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Sobre Mitterrand ya escribe hasta su perra

14 de los 30 libros de no ficción más vendidos en Francia tratan sobre el difunto presidente

En Francia, el país más literario del mundo, solía decirse que uno no era nadie si no había publicado al menos un libro. Ahora hay que hilar más fino: uno no es nadie si no ha publicado un libro sobre el fallecido ex presidente de la República Francois Mitterrand.El frenesí con que se editan diatribas, elegías o simples memeces encabezadas por el apellido Mitterrand sólo es comparable al frenesí con que el público las consume. De los 30 ensayos más vendidos este año, 14 se refieren a Mitterrand.

A la casquería sobre papel servida por el ex médico personal -aún secuestrada judicialmente- y el autobombo de la viuda Danielle, se añade ahora la aportación de otro íntimo del difunto: nada menos que Baltique, la perra labrador que no se separó de él durante los últimos nueve años de su vida.

Baltique ha publicado Aboitim I -el título juega con la palabra ladrido en francés y los controvertidos tomos del Verbatim de Jacques Attali-, un testimonio directo sobre las andanzas de su ilustre y controvertido amo. Como era de esperar, la obra de Baltique resulta ser la más divertida, malévola, cariñosa y, probablemente, sincera de todas las publicadas hasta ahora.

Baltique, ayudada por un amanuense anónimo -tal vez Claude Estier, un viejo camarada de Mitterrand-, reconstruye la biografía de su amo según la contaba él mismo. Sus versiones sobre el falso atentado del Observatorio en el año 1959, sobre antiguas veleidades colonialistas y filonazis o sobre aparentes torpezas diplomáticas respecto a la intentona golpista de Moscú o la guerra en la ex Yugoslavia son tan exculpatorias como hubiera querido el ex presidente.

Baltique quería a su amo, de eso no cabe duda. Pero la perra no se muerde la lengua al extenderse sobre las creencias profundas de Mitterrand. Contra lo que cualquier observador atento pudiera pensar, el político más cínico de la posguerra creía, en algunas cosas: en el catolicismo -no necesariamente en Dios-, en el poder, en el orden social establecido y en sí mismo.

Lo mejor, indudablemente, es la descripción de la saga familiar y política. Aparece formidablemente retratado el propio patriarca, cuyos líos de faldas se extienden a su propia familia política y cuyos líos tácticos, estratégicos e ideológicos son tan intrincados que a veces ni él mismo sabe encontrarse.

La esposa, Danielle, la jemer roia, que le hace pagar sus infidelidades con interminables discursos sobre los kurdos y otras etnias oprimidas.

El hijo mayor, Jean-Christophe, a quien el patriarca -que le tiene por mentalmente opaco- envía como plenipotenciario a África para castigar el apoyo de los líderes africanos a Giscard en las elecciones de 1981.

El hijo menor, Gilbert, a quien papá da un empleo como diputado en la empresa familiar, esto es, el Partido Socialista.

Anne, la esposa no legítima, parlanchina, independiente y digna. Y Mazarine, la queridísima y mimada hija extramatrimonial.

Los retratos de la clase política están igualmente bien trazados. El de Michel Rocard, ex primer ministro y objeto de una manía inextinguible por parte del gran patriarca del Partido Socialista, es hilarante: el pobre Tintin Rocard vive atormentado por las sutilísimas y dolorosas trastadas que le dedica el jefe; Rocard pasa sus días dolorido por la última mala jugada y acoquinado ante la próxima.

El adulador Jack Lang, el ambicioso Edouard Balladur, el patoso Jacques Chirac (su sucesor en el Elíseo) y el ingenuo Lionel Jospin, entre muchos otros secundarios, componen un excelente elenco cómico para el ojo observador, inteligente y omnipresente de Baltique.

La perra labrador, hoy parcialmente jubilada en casa de un gendarme, carga a veces las tintas, pero jamás falsea. Nobleza canina obliga, ni Mitterrand se salva. Bondad canina obliga, de Aboitim I emerge finalmente un François Mitterrand que resulta humano y comprensible.

El anciano moribundo que pasó sus días finales hojeando viejos atlas y sorbiendo té egipcio dedicó su última mirada a Baltique.

Su amiga se lo agradece contando la verdad -mejor que hagiógrafos o difamadores profesionales-, sin traicionarle jamás.

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