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Rusia no ha revisado su espiritu imperial

La Rusia de hoy continúa consecuentemente la política imperial que siempre realizó la Unión Soviética, la misma que caracterizó a la Rusia zarísta. Hoy ya podemos constatar que la -Rusia de Yeltsin en ningún sentido revisó a política internacional de la URSS, manteniéndose fiel a sus principios, los de ampliar el imperio.La situación interna de Rusia es muy compleja y difícil, porque, aunque fueron barridas en gran medida las élites que gobernaban el país, cuando era la espina dorsal de la Unión Soviética, en la práctica nada ha cambiado para mejor y sí mucho para peor. Entre esos cambios negativos hay que indicar el hecho de que, frente a la pobreza, hoy no menor que en los tiempos del poder soviético, ahora hay también en Rusia polos de ostentosa riqueza que es percibida por los desamparados como una vergonzosa injusticia.

Rusia, hoy, en los tiempos soviéticos y bajo el zarismo, siempre buscó la solución de sus problemas internos mediante la expansión, en la ampliación del imperio. Así ocurrió a comienzos de siglo, cuando estalló la guerra de Crimea, así sucedió durante la I Guerra Mundial, y así pasó también a finales de la década de los años setenta, cuando Moscú decidió invadir Afganistán. En esos tres casos los resultados fueron catastróficos. La Rusia zarista fue humillada por Turquía y tuvo la revolución de 1905, el preámbulo de la de 1917 que le costó el trono y la vida al zar. La invasión. de Afganistán contribuyó a que los realizadores de las ideas de Lenin- se viesen barridos del poder por la ola democrática que representaba Borís Yeltsin.

Sin embargo, cuando analizamos hoy la situación actual de Rusia, advertimos que, en realidad Yeltsin, hombre al que se identifica con las reformas en . su país, nada ha hecho por cambiarlo. En la economía, en las estructuras sociales y, sobre todo, en la política exterior de Rusia nada ha cambiado. De ahí que Occidente se merezca una crítica muy dura por su estrecha visión, en la que, como único defensor del ambiguo sistema que existe hoy en Rusia, ve a Yeltsin, quien, sin embargo, nada ha hecho por el cambio real desde que llegó al poder en 1991. Se podría decir que Yeltsin, si se merece el adjetivo de "demócrata" es solamente porque derrotó a otros políticos que con toda seguridad no lo eran, como los autores de la fallida asonada moscovita que derrocó a Mijaíl Gorbachov. Pero eso no basta para considerarlo garante de que en Rusia no resucitará el régimen anterior, y Occidente debería ser más cauto en su apoyo incondicional al actual presidente ruso. Occidente debería tener otras "salidas de emergencia", porque la reelección de Yeltsin no es segura y, en el caso de que sea derrotado y conquiste el poder otro político, la posición occidental será muy incómoda. Esa visión unilateral de Occidente, apoyada con pasos concretos como los 10.000 millones de dólares de créditos que quiere conceder a Moscú, es tanto menos comprensible por cuanto en la práctica entre Yeltsin y el líder comunista Guenadi Ziugánov no hay ninguna diferencia. El mensaje político de esas dos figuras es en realidad el mismo, porque aunque Ziugánov habla del comunismo y Yeltsin no, el actual presidente nada hace por reformar su país, como si fuese partidario del antiguo sistema. En Occidente debe entenderse que Yeltsin nada ha hecho por reformar Rusia.

La filósofa y politóloga norteamericana Hannah Arendt descubrió hace años un mecanismo muy interesante relacionado con las fuerzas políticas y sus líderes. Según ella, en la política suele haber tres posiciones: dos extremas, de derecha e izquierda, y una tercera, moderada, por lo regular con una más o menos leve inclinación hacia la izquierda o la derecha, ocupada por la agrupación que gobierna en un determinado momento, es decir, la que tiene en sus manos la responsabilidad real por el país. Arendt afirma que cuando llegan al poder las fuerzas políticas que en la batalla electoral lanzaban consignas extremistas se produce el fenómeno de su "apaciguamiento", motivado por el hecho de que de "políticos sin responsabilidades" pasan a ser "gobernantes que deciden el futuro de su país". Es casi seguro que ese mecanismo funcionará también en Rusia. El discurso de Ziugánov parece anunciar que, en el caso de que llegue al poder, también "moderará" sus enunciados y actos y, en el peor de los casos, será "otro Yeltsin".

La continuación por Yeltsin de la política exterior soviética se advierte en su afán por reconstruir, al menos parcialmente, el antiguo imperio. En este caso somos testigos de la realización práctica de las concepciones moscovitas sobre "los países de proximidad inmediata" y los "países de proximidad relativa". Entre los primeros se encuentran las antiguas repúblicas de la Unión Soviética que Rusia desearía reincorporar a su imperio, cosa que, como lo están demostrando los hechos, poco a poco va consiguiendo. La reciente visita a Minsk de Yeltsin confirmó que Rusia y Bielorrusia resucitarán el primer segmento de la antigua Unión Soviética al constituir una nueva federación. A ese primer fragmento Moscú tiene la intención de incorporar a Kazajstán y Kirguisia y entonces ya "habrá un poco más de Unión Soviética". Las tres repúblicas mencionadas forman parte de esa categoría de "países de proximidad inmediata" que Rusia no quiere perder. Entre los países de la segunda categoría, los de "proximidad relativa", está Polonia.

Rusia jamás aceptó el hecho histórico de que Polonia, por su cultura, religión y relaciones, incluso por su alfabeto, siempre fue, es y será un país de la "civilización latina", es decir, un país "occidental". Desde que los zares se sintieron potentes vieron en Polonia una "presa muy deseable" e hicieron lo imposible por hacerse con ella. La singular situación de Polonia en el corazón de Europa, en la mayor de sus encrucijadas, donde se unen en la práctica las principales vías europeas que conducen de Norte a Sur y de Este a Oeste, hicieron que además de Rusia también otras potencias vecinas, el Reich alemán y el Imperio Austro-Húngaro, vieran en ella una zona de influencia obligatoria. Esos apetitos de las tres potencias hicieron que, desde finales del siglo XVIII hasta la terminación de la I Guerra Mundial, Polonia se viese repartida entre ellas, sin propia soberanía estatal., La recuperó en 1918, pero muy pronto, apenas 21 años después, Adolfo Hitler, aprovechando el pretexto de que los polacos no querían cederle un corredor extraterritorial para unir a la Prusia oriental con el Reich, conocido con el nombre de "corredor de Danzig", desencadenó la II Guerra Mundial, la más terrible y .

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Rusia no ha revisado su espiritu imperial

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mortífera de cuantas ha conocidó la humanidad.

El fantasma del "corredor" vuelve a reaparecer hoy en- Europa. Esta vez la idea ha surgido en Moscú y la formuló Yeltsin, quien en Minsk declaró que, juntamente con Bielorrusia, negociará con Polonia la construcción de una autopista por tierras polacas que una el enclave ruso de Kaliningrado (antigua Prusia oriental) con Bielorrusia, república que, como ya se ha dicho, tiene la intención de federarse con Rusia. La citada autopista o "corredor" podría tener un trayecto mucho más corto por Lituania, pero Moscú prefiere construirla en Polonia. El porqué de ese capricho es muy fácil de explicar. Para Rusia, Lituania es uno de esos países de "proximidad inmediata" que, tarde o temprano, caerá en manos de Moscú, mientras que Polonia es una presa más difícil e insegura y hay que crear condiciones propicias para capturarla, por ejemplo, teniendo en ella un "corredor extraterritorial" cuya protección podría ser alegada para que las tropas rusas volviesen a entrar en Polonia. Es probable que Yeltsin no piense en serio en poder conseguir el deseado "corredor", pero eso no tiene mayor importancia, ya que su idea, aunque sea irreallizable, puede ser utilizada por Moscú como valiosa carta de triunfo en un regateo. El problema radica en las aspiraciones atlantistas de Polonia. Moscú es consciente de que la admisión de Polonia en la Alianza Atlántica sígnificaría la salida definitiva de ese país de la categoría de "Estados de proximidad relativa" a l0s que Rusia cree tener determinados derechos. Desde el momento en que Polonia sea miembro de la OTAN será ya irremisiblemente un país occidental y Rusia perderá irremediablemente toda posibilidad de recuperarlo. Ésa es la causa del rotundo niet ruso a las aspiraciones atlantistas polacas y no el supuesto temor al acercamiento de la OTAN a sus fronteras. El forcejeo con Polonia sobre el problema de la ampliación de la OTAN y actualmente la cuestión del "corredor", además de ser elementos de la política exterior expansionista de Rusia, sirven también a Yeltsin como argumentos en su política interna. La firmeza ante Polonia y las insinuaciones de que el corredor podría ser conseguido pretenden demostrar al electorado que no sólo Ziugánov o Zhirinovski son duros con los antiguos aliados. Es cierto que Yeltsin no usa el lenguaje de Zhirinovski que definió a Polonia como "una prostituta", pero también es cierto que propone una política similar ante los países vecinos: la supremacía de los intereses rusos sobre los demás.

Las relaciones polaco-rusas son y seguirán siendo difíciles y constituyen uno de los exámenes más severos para los ex comunistas que ahora gobiernan el país. Pero aquí hay que hacer una diferenciación muy importante entre los ex comunistas y los comunistas, diferenciación que omiten por lo regular los periodistas y muchos políticos occidentales, sembrando la confusión en la opinión pública. Las agrupaciones ex comunistas están integradas, en su inmensa mayoría, por personas que consideran o consideraron imprescindible la revisión del antiguo régimen, es decir, por personas que no lo apoyan, porque llegaron a la conclusión de que no servía. En Polonia no existe el partido comunista como tal, porque no existe demanda social alguna que lo justifique. El comunismo murió en Polonia y nadie quiere ni desea desenterrarlo. Ésa es una realidad que debe ser entendida en Occidente, pero no lo es, porque al analizar las elecciones en las que triunfaron lo ex comunistas se suele hablar del "retorno al pasado". La diferencia entre los ex comunistas y los comunistas es, pues, abismal, ya que unos niegan la necesidad del viejo sistema mientras que otros postulan su reinstauración. Ese es el caso de la agrupación de Ziugánov en Rusia. Allí, la existencia del partido comunista significa que hay un grupo de políticos activos que considera que el antiguo sistema era mejor. Si se dice de Ziugánov que podría ganar las elecciones es porque en la sociedad rusa hay un amplio sector que siente nostalgia por el, antiguo régimen. Esas dos situaciones políticas y sociales marcan la diferencia abismal que hay hoy entre Polonia y Rusia. La situación rusa es complicada, pero pese a ello, pese a su inestabilidad, no existen indicios claros de que pueda desarrollarse en una dirección catastrófica. La victoria de Yeltsin o de los comunistas en las próximas elecciones presidenciales no significará un hundimiento de la paz actual ni una radicalización extrema de la política imperial rusa; no significará, por ejemplo, la entrada de las tropas rusas en ,Polonia. Todo parece indicar que, en el momento actual o en el futuro próximo, los acontecimientos no pueden avanzar en Europa por ese rumbo, ya que en el continente no hay un clima propicio para los conflictos. A pesar de la tragedia que significa la guerra de la antigua Yugoslavia, los constantes esfuerzos, más o menos eficaces, que se hacen para apagar el conflicto son la mejor prueba de que Europa quiere la paz y está dispuesta a defenderla, y, en esa situación, no parece posible una singular belicosidad de Moscú.Ryszard Kapuscinski es periodista y escritor polaco, autor de El imperio.

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