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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Di Pietro escoge

EL FANTASMA de una candidatura imposible planeó durante la pasada campaña electoral italiana. El que, probablemente, es hoy político más popular del país, el ex juez Antonio di Pietro, no se podía presentar porque tenía tres casos pendientes ante la justicia -básicamente acusado de abuso de poder- que se ventilaron a su favor en las semanas anteriores a los comicios. Di Pietro, el juez que en, 1993 desencadenó el gran movimiento, judicial contra la corrupción, dejó entonces bien claro que descendería a la arena política en cuanto se librara de engorros de esa índole.Y ahora se ha decantado por la coalición de centroizquierda, El Olivo, que venció en las elecciones del 21 de abril. Es verdad que lo ha hecho aceptando el ministerio de Obras Públicas en el Gobierno que formará el católico Romano Prodi, con lo que quiere subrayar el carácter técnico y no político de su actuación, pero todo ello no es más que un juego de palabras a los que tan adepta es la política italiana. Como titular del ministerio que era una de las cajas de resistencia de la tangente, por el volumen. de obras que contrataba con las comisiones correspondientes, su labor será política: erradicar ese cáncer del sistema.

El hecho de que el ex juez haya optado por los vencedores en las elecciones es de una gran trascendencia en la actualidad política del país. Di Pietro no es un hombre de izquierdas, y casi ni siquiera de centro; sus simpatías han ido siempre hacia la derecha, y el líder de Alianza Nacional, el posfascista Gianfranco Fini, había dado más de una vez a entender que el ex magistrado sólo podía inclinarse por su partido. Pero la incompatibilidad absoluta entre Di Pietro y Silvio Berlusconi, jefe del Polo, la coalición derrotada, habrá contado decisiva mente en su elección. En definitiva, la decisión de Di Pietro constituye un refuerzo de marca para el centro-izquierda, pero también apunta a medio plazo a la continuidad de un marco político tan repleto de actores que aspiran a prima donnas, que no va a hacer precisamente fácil el nacimiento de la esperada II República italiana, aquella que esté limpia de los vicios de la anterior.

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