Una epístola a punta de pistola
MÁS DE cien días han pasado desde que un comando de ETA secuestró al funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara. Desde entonces, los terroristas lo mantienen retenido, es de suponer que en dramáticas condiciones, como a las víctimas de anteriores secuestros, y con la amenaza permanente de quitarle la vida después de haberle arrebatado la libertad. Esto es, en tortura permanente.La organización criminal secuestró a Ortega Lara para ejercer presión sobre el Estado en materia de política penitenciaria hacia los presos etarras, concretamente para reunirlos en cárceles del País Vasco. También para reforzar la moral de su gente encarcelada, que ha tenido no pocos quebrantos por el rechazo a la actividad terrorista que han expresado públicamente algunos militantes significados que cumplen condenas de cárcel.
ETA pretende también, como otras veces, utilizar este secuestro como un instrumento para equiparar la situación de sus presos -procesados, juzgados y condenados con todas las garantías de un Estado de derecho- con la de unos ciudadanos a quienes la organización terrorista ha secuestrado. De ahí que hasta resulte coherente con su vil lógica el que hayan obligado a Ortega a escribir una carta a sus familiares en la que el funcionario secuestrado avala las tesis etarras sobre supuestos malos tratos a los presos en las cárceles y pide la negociación política del Gobierno con los terroristas y comprensión para sus fines políticos.
Una carta escrita en las condiciones en que lo ha sido la remitida ahora por ETA a los familiares de Ortega Lara sólo tiene el valor de demostrar que la víctima se halla con vida en el momento de ser redactada. Y es una prueba más de la miseria moral de los secuestradores que quieren hacer creer a la opinión pública que Ortega Lara se ha convencido de la justicia de unas demandas que ahora explica en su misiva.
El secuestro y la amenaza de muerte son los dos grados máximos de la coacción aplicable a una persona. La historia está llena de documentos en los que personas ilustres escribieron bajo amenaza lo contrario de lo que siempre habían defendido. El contenido de esta carta es, pues, absolutamente irrelevante, por mucho que sea manuscrita. La carta viene a ser, por tanto, un comunicado de ETA escrito al dictado -ya punta de pistola- por el secuestrado.
La dispersión de los presos de ETA fue una medida tendente a evitar que en el seno de amplios colectivos de militantes se ejerciera presión psicológica y física sobre aquellos que deseaban alejarse del terrorismo y adherirse al proceso de reinserción social, como ya han hecho decenas de ellos.
Además, se trataba de evitar que la concentración de etarras en las cárceles permitiera una continuación de su agitación propagandística en favor del terror, como había sucedido antes en España y también en otros países. La suavización de esta política de dispersión puede ser, por tanto, una medida de gracia del Gobierno en caso de comprobar un cambio de actitud en el entorno de ETA, como lo puede ser también el traslado de presos etarras a cárceles menos alejadas de Euskadi y, por tanto, de sus familiares. Pero precisamente estas medidas se hacen automáticamente inaplicables si media un secuestro como el de Ortega Lara. Dicho de otra forma, es precisamente este secuestro el que impide todo movimiento que pudiera aliviar la situación creada para los presos etarras y sus familiares por esta dispersión. Pero esto no es tan contradictorio como alguno podría pensar, ya que presos y familiares son utilizados sistemáticamente por aquellos que, desde posiciones mucho menos arriesgadas, dictan desde despachos, comités y mesas más o menos nacionales, la política del terrorismo etarra y sus cómplices.
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