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'Vacas locas'

Rosa Montero

El nuevo nombre del miedo resulta algo chistoso: las vacas locas. Estas vacas locas son herederas de los demás espantos ancestrales. De la peste medieval y del milenarismo apocalíptico. De la sífilis de los siglos pasados. De la amenaza atómica de los años cincuenta. O de los logros y las brujas en las infancias de todas las épocas. Y es que el conocimiento del pavor es uno de los elementos fundamentales de la vida: nos acompaña desde el nacimiento hasta la tumba. Es una sombra que crece con nosotros, una sabia intuición de las tinieblas.Últimamente, sin embargo, las sociedades industriales parecen empeñadas en ignorar toda esa oscuridad. Es imposible, pero vivimos como si se pudiera acabar para siempre con las enfermedades, con el dolor, con la vejez: vivimos como si fuéramos inmortales. Nos pasamos los días negando lo obvio y reprimiendo el miedo natural, el miedo consustancial a cada humano. Por eso no me extraña que todo ese temor sepultado se dispare a menudo, últimamente, en pánicos colosales y planetarios: el sida, el recrudecimiento de la tuberculosis, el agujero de ozono, los nuevos y raros virus asesinos, el riesgo de que un asteroide nos destroce. Y ahora, las vacas locas.

Por supuesto que hay que seguir luchando contra el sida, contra el agujero del ozono, contra esta epidemia del ganado que acaba enfermando a los humanos. Pero también hay que volver a colocar el miedo en su lugar, que es dentro de cada uno de nosotros. Hace cincuenta años la gente fallecía de infecciones que hoy, con los antibióticos, parecen risibles. ¿Que ahora hay sida y vacas locas? Un horror, pero el horror de siempre. Quiero decir que de algo hay que morir. Porque aunque resulte increíble, no nos queda más remedio que reconocer que no somos eternos.

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