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"La única solución para crear empleo es reducir masivamente la jornada laboral"

Xavier Vidal-Folch

Pregunta. El discurso oficial en la UE para acabar con el paro se centra en aumentar el crecimiento. Pero a este ritmo, se tardará decenas de años.Respuesta. Hay una variante: lograr en un país determinado un amplio diferencial de crecimiento respecto de los demás. Es un espejismo idiota. Con la globalización económica ya no está al alcance de ningún gobierno en solitario. El crecimiento es un dato, no una variable. El gran obstáculo son los tipos de interés, cuyo mecanismo es mundial, con variaciones nacionales sólo marginales. Y la actual revolución de la información, de las máquinas contables, es tan veloz que suprime empleos más rápidamente que los crea.

P. Siempre sucede en una primera fase de cambio tecnológico; luego, en una segunda, se recupera.

R. Lo esperamos, pero no estamos seguros. Frente a las otras dos grandes revoluciones industriales -del vapor y de la electricidad y la química- la actual posibilita que las máquinas conceptualicen. Destruye empleo donde éste se creía más seguro, en actividades donde el cerebro humano se suponía irreemplazable.

P. ¿Hay otras vías?

R. No lo es la subvención a ciertas categorías de creación de empleo. Hemos subvencionado la oferta, reduciendo las cargas sociales de las pyrnes. Aunque la ayudes, una empresa no recluta a quien no necesita.

P. Queda el apoyo a la demanda.

R. ¿El paro juvenil se convierte en intolerable? Pues se da prioridad a la contratación de jóvenes. O de parados de larga duración. Así sólo se agrava la dureza de la vida de los demás, invertir la cola de espera de los parados. La única solución es cambiar el reparto del volumen total de horas de trabajo anuales ofrecidas entre un mayor número de cabezas. Reducir masivamente la jornada.

P. Lo contrario de la idea clásica de trabajar más para crecer más y generar más empleo.

R. No invento nada. Keynes tenía razón en 1930, en su artículo de The Times, "La Economía política de nuestros nietos", o sea, de nosotros. Escribió que antes de fin (le siglo bastaría trabajar tres horas por día o tres días por semana para satisfacer las necesidades de la humanidad. El paro actual es el abismo entre lo que Keynes previó sobre el ritmo de la evolución del progreso técnico y nuestra capacidad de organización social para repartir el trabajo en función de ese progreso. Para él, si estuviéramos trabajando tres días por semana, no habría paro.

P. Los trabajadores se resisten a reducir jornada si pierden salario. Los sindicatos son de empleados, no de parados.

R. Es normal. Los salarios se han doblado en la UE desde los años 60, pero también ha aumentado el consumo y la parte disponible de su ingreso ha decrecido y han aumentado mucho las desigualdades. Yo soy socialdemócrata, no admito que los pobres, los asalariados pequeños y medianos, sean siempre los primeros llamados a ejercer la solidaridad con los parados. Si los asalariados pierden mucho, adiós al proyecto, porque una reducción general de la jornada sólo es posible si la exige una mayoría y sólo la exigirá si no le perjudica.

P. Entonces, la reducción horaria destruye la competitividad de las empresas, y luego, el empleo existente.

R. Estamos en plena mundialización. Los europeos competimos con países que producen igual de bien que nosotros, con costes laborales del 10% de los nuestros y sin protección social. Pero yo no soy pesimista. Las balanzas de pagos de la UE son excedentarias. Nosotros les vendemos, con nuestros satélites y Airbus y su comercialización, más horas de trabajo que ellos con sus camisetas. No caigamos en el pánico. Pero tampoco aceleremos el proceso de competencia, que ya va muy deprisa. Ello nos obliga a no agravar las cargas empresariales. Por tanto, no cambian los datos básicos de la competitividad extema europea.

P. ¿Quién financia pues la operación, el Estado?

R. El Estado -agrupando las instituciones de la Seguridad Social y las del seguro de desempleo, públicas o privadas- exhibe déficit por todas partes. No puede aumentarse. Pero el tratamiento social del desempleo cuesta horriblemente caro. Los Costes del seguro de desempleo, prejubilaciones y prestaciones sanitarias a los parados que no cotizan han desbordado el 4% del PIB a nivel europeo. Una proyección cautelosa para toda la UE arroja una estimación de 350.000 millones de ecus al año [56 billones de pesetas]. El corolario es sencillo: si el paro se reduce masivamente, el ahorro público sería gigantesco. Existe ya un enorme depósito: hoy se utiliza para financiar el desempleo. Debemos cambiar su finalidad, para que financie el empleo, afectando para ello buena parte de esos fondos a la reducción del tiempo de trabajo.

P. ¿Qué mecanismo propone?

R. La primera hipótesis era la subvención del Estado o la Seguridad Social a quien redujese la jornada. Pero era demasiado complicado. Además, es tan decisivo crear empleos nuevos como evitar la destrucción de los existentes. Optamos pues por un cambio de tarifación sobre las cotizaciones sociales: destinar el depósito de los 350.000 millones a financiar ese cambio de tarifación, por el cual las cargas sociales sobre una jornada semanal se reduzcan en un ecu (160 pesetas) por hora para las 32 horas y aumenten en cuatro ecus (640 pesetas) las cotizaciones correspondientes al número de horas trabajadas por encima de las 32.

P. Muchas empresas no se animarán.

R. La que opte por no reducir su horario ni por ampliar plantilla seguirá pagando la misma deuda social. Pero todas entenderán que les interesa. Por tres razones: a menos horario, menos absentismo; a menor fatiga, mejoras marginales de la productividad; y, sobre todo, la posibilidad de reorganizar por completo el proceso productivo. Es difícil reorganizar de golpe en situación normal, porque los trabajadores se resisten, pero no si éstos están a favor. Y los trabajadores serán los primeros en entender lo beneficioso que es trabajar menos por la misma paga.

P. Cómo funcionaría el sistema?

R. Una reducción media de la jornada semanal a 34 horas supondría un ahorro del 28% de gastos sociales, suficiente para cubrir el coste de contratación de un 10% más de empleados. La Seguridad Social recuperaría la mitad del menor ingreso gracias a las nuevas cotizaciones de ese 10% y al menor gasto en seguro de desempleo. Para recuperar la otra mitad debería generarse otro 10% de nuevos empleos gracias al aumento de productividad generada por la posibilidad de una completa reorganización de las unidades de producción, realizada de una sola vez. Pero cada empresa decidirá cómo reparte la nueva renta aflorada por la rebaja de los costes sociales, entre su simple aumento de productividad, y la ampliación de plantilla. Es una variable impronosticable, pero parece sensato prever que en conjunto ese reparto sea del 50%-50%.

P. Es más fácil reducir jornada en el proceso industrial clásico que en los de alto valor añadido técnico o intelectual.

R. Nadie estará obligado. El trabajo "no reemplazable" seguirá igual. Pero eso no rompe el esquema. En Francia hay 18 millones de asalariados. Restados los tres millones de funcionarios y los cinco millones del sector "irreemplazable", quedan 10 millones en el segmento de "trabajo repetitivo". Si se le aplica el baremo mínimo del 10%, se crea un millón de empleos. Y con el máximo, dos millones. Aparte de frenar la destrucción de 600.000 empleos anuales.

P. Atenta contra el mito calvinista del valor trabajo, la base del progreso y bienestar europeos.

R. El bien más preciado de nuestras sociedades no es el trabajo. Es la libertad y la democracia, valores inventados por los atenienses, que pretendían acabar con el trabajo, y lo hicieron encomendándolo a los esclavos. El sueño socialista de sustituir la esclavitud del trabajo humano por el trabajo de la máquina puede cumplirse. El trabajo en sí no es un valor. Sí lo es, en cambio, el espíritu de creación profesional. La liberación de horas para la cultura y la creación artística, para la formación y el deporte, para la sexualidad y la comunicación, para la vida de ciudad-cambiarán el concepto de vivir.

P. Antes del G-7 de Lille le explicó a Alain Juppé el planteamiento. ¿Cómo reaccionó?

R. Quedó turbado. Sabe que es una buena idea, que no hay muchas otras en el mercado y que puede funcionar. Pero va firmada por la izquierda, y propugna una gigantesca revolución de civilización que no está en los valores de la derecha.

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