El don de la vista
Del puerto de Canencia a la vieja peña de Don Galindo
Peña Lara y Pepe Hernando, Mari Gil y Garci Sancho. El val del río Lozoya está sembrado de gracias, nombres góticos que suenan, con ecos de pie quebrado, sobre hoyas y silladas, cabe montes y collados. ¿Qué vaqueros, qué serranas, bautizaron con los suyos estos pasos y estos canchos? Nada sabemos de cierto, salvo que fueron cristianos. ¿Y quién fue aquel don Galindo, aquél cuyas cuatro sílabas se oyen aún como al trote por la peña Mondalindo, tras Garganta de los Montes? Nada cabe aventurar, salvo que fue hijodalgo.Pero aunque no lo fuera, sangre de horchata tendría que correrle por las venas si, en levantando la cabeza, no se liara a mandoblazos con la grey de borregos que, parrilla en ristre, asalta todos los fines de semana el vecino puerto de Canencia. Por qué la Agencia de Medio Ambiente ha autorizado expresamente las barbacoas en uno de los pasos más agrestes de la sierra constituye uno de los grandes misterios de la naturaleza madrileña, junto con las preferencias literarias de los escaladores pedriceros o la vida sentimental de la procesionaria del pino, por poner dos vistosos ejemplos.
Gracias a Dios, los domingueros son como los caracoles, que sólo sacan los cuernos al sol, y a poco que madrugue el paseante, podrá echarse a caminar por la pista que sale del puerto hacia levante sin tropezarse con demasiadas mesas plegables, autocares fucsia y pregoneros de al-ri-co-bombón-heladooo. Cien metros más allá, todo es soledad, cuco mañanero y oleaje de pinos silvestres.
Media hora larga caminará el excursionista por esta pista forestal -insistimos, la que huye de la explanada domingueril hacia el este- sin hallar bifurcación alguna" sólo paz y una de las praderas más luminosas del Guadarrama: Collado Cerrado; y con este topónimo, que probablemente alude al muro que delimita el pastadero, comenzará a divagar sobre los sabios nombres de la sierra. Nombres como Cabeza de la Braña, cumbre a la que el caminante se encaramará después de tomar el primer y único desvío a manderecha. Braña, voz de origen cántabro con que se designa al pasto de verano, que por lo común está en la falda de un montecillo donde hay agua y prado, es apellido perfecto para esta cabeza que reposa a 1.776 metros sobre los hombros de Collado Cerrado, por el que se acaba de pasar, y Collado Abierto, diáfano veranadero por el que se proseguirá esta andanza a lo largo de la cuerda montañera.
Siguiendo la alambrada que corre por la divisoria de aguas, el paseante culminará en un periquete el siguiente alto, la Albardilla (1.642 metros), palabra con una docena de acepciones que animamos a consultar en los diccionarios, pero que en primera significa "silla para domar potros". Tal es, ciertamente, la forma de esta achaparrada cima que procede al collado de la Porquizuela (de la cerdita, o sea) y a la peña de Mondalindo, objetivo de la jornada.
La peña de Don Galindo, que aparece mencionada en el Libro de la montería de Alfonso XI y que, por esos caprichos de la dicción popular, es hoy Mondalindo sin más, erígese a 1.833 metros sobre el nivel del mar y a más de 600 sobre Bustarviejo y Garganta de los Montes, los pueblos que por el sur y por el norte se cobijan bajo sus faldas. Prolongación de Cuerda Larga y la sierra de la Morcuera, el macizo sobre el que señorea no posee las soberbias alturas de aquélla ni la fronda pinariega que adorna a ésta, pero tiene empero el privilegio, el inhumano don, de una vista ilimitada.
Desde Peñalara hasta la Somosierra, desde el embalse de Pinilla hasta el del Atazar, desde la Pedriza de Manzanares hasta la sierra de la Cabrera, desde el propio vértice geodésico hasta la torre Picasso..., medio Madrid divisa quién se asoma a este señor peñasco. El valle del Loyoza, en el que tantos nombres han ido quedando -Peña Lara y Pepe Hernando, Mari Gil y Garci Sancho-, no lo tiene más privilegiado que el de don Galindo hijodalgo.
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