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Terrorismo y medios

Hay delitos que se cometen con la intención de permanecer ocultos, y hasta pretenden ser el crimen perfecto de las novelas policíacas. Otros se realizan, en cambio, para ser conocidos, incluso para ser voceados. De esta segunda clase son los actos terroristas que necesitan la divulgación como una parte del propio acto, como requisito de la funcionalidad buscada con la fechoría, de modo que puede decirse que un acto terrorista no público es un contrasentido y un acto incompleto, frustrado o no acabado, y así como según los principios de la política sancionadora de cualquier país la pena ha de ser pública, al menos en cuanto al conocimiento general de su existencia o aplicación concreta, pues es lo que pide su finalidad ejemplar o de escarmiento y advertencia y tranquilización, la acción terrorista también pretende ser ejemplar, y cumple fines de advertencia y escarmiento, y no de tranquilización sino de zozobra en las personas a las que pretende darse a conocer.Pero los terroristas no suelen contar con medios de difusión propios, o éstos son de alcance limitado; sin embargo, si el eco no reproduce sus hechos hasta los más alejados confines, sus actos quedan imperfectos, un acto terrorista es mejor cuanto más lejos llegue en el ámbito buscado, de tal manera que nadie, entre los sujetos a los que el terrorista desee advertir, quede sin estar suficientemente avisado.

El terrorista, por eso, necesita de medios de comunicación multiplicada. Y hay que reconocer que esa parte del trabajo se la encuentra hecha si actúa en un ambiente político en el que sean operativos principios de libertad de expresión y comunicación; porque ahí los medios, que cuando los delitos tienden a esconderse tienen que realizar a veces meritorios esfuerzos de eso que se llama periodismo de investigación, en el caso de los terroristas les basta con servir de buzón o receptáculo, la información les viene dada, y ellos sólo le dan una cierta forma y la difunden.

El medio de comunicación que, por supuesto, no es terrorista y, en general, es más bien anti, al desarrollar con celo máximo su función de informar, termina por dar a la acción terrorista su acabado final, la lleva a la perfección de la máxima publicidad, que es la mejor manera de potenciarla y exaltarla de acuerdo con lo que constituye su intrínseco designio, su propia naturaleza terrorista. Los medios son, así, colaboradores imprescindibles de la acción terrorista acabada.

La libertad de expresión y el derecho a informar se concretan en que cada medio informa de lo que quiere y cómo quiere; si su designio es informar de todo lo relevante que sucede, y en esto consiste el ser un buen medio de información, su voluntad informativa está determinada, en gran medida, por los hechos informables; basta con llevar a cabo determinados hechos para tener el medio, de algún modo, al servicio del autor y sin coste alguno de publicidad. Las acciones terroristas no son más que un caso concreto de utilización de un medio al servicio de intereses y designios de terceros. La subordinación de los medios a la propia voluntad es un arte que los terroristas suelen ejecutar con acierto.

Es cierto que la bomba no es responsable, sino el que la produce y, sobre todo, el que la coloca. Y el responsable no es tampoco el medio que difunde, sino, como antes, el que colocó la bomba. Pero si la bomba en sí es inerte, sin voluntad ni entendimiento, no puede decirse lo mismo del medio que produce la noticia como consecuencia de, la decisión de voluntades libres. Lo inquietante es, precisamente, el hecho de que el acto terrorista se completa así no sólo mediante la utilización de materias sin libertad, sino de medios que dependen de hombres libres.

Quiero decir que en la difusión del acto terrorista, parte integrante de su cabal terminación, intervienen personas libres, no terroristas, y al menos será razonable plantearse si esas personas han de dar una respuesta libre a esa integración en la que se ven envueltas, pues un medio, por muy servidor de los hechos que se proclame, es libre de publicar o no. Su libertad les coloca en la necesidad de elegir.

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El sagrado deber de informar tiene sólido fundamento y una caterva apostólica; pero pienso que el derecho a vivir en libertad (y a no morir por decisión ajena) participa de lo numinoso o sagrado al menos en la misma medida que aquel deber; y que sería bienvenida alguna suerte de compromiso entre sacralidades; los medios de comunicación quizá lo pudieran conseguir, en algunos casos, con su aportación de silencio, por más que esto parezca un contrasentido funcional. Yo no tengo la fórmula exacta.

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