Las obras de un filósofo moral
En marzo de 1992 José Luis López Aranguren inauguraba en la Residencia de Estudiantes las llamadas Conferencias Aranguren de filosofía con cuatro lecciones que llevaban el título de La filosofía en la vida y la vida de la filosofía. Recordaba en voz alta cómo nació cada una de sus obras, qué pretendió entonces y cómo las veía ahora.Aranguren dividía sus escritos en cuatro estadios. En primer lugar, el estadio religioso. A él pertenece su primer escrito sobre san Juan de la Cruz, enviado a un concurso que se declaró desierto. Luego vino Catolicismo y protestantismo como formas de existencia (1952). Ahí analizaba cómo dos talantes o modos de vivir diferentes -el ser protestante y el ser católico- dan origen a dos actitudes diferentes ante la vida. No es lo mismo, en efecto, ser bueno para ser elegido que ser bueno porque se es elegido. Frente a la religiosidad "racionalista" del catolicismo y la existencial del protestantismo, Aranguren apostaba por un "catolicismo existencial". Es difícil imaginarnos hoy el impacto de ese libro en aquella España nacional-católica.
Propio de este contexto es El protestantismo y la moral (1954). Este trabajo, que se inscribe dentro de la historia de las ideas éticas, investiga la relación entre religión y ética. Es la obra de un estudioso que conoce el protestantismo y la filosofía clásica y va clasificando las variantes posibles del binomio ética y religión.
Luego vendría el estadio ético. Tres años después de ser nombrado catedrático aparece Ética (1958), su obra más conocida, que él presenta como la Memoria de cátedra, que sirvió de referencia obligada a varias generaciones y que ha aguantado perfectamente el tiempo transcurrido. Tuvo que pagar un cierto tributo (formal) a los tiempos que corrían, pero es una obra contemporánea y personaI. Se nota la huella de Zubiri -"si he tenido un maestro en filosofía, ese maestro es Zubiri", solía decir-, sobre todo su distinción entre moral "como estructura" y moral "como contenido". Que para ser bueno haya que hacer actos buenos es sabido.
Pero Zubiri hila más fino: el hombre, a diferencia del animal, tiene que hacerse una vida que no le viene dada. La vida como quehacer revela la estructura moral del hombre. Luego, vendría la Ética de Ortega (1958), una defensa de Ortega contra el inquisidor Padre Ramírez, empeñado en mandar a Ortega al índice de Libros Malditos. También habría que mencionar La enseñanza de la ética (1954), en la que el filósofo busca en la literatura claves del saber.
La que caracterizaría al estadio Ética-Moral, en tercer lugar, es que la atención no se fija en exclusiva en la construcción teórica de la ética, sino también en los problemas morales concretos. En Marxismo como moral (1968) explota la veta moral del marxismo, partiendo de la XI Tesis sobre Feuerbach; Moral y sociedad (1966) es una historia de la moralidad española, de los mores colectivos en el siglo XIX, y Lo que sabemos de moral (1967), influenciado en el fondo y en la forma por su experiencia americana. Un libro "no para ser estudiado", decía José Luis López Aranguren, sino para ser meditado, porque está lejos de cualquier receta y cercano, a la construcción de la actitud que se ha de tomar ante la vida. Tiene un aire muy actual de "narratividad" y hasta de "posmodernidad". Finalmente, Moral de la vida cotidiana, personal y religiosa (1978), donde la actual sociología americana sirve de envase para el desarrollo de su moral como actitud, dando como resultado una mínima moralia que ha encontrado fecundos y fecundas seguidores.
Aranguren introdujo en aquellas memorables conferencias un cuarto apartado -El oficio intelectual- que no es un estadio más, ya que ese oficio lo ejerció a lo largo de todos y cada uno de los estadios. Ofició de "intelectual" aplicando su crítica pública a todos los campos que le interesaron: al religioso en Catolicismo día tras día (1955) o en El cristianismo de Dostoievski (1970); al político, en Ética y política (1963) o La democracia establecida (1967). Un repaso a la cultura o al sistema educativo, en La cultura española y la cultura establecida (1975) o en Erotismo y liberación de la mujer (1972).
Y como prueba de su inteligencia, los repetidos escritos autocríticos, tales como Crítica y meditación (1975) o Sobre imagen, identidad y heterodoxia (1982). Una obra ingente y dispersa que la editorial Trotta ha agrupado en sus Obras completas, preparadas primorosamente por Feliciano Blázquez en seis volúmenes, de los que cuatro han aparecido ya.
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