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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Pasar página desde el centro

DESPUÉS DE la extremada crispación que atravesó toda nuestra vida política durante la pasada legislatura hay que congratularse antes que nada de la moderación que dominó el debate de investidura celebrado ayer en el Congreso. Moderación en el tono y en los mensajes políticos. De José María Aznar, que mañana se convertirá oficialmente en presidente del Gobierno, y de Felipe González, en su nuevo papel de líder de la oposición. Los dos primeros espadas de la política española tuvieron que hacer un esfuerzo para adaptarse al intercambio de posiciones. La inercia les traicionó a veces, pero en general se adaptaron al cambio de papeles. En el caso de Aznar puede decirse que la adaptación fue incluso excesiva: algunas de sus expresiones recordaban a las del presidente cesante, como cuando pidió que "si hay soluciones alternativas, se pongan sobre la mesa". González anunció una legislatura mucho menos crispada, y a juzgar por lo ocurrido ayer no hay duda de que lo será. El nuevo líder de la oposición casi se excusó por votar en contra de Aznar, que se mostró comprensivo ante esa decisión. El candidato hizo un planteamiento centrista, moderado, constructivo a fuer de genérico. Su rival sólo pudo lo era tirando del hilo suelto dejado por mostrar que. Aznar en relación a los efectos -y el coste- del nuevo sistema de financiación autonómica.

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Aznar ofrece un programa de centro con más poder para las autonomías

Europa, Estado de bienestar, impulso autonómico; y ofertas de diálogo y consenso sobre un catálogo más amplio que los temas estrictamente de Estado. La ausencia de fuerzas situadas a su derecha ha permitido a Aznar completar aceleradamente, con la coartada de los pactos, su viaje al centro. Naturalmente, falta la prueba de la práctica, pero la experiencia indica que los discursos acaban comprometiendo. De momento, desaparecen los asuntos más esquina dos del discurso reciente del PP: de la corrupción sólo habló para decir que hay que prevenirse contra ella; las medidas antiterroristas que tanto disgustaban al PNV han desaparecido, y las referencias a las Fuerzas Armadas se limitaron prácticamente a la supresión de la mili.

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La voluntad de continuidad histórica fue explícita, tanto cuando reconoció las aportaciones del periodo socialista a la modernización de España como cuando invocó a UCD a propósito de la política exterior. El firme compromiso europeo contrasta con vacilaciones anteriores y el acento puesto en la defensa y mejora del Estado de bienestar -al que siempre se refirió como "Estado social de derecho"- tiene poco que ver con viejas admiraciones thatcheristas.

El problema más grave es el déficit y la deuda, admitió Aznar, y ello exigirá un rigor por el que velará la oficina de Control del Gasto; pero la rebaja de impuestos, durante años su principal bandera en positivo, aparece ahora muy condicionada. La única oferta concreta es la de aprobar un estatuto del contribuyente que defienda sus intereses frente a la Administración.

Perfil autonomista.

Lo más notable fue el tono autonomista de todo el discurso, con continuas apelaciones a la concertación con las comunidades autónomas de las políticas sociales. Los pactos con los nacionalistas se presentaron como algo conveniente en sí mismo, al margen de que lo exigieran los resultados electorales. Pero hubo sobre todo un reconocimiento explícito del acierto del Título VIII de la Constitución y de la lógica de reconocimiento del pluralismo nacional que implica. Ese reconocimiento puede tal vez considerarse como la incorporación retrospectiva del conservadurismo español, a través de la generación de Aznar, al consenso de 1978 sobre la autonomía. En esa línea, reiteró el compromiso de completar el traspaso de competencias a las comunidades del artículo 151 (Cataluña, País Vasco, Galicia y Andalucía). Pero desaparece la referencia al Cierre del proceso autonómico mediante la delimitación definitiva de las competencias susceptibles de transferencia o delegación. Arzalluz y Pujol siempre se han negado a ese cierre por considerar que equivaldría a admitir que sus comunidades no tienen la última palabra sobre el nivel de soberanía que comparten.

El tema autonómico fue el más desarrollado por Aznar y también el que dio pie a un debate más vivo con González. El líder socialista se acogió a las reiteradas invocaciones del candidato a la transparencia para pedir aclaraciones sobre el nuevo sistema de financiación, que a su juicio exige la reforma de los estatutos de autonomía. Aznar no respondió a esto último, que de ser cierto exigirá que la cuestión se plantee abiertamente en el Parlamento y no simplemente en el Consejo de Política Fiscal y Financiera.

La.resistencia de Aznar a cuantificar el coste que tendrá el nuevo sistema de financiación de las autonomías permitió a González cuestionar la transparecia proclamada. Ciertamente, si las conversaciones con los nacionalistas catalanes han durado cerca de dos meses, ha sido en buena medida por la dificultad de hacer compatible la reducción del déficit con un aumento del coste de las autonomías. Y ello ha tenido que implicar cálculos sobre el coste de las nuevas medidas así como sobre los recortes de otras partidas.

Las explicaciones que no dio Aznar las esbozó el portavoz nacionalista catalán, Joaquim Molins. Su planteamiento fue que el actual sistema es injusto porque algunas comunidades, entre ellas Cataluña, no sólo aportan a las arcas comunes ingresos por encima de la media, sino que reciben transferencias por debajo. El nacionalismo catalán lleva años planteando, con diversas formulaciones, esa cuestión: su argumento de fondo es que el criterio de solidaridad no puede anular cualquier relación entre esfuerzo contributivo y disponibilidades financieras de la comunidad.

El PP puede compartir ese planteamiento desde criterios liberales: estimular a las comunidades más dinámicas, aunque se beneficien más que proporcionalmente. Pero nunca lo ha reconocido así, seguramente por temor a la oposición de comunidades como Galicia o Castilla y León.En cualquier caso, Aznar tendrá que explicar con detalle -y eso no lo hizo ayer- cómo se combina el principio de solidaridad y la garantía de unas prestaciones. sociales básicamente iguales para todos los ciudadanos con este nuevo sistema de financiación. No vaya a ser que todo ello entre en abierta contradicción con el principio redistributivo establecido en la Constitución.

En cualquier caso, el debate de ayer resultó insólitamente civilizado y exento de crispación. Los aliados nacionalistas no sólo han convertido a un partido conservador, hasta hace poco reticente hacia la evolución del Estado de las autonomías, en entusiasta partidario de la profundización autonómica. También han contribuido a centrar sus propuestas en otros terrenos. Por genérico que haya sido, el programa esbozado ayer por Aznar es un programa de centro cuyo cumplimiento seguiremos con atención. La jornada de ayer es un buen comienzo para una nueva etapa política.

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