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La vida sobre una bomba

Una familia pierde su vivienda, su trabajo y su salud por un derrame de 250.000 litros de gasolina

Vicente G. Olaya

Desde hace cuatro años Diego Gutiérrez, de 56 años, tiene miedo a encender una cerilla en su casa. Paquita, su esposa, cada vez que pone algo al fuego, tiembla. Y todo porque en 1992 una fisura en un depósito de gasolina, procedente de una estación de servicio cercana, inundó los sótanos de su vivienda unifamiliar en San Fernando de Henares (28.900 habitantes).Un juzgado ha ordenado ahora descontaminar la finca. Las labores las lleva a cabo Repsol, propietaria de la estación. "Estamos colaborando con la justicia, aunque no estamos procesados en este tema", comentó ayer un portavoz. Repsol alega que compró la estación a otra compañía después de producirse el derrame.

Este asunto comenzó en 1992, cuando Diego Gutiérrez -mecánico de coches antiguos en un taller de su propiedad adyacente- a la vivienda- se levantó con un fuerte olor a gasolina metido en la nariz. Limpió su taller, pero el olor se mantenía. Paquita también notó algo raro en la cocina. Todos los grifos perdían agua por las juntas. Se deshacían como si algo las corroyera. Además, el líquido sabía mal.

Diego cayó en la cuenta: "Bajé al pozo. Abrí la tapa y una bocanada de gases me derribó. ¡Estaba lleno de gasolina!". El derrame era de unos 250.000 litros. La vivienda y el taller se hicieron inhabitables. Cuando estallaban tormentas, los Gutiérrez salían asustados a la puerta. "No sabe lo que liemos sufrido bajo la lluvia", recordaban. La vivienda se llenó de técnicos. "Mucha gente que miraba, analizaba y hablaba. Pero sin soluciones", comentan. La familia abandonó el lugar y se alojó en una casa de alquiler. El seguro de la gasolinera corrió con los gastos, pero cuatro meses después tuvieron que dejar el piso y volver

Un informe del Instituto de Toxicología reconoció que el benceno -uno de los componentes de la gasolina- podía provocarles "leucemia aplásica y alteraciones de la coagulación sanguínea". El benceno tiene además una acción depresora de la médula Ósea. Diego lo resume a su manera: "Mi hija enfermó de asma y ya no ha vuelto a ser la misma".

"El Ivima no nos hizo caso, el Ayuntamiento nos olvidó, y la ministra [Cristina Alberdi] nos dio el nombre de unas personas que no nos solucionaron nada. En verano, el olor se hace insoportable y dormimos en tiendas de campaña", dicen.

Por el vertido, Diego dejó de trabajar: el olor le mareaba. "Subsistimos con la ayuda que la gasolinera nos pasa. Arreglamos uno de los cuartos del taller y nos metimos a vivir allí. Cuatro personas en 15 metros cuadrados. ¡No sabe lo que hemos sufrido con chicos de 20 años a los pies de la cama! ¡Nunca seremos los mismos!".

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Sobre la firma

Vicente G. Olaya
Redactor de EL PAÍS especializado en Arqueología, Patrimonio Cultural e Historia. Ha desarrollado su carrera profesional en Antena 3, RNE, Cadena SER, Onda Madrid y EL PAÍS. Es licenciado en Periodismo por la Universidad CEU-San Pablo.

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