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Que nadie se extrañe de los decepcionantes resultados aparecidos en unas recientes encuestas sobre la imagen que se tiene en Europa de los españoles. Para la mayoría de nuestros vecinos, los españoles son gente poco seria, dada con facilidad a la juerga y a los saraos folclóricos, Por desgracia, aún se nos ve como unos pícaros en los que no se puede confiar. Dicen que se recoge lo que se siembra, y en este caso la cosecha responde al tipo de cultivo que se ha practicado desde todo tipo de instituciones. Los vientos democráticos fueron vistos por nosotros, los periféricos, como una esperanza que barriera la imagen de una España sumida en las tinieblas de lo anecdótico de la cultura andaluza. Pero no, después de la transición, todo volvió a su cauce: a la España de los tópicos, a la de Hemingway, de toros, tabernas y tablaos, eso sí, teñido de modernidad y progresismo. Mucho podrían decir de todo esto algunos canales vía satélite, que alimentan las mentes ultrapirenaicas con espectáculos tradicionales, como las corridas o el cante. Visto este panorama, no debe sorprendemos que en un mundial deportivo se acuse al personal de eludir sus responsabilidades por echar la siesta.