficionado y le dije que me había interesado mucho un artículo suyo, publicado a raíz del aniversario de Belmonte. Y transcurrieron sabrosos y fructíferos los cinco breves minutos.
Profundizó El Estudiante en sus teorías e ideales toreros. Me habló del toro de antes y del de ahora mismo. De que el toreo siempre es para adelante, de cómo las faenas de entonces iban de dentro a afuera, desde las tablas hacía el tercio, y que allí se remataban. Iba acompañado El Estudiante de un familiar, que le apremiaba y cuidaba de su tiempo, que no se cansara. Y se me quedaron no sé cuántas preguntas impacientes en la reserva, en el bullir de la memoria. Me puse entonces a concertar una entrevista que nunca se llegó a materializar en ningún ruedo, papel o grabadora consecuente y auxiliar.
En la entrevista, pretendía preguntarle acerca de la casta de aquellos toros de su época de matador, del arte de ligar los muletazos y sobre los toreros, algunos de leyenda, con los que toreó. El testimonio
como palabra notarial y viva de quien compartió miedo, orjullo y el sudor de la emoción en la arena que arde.
Por esos días, junto a un grupo de amigos, fantaseaba con la posibilidad de editar una revista taurina, literaria y de orfebrería tipográfica. Nos pasamos el invierno y la primavera, los cinco que formábamos el grupo de románticos editores, reuniéndonos los lunes nocturnos, alrededor de una cena de palabras, buen vino y ciertos alimentos. Y llegó la Feria de San Isidro y aquella revista se quedó dormida en la dehesa de los buenos propósitos. La entrevista perdió el soporte material, y un toro que a todos nos aguarda se llevó a El Estudiante -maestro en tantomaquia- a reposar entre nubes y morlacos de buena casta.
Entrevista varada
Aquél que rivalizara en honor y dignidad torera con Manolete, Pepe Luis Vázquez, Domingo Ortega y otros astros de la torería, en unos tiempos difíciles para destacar y para llegar a ser figura, por lo granado y poderoso del elenco taurino. Durante la II República y en la decada gris y tediosa de los años cuarenta.En fin, que la entrevista se quedó varada en el tintero, aplazada como preguntas sin luz, ebrias de conocimiento, calamocheando en su noche. Pero yo sigo recordando el porte del torero elegante e inteligente que fue El Estudiante, quien tenía un valor reconocido y un saber estar en el ruedo y en la arena del mundo.
El Estudiante en la esquina de la calle Lagasca, recto como una vara torera, hebras de plata cenicienta el pelo, cual preguntas de una entrevista que no llegué a torear. Así puedo continuar interrogando al viento. Sabiduría debe ser preguntar con intención y unos granos de sal llamada pasión.
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