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Tribuna
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Pájaros de Madrid

Sobre las cinco de la madrugada me despierta el canto de un pájaro, y sin poder conciliar el sueño, me asolan pensamientos depresivos. Pienso en el aire sucio que respiramos en la ciudad; en mi duermevela, incluso me parece -con vecinos dormidos arriba, abajo y a los dos lados- que somos cadáveres metidos en nichos. Todos, deberíamos vivir en el campo, pienso; respirar aire puro. Bueno, todos no: no cabríamos. Entonces, que vivan en el campo los políticos: a ver si se les despeja un poco la cabeza y dejan de obrar siempre de forma egoísta. No hemos nacido para servir los viles intereses de unos políticos vulgares.Escucho un poco más el canto del pájaro. Es poderoso, largo, muy elaborado. ¿Qué antiguos programas naturales de CD-ROM se han implantado en el pequeño cerebro de un pájaro para que cante así? Poco a poco, acunado por la belleza de su canto, creo que soy feliz. Vuelvo a dormir.

Es un simple mirlo, un macho en celo. (Las hembras no cantan). Parece haber puesto un anuncio por. palabras en la sección de Madrid: "Mirlo macho con suficiente comida busca pareja con fines matrimoniales". También es un aviso para otros machos. "Este territorio es mío". Los mirlos anidan en árboles y arbustos, y proliferan en Madrid. ¿Por qué en Madrid? Porque aquí encuentran abundante comida. En los últimos años aparecen cada vez más mirlos en nuestra ciudad. Aparte de la comida, ¿será porque su canto les vacuna contra lo vulgar de la gran urbe?

Los periquitos, en cambio, son de otros lares. Sí. Hay periquitos silvestres en Madrid. En la Casa de Campo, por ejemplo. Entre usted por la puerta al lado del río, siga el camino unos doscientos metros hasta que gira a la derecha y unos cien metros más hasta que se divide en tres: ahí, a mano derecha, hay una colonia de periquitos verdes. Debió formarse cuando varios de ellos escaparon de sus jaulas. Ahora se han aclimatado: tienen suficiente comida -granos, bocadillos- y pocos enemigos naturales. Son madrileños de adopción. Si un hombre curioso se acercara, con una jaula abierta, ¿entraría un periquito? No lo sé.

Los madrileños ocasionales son los vencejos, muy parecidos a las golondrinas. Están llegando en estos días desde el África subsahariana y se hacen notar más al amanecer y al atardecer, cuando surcan los cielos de Madrid gritando entre sí. Suben a gran altura, se dejan llevar por las corrientes, bajan con mucha prisa, dan un giro brusco. Se acercan en un momento, sin esfuerzo alguno, desde la Gran Vía hasta el río Manzanares o, como son curiosos, desde el río hasta la casa de Álvarez del Manzano.

¿Qué están haciendo mientras vuelan?

Están capturando insectos. No paran de gritar. Sus gritos -una de las pocas cosas que siempre se pueden oír por encima del zumbido del tráfico- son como reclamos para mantener la cohesión. También copulan en vuelo.

Los vencejos anidan bajo tejas y huecos de edificios. Entre abril y agosto de un buen año pueden tener hasta tres puestas de huevo. Como no tienen patas ni garras, no pueden despegar del suelo de un aletazo: un vencejo caído en tierra se desespera primero y se muere después. Por eso, cuando se posan, es siempre sobre un árbol o un edificio. Esto lo saben los pollitos sin que se lo dígan sus padres.

En otoño, tras alimentarse bien, empiezan su retorno a África. Pueden repostar en el sur, pero una vez iniciado el largo viaje sobre el desierto sólo podrán detenerse en algún oasis. Están bien preparados. Al contrario que nosotros, los pájaros no necesitan dormir profundamente ni tumbarse. Los vencejos pasan la noche en duermevela; de día, vuelan horas y horas.

Algunos son aficionados a la fiesta de los toros, y pronto, en San Isidro, se acercarán a Las Ventas para las corridas. Si un matador torea bien, los vencejos gritan continuamente. Cruzan el ruedo' a ras de suelo para comprobar el trapío del morlaco, o sobrevuelan la plaza a gran altura, buscando lo que ellos llaman propiamente una vista de pájaro.

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