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De la "poda hispánica"

Digamos que, en este específico contexto, yo adoraba al gobierno municipal del Partido Popular. Incluso mandé una carta de amor hace tiempo, a través de este periódico, a doña Esperanza Aguirre, encargada a la sazón del área correspondiente. Ella jamás vino a buscarme, yo seguí amándola en silencio y de lejos. Mis sentimientos eran, con buena lógica, diáfanos y profundos, y es que: para un madrileño como yo, que desde su más tierna infancia había sufrido como un chino con los desmanes de la poda municipal, el hecho de que por fin hubiera accedido al Ayuntamiento un equipo de personas sensibles ante: la belleza de un árbol y lo bastante cultas para comprender su cúmulo de virtudes -desde la aportación de oxígeno a esta contaminada atmósfera hasta el solaz proporcionado por su sombra durante el estío- resultaba inaudito, magnífico, conmovedor. La verdad es que los españoles en general no habíamos tenido buenos maestros ni buenos ejemplos en el amor y respeto a los árboles. Toda la jurisprudencia acumulada en Madrid durante el régimen anterior provenía del venerado don Cecilio Rodríguez, jardinero mayor de la Corte y Villa por la gracia de Dios, y, claro, como durante la época franquista todos los ayuntamientos sucesivos practicaron feroces podas, el ciudadano con pocas luces dedujo que éstas eran "buenas", y nadie se lo rectificó. Pero, caray, ¿cómo podían ser "buenas" si dejaban a la víctima desprovista de ramas supervivientes para festejar el milagro de la primavera, y si hasta el tronco era cortado por la mitad, transversalmente, a veces hasta en un 50% de su longitud originaria? Claro está que los resultados fueron patéticos. Muchos de los árboles afectados por la poda-tala -que yo llamé siempre "la poda hispánica"- morían en el acto. Otros, heridos de muerte, agonizaban años y años. Adiós, belleza, adiós, sombra, adiós, oxígeno. Luego, cuando los socialistas nos encandilaron con aquellos folletos bucólicos y ecologistas -ciudadanos felices, unidos y solidarios, cogidos de la mano sobre un fondo de vegetación lujuriante: así iba a ser la España futura si les entregábamos nuestro voto-, se encendió, verde, verde, mi esperanza. No habrían, ¡ay!, de incorporar dicho espíritu a los ayuntamientos que cayeron en sus manos. Yo, que he luchado mucho en contra de esta barbarie, llevé en un par de ocasiones al profesor Tierno Galván al programa radiofónico que hacíamos entonces. Fue muy amable, y vino, eso sí. Yo estaba cariacontecido por la absurda amputación de los árboles del arroyo Meaques y diversas tropelías más. Así se lo hice saber al señor alcalde de Madrid, que la primera vez me contestó con un chistecito de catedrático -"Es que, Merino, nosotros no nos andamos por las ramas"-, gracioso, sí, pero acaso demasiado frívolo para justificar la transgresión, y la segunda atribuyó el desmán al deseo del Ayuntamiento de ayudara los parados: "Es que son inexpertos, y, claro, se pasan". Deplorable explicación.Y de pronto, ya digo, llega el PP al poder municipal y dejan de practicarse las horrendas "podas hispánicas". Mi esperanza, que ahora tiene apellido y se llama Aguirre, vuelve a resplandecer sobre una base objetiva. En pocos años, los sufridos árboles de Madrid se regeneran, volvemos -o empezamos- a disfrutar de su belleza, su oxígeno, su sombra. ¿Cómo no iba yo a amar a tan evangélicos ediles? Mas, de pronto, el ensueño se convierte en pesadilla, el éxtasis salta en mil pedazos: ¡la "poda hispánica" ha vuelto! Detengámosla para siempre antes de que sea tarde, antes de que nazcan los primeros brotes de la primavera. Y si alguien carece de la sensibilidad, el sentido común o la formación necesarios para comprender estas cosas de motu proprio, infórmese. Lea, en publicaciones del Jardín Botánico, al profesor Kenneth W. Allen -que es a los árboles lo que Hungh Johnson a los vinos-,. cuyo principal axioma reza: "Por lo que se refiere a su propia salud, los árboles suelen tener poca o ninguna necesidad de ser podados". Queridos lectores, paremos esto. Un grito unánime debe salir de nuestras gargantas: ¡No a la poda!

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