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Semana Santa

En los tiempos del franquismo, cada vez que llegaban estos tiempos de Semana Santa los periódicos publicaban reportajes a propósito de las reliquias del Lignum Crucis, la veracidad, según el carbono 14, de la Sábana Santa o sobre el exacto menú de la última Cena.Muerto Franco, también murió este género, y con ello, el tratamiento de las cuestiones religiosas de forma desprejuiciada. A partir de ahí, los asuntos de la fe han parecido una regresión, cuando no una inconveniencia en público. Las procesiones de Semana Santa han crecido mucho en vistosidad, pero menos por acentuación, piadosa que por arrebato folclórico. Prácticamente, lo que han ganado en espectáculo lo han cedido en fervor. Para ganar extensión han debido vaciarse. Salvo excepciones.

Salvo excepciones también, pocos españoles dan muestra pública de sus creencias hablando o por escrito y, si. se trata de ediciones religiosas, o se han contraído o merecen menguada atención en las reseñas de libros.

La religión ha rebrotado en todo el mundo en estos años bajo formas muy diversas, pero en España, ser católico es, por efecto del franquismo, como ser de una derecha tóxica. Los signos de este fervor religioso se asocian en cierta medida con el fascismo y, como ocurre con la bandera nacional, lo prudente es encubrir ese amor. La democracia ha procurado un montón de libertades, pero en su instalación le queda por normalizar algunas otras. Hace treinta o cuarenta años había en España menos gente religiosa de la que se veía atestar las misas; pero ahora hay más de la que. registran las diversas parroquias. En ningún caso la libertad ha contado bien.

Sin que otros países sean más deseables que el nuestro, es chocante comprobar cómo lo religioso no se tiene como una seña impúdica en otras naciones. La portada de la revista Newsweek (el semanario de The Washington Post) se dedica precisamente estos días al tema de la resurrección de Cristo. ¿Una americanada? Una americanada; pero no necesariamente exclusiva. El 87% de los americanos, según un sondeo de Harris Poll, creen que Jesús resucitó tras su muerte. No es que todos crean que tras abandonar el sepulcro recuperara su antiguo porte, pero sí que recobró una despierta capacidad de vida. En realidad, si no creyeran esto, difícilmente serían cristianos: "Si Cristo no resucitó", escribía San Pablo en su primera epístola a los Corintios, -nuestra oración y nuestra fe serían en vano". Esto dicho, no resulta una exageración que los católicos -practicantes o no- y los cristianos -católicos o no- celebren de una u otra manera la resurrección, se conmuevan con los repiques del próximo domingo, defiendan las tradiciones y conviertan el amanecer de ese día -antes sábado de gloria- en una mañana jubilosa. Según el marxista Errist Bloch, lo mejor del cristianismo fue su oferta de vida después de la muerte. Eso hizo que prosperara tanto.

Ni a los españoles les falta imaginación ni sentido laico para tomar lo feliz que segrega lo religioso. Pero faltan quizás más años de democracia para que el entendimiento religioso no se asocie a una herencia maldita, ni los curas a las peores conjuras. Aparecerá entonces un católico y una Semana Santa en su talla exacta. Una Semana Santa sin las censuras que desde la prepotencia clerical se imponía antes -que ni dejaban cantar ni abrían los cines-, ni como un carnaval que vergonzosamente enmascara su referente.

La Iglesia católica que conocemos ha hecho mucho daño al mundo, pero las religiones en general han repartido a medias sus bienes y sus fantasías en correlación con la condición humana. Está mal por eso que se tachen todas las historias religiosas de los planes de estudio o que se escondan sus argumentos como cosas de retrógrados. Hay que hacer la paz con la religión. Más allá de los fanáticos están los feligreses, más allá los creyentes, y, en el horizonte, infieles o no, todos juntos en manos de un translúcido universo a la deriva.

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