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Seis jóvenes pianistas ganan el concurso Infanta Cristina

En los salones de la Real Academia de San Fernando, ocupados por un público predominantemente juvenil, se celebró ayer el acto de clausura y entrega de premios del VIII Concurso de Piano Infanta Cristina que patrocinan la Fundación Loewe, creadora del certamen, y la Hazen-Hosseschruders.La selección y premios de la competición está regulada en tres categorías: infantil, hasta los 13 años; juvenil, hasta los 17, y jóvenes promesas, hasta los 21. Esta vez han participado en total 96 pianistas. Si los premios en metálico no son muy elevados (100.000, 200.000 y 400.000 pesetas para los vencedores de las distintas categorías), lo importante es hacer armas e iniciar camino en un mundo musical en el que los solistas y, sobre todo, los pianistas, se cuentan por cientos y acaso por miles a la vez que aparecen grandes virtuosos de edad muy reducida.

El tribunal estuvo integrado por los profesores Iglesias Álvarez, Carra Fernández y Sánchez Herrero, y las profesoras Pilar Bilbao y Francisca Ruiz. Después de las pruebas eliminatorias, el jurado ha premiado a seis jóvenes artistas que anteayer recibieron sus distinciones e interpretaron páginas de su repertorio.

Para el madrileño Pedro Casals (13 años) y la alavesa Bárbara Salas (nueve) fueron los premios infantiles; el primero tocó con brillantez y pulcritud la Fantasía-impromptu, de Chopin, y la más joven del grupo evidenció refinada sensibilidad en el Adagio, KV 540 de Mozart.

Un pianista murciano de 17 años, al que oímos una muy meritoria Campanella, de Liszt, es el primer premio juvenil, mientras el segundo ha recaído en Carmen Yepes, de 16 años; sus Valses poéticos, de Granados, respondieron a una fina intuición y estilo.

Dos intérpretes triunfaron en la categoría de jóvenes promesas, calificación un tanto peligrosa, pues hoy día un pianista entre los 18 y 21 años que sólo sea eso tiene el porvenir relativamente claro. Gonzalo de la Hoz Arespacochaga, el premiado de mayor edad (21 años), tuvo el buen detalle de ofrecer el Preludio al gallo manaero, de Rodrigo, y lo transmitió con dominio aunque, todavía, sin la graciosa "impertinencia" con la que lo tocaba su autor. Leopoldo Erice Calvo Sotelo (18 años) se internó por los jardines ravelianos con una Ondina mesurada, clara y expresiva.

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