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Un 'beso del sueño' con sexo

Una mujer narcotiza a un incauto abogado y le desvalija

La víctima de este nuevo caso del llamado beso del sueño (un abogado madrileño que pide mantener en reserva su filiación) se ríe de sí mismo -"por lo gilipollas que fui", dice- al recordar la ajetreada noche que vivió el pasado Viernes Santo. Se fue de copas con una chica que casualmente había conocido en un restaurante, y horas después, tras una intensa velada de amor, la joven -de buen ver- vertió droga en su copa y le desvalijó. "Al principio la tía se hacía la tímida, pero en la cama se portó como una fiera", relata esta nueva víctima del denominado beso del sueño.

Se trata de una técnica en la que el delincuente casi siempre es una mujer, aunque también se han dado casos llevados a cabo por hombres. Presenta muchas variantes, si bien los medios y el resultado no difieren. Consiste en intimar con alguien y pedirle cariñosamente una invitación en algún local -cafetería, discoteca- e insinuar un deseo de sexo.

El falso deseo se agudiza en proporción al dinero que el incauto exhiba al abrir su cartera para pagar la consumición. Tras el contacto inicial, la chica -o el chico- sugiere ir a un hotel o a casa de la víctima. Después la narcotiza, le roba y huye. "Me quedé fulminado en la cama; eso sí, nos hartamos de follar", señala el abogado.

El jurista se acercó la noche del Viernes Santo a un restaurante del distrito de Tetuán para cenar. Cerca de su mesa había una chica treintañera, bastante atractiva. Ella casi había terminado su cena. Él, ya metido en los cincuenta, le echó el ojo. "Y decidí ligármela", dice. La excusa para entablar el diálogo fueron un bolso y un abrigo de ella que estaban entre las mesas de ambos. Convinieron en ir a tomar una copa. Entrada la madrugada, acordaron acabar la velada y entregarse a los placeres de la noche. De lo ocurrido tras la desenfrenada relación sexual no recuerda nada. La última copa en casa (tomaron varias) le dejó inconsciente: "Me quedé fulminado", dice.

Este caso del beso del sueño presenta connotaciones distintas respecto de otros perpetrados en Madrid con semejantes artimañas. Lo habitual es que la chica cometa su acción lo antes posible, y suele ser ella quien insinúe el deseo sexual. En este caso, el abogado reconoce que fue él quien dio los primeros pasos para intimar. Aunque se trata de un caso atípico, no tiene la menor duda de que ella era una especialista. "Si no es así, ¿para qué llevaba ese explosivo [la droga] dentro del bolso", se pregunta. Durante la velada no sospechó nada; por el contrario, a su aparente timidez inicial, la chica sumaba ciertas dotes culturales. "Hablaba de obras de literatura y música y citaba a sus autores".

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Una 'chica bien'

Cuando acabó la pasión, ella propuso tomar alguna copa más. Fue entonces, en algún descuido, cuando vertió la droga que le dejó sumido en un profundo sueño. Le robó la cartera, con la documentación y cerca de 200.000 pesetas.

Al despertar, mareado, acudió a un centro sanitario. Sigue sin tener ni idea del tipo del estupefaciente que le suministró su extraña amante.

No es la única vez que este abogado se ve envuelto, sin buscarlo, en un hecho pintoresco. Recuerda uno que, desde luego, fue menos desagradable, dice. "Me ligué a una chica bien de las Rozas, hija de un americano importante; y cuando estaba con ella en la cama vinieron otras tres chicas americanas, amigas de ella, y se acostaron con nosotros".

Aunque infrecuente, la delictiva técnica del beso del sueño tiene otros antecedentes en Madrid. Uno de los últimos hecho público data de marzo del año pasado. Un hombre de 23 años se topó con una despampanante rubia de ojos azules (véase EL PAÍS del 14 de marzo de 1994) en la zona centro de Madrid. Eran las diez de la mañana.

La chica, de unos 22 años, se le acercó y pidió que la invitase a un bocadillo. El hombre aceptó encantado. Entraron en un bar y, mientras ella se comía el bocadillo, intimaron. Al rato, ella le besó. Y él comenzó a sentir sueño soportable. Salieron de la cafetería (ya medio dormido, pero animado por las insinuaciones libidinosas de la rubia) y acudieron a una pensión.

Mientras ella se desvestía, él se duchó. Su memoria se pierde justo cuando se tumbó sobre la cama. Al despertar, diez horas después, ni estaba la esbelta rubia ni las 33.000 pesetas que portaba el día anterior en su cartera. También habían desaparecido los cuentos picantes que él había comprado antes de llegar al hostal, para animar el ambiente.

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