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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Confianza política

LA NORMALIDAD democrática exige que José María Aznar supere la votación de investidura lo más pronto posible, forme un Gobierno alrededor de un programa coherente y con una mayoría suficiente para garantizar la viabilidad de sus iniciativas legislativas y dure cuanto más tiempo, mejor; a ser posible, toda la legislatura. Esto es lo deseable a 15 días de las elecciones generales que dieron una avara victoria al Partido Popular, en un momento en que no se percibe cuál pueda ser la salida al difícil rompecabezas en que han metido las urnas a la nueva y débil mayoría destinada a gobernar España.Pero lo deseable no siempre está al alcance de la mano. El acuerdo para la investidura fácilmente tardará mucho más tiempo del previsto inicialmente. El Gobierno que se forme puede tener una base parlamentaria muy débil. Su duración se barrunta también breve. No es difícil que surjan dudas sobre quién lo presida. Ni es descartable que puedan producirse nuevas elecciones generales.

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Pero ninguna de estas posibilidades 'indeseables debiera dar lugar a dramatizaciones y a nuevas tensiones. La buena marcha de la economía, la madurez del sistema político y la solidez de las instituciones garantizan el relevo lento y tranquilo que han impuesto las urnas. El presidente del Partido Popular, José María Aznar, acertó al calificar la actual etapa como tiempos de "esperanza, ilusión y paciencia".Es cierto que en las dos semanas transcurridas desde el 3 de marzo se han producido escasos avances en los contactos para salvar la votación de investidura. El PP necesita o la votación favorable de los diputados nacionalistas de CiU o la abstención de los socialistas para superarla, y ambas cuestiones se han revelado muy complejas. Todo conduce a razonar que los socialistas deben votar en contra, y si alguien ha evocado una abstención en las filas del PSOE ha sido como instrumento para humillar a un Aznar incapaz de ganar la votación si no es ante una inhibición mayoritaria en la Cámara.

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Peor están las cosas en relación con los nacionalistas, presentados por el PP como un aliado natural que sólo necesita tiempo y concesiones. Es más que sintomático que el único líder con el que Aznar no se haya entrevistado todavía sea Pujol, y que el resultado de los primeros contactos entre el negociador popular, Rodrigo Rato, y el primero de la lista de CiU, Joaquim Molíns, haya sido el exabrupto de este último sobre la escasa talla política del presidente del PP.

Algo muy serio debe estar fallando en las filas populares para que, a dos semanas de las elecciones, apenas nada se haya movido. Se conoce la lista de cuestiones negociables con los nacionalistas, referidas a política autonómica, pero nada se sabe sobre el programa de gobierno y las posiciones de partida del PP al empezar la negociación. Bien poco de la transparencia exigida en la anterior etapa ha sido aplicado a los Contactos de ahora. El secretismo que rodea la eventual reunión entre Aznar y Pujol es una buena muestra.

La responsabilidad del momento confuso es muy clara. Es José María Aznar, como presidente de la fuerza que venció el 3 de marzo, quien está obligado a conducir el proceso y a tener la iniciativa, cosa, que hasta el momento nunca ha estado en sus manos. Fijar fecha para los encuentros, emplazar públicamente a las otras fuerzas para desbrozar el camino del pacto, evitar el secretismo y la confusión, exponer con claridad los programas de gobierno, tranquilizar a la opinión y a los mercados, son cuestiones, que debieran estar en manos de Aznar y de nadie más. La política y los pactos se hacen entre personas de carne y hueso, y no únicamente entre abstractos idearios. ¿Se ha ocupado Aznar de crear la suficiente confianza personal que le permita sostener unas relaciones fructíferas con los principales líderes de las fuerzas a las que requiere para pactar? Hay muchos ejemplos españoles e internacionales que revelan bien a las claras cómo los buenos acuerdos funconan porque hay confianza personal de por medio.

El Partido Popular y su líder, en cambio, tienen una muy corta idea de los pactos como mero pago de una factura a cambio de unos apoyos políticos, y muy concretamente, por la investidura. Falla en esta forma de ver las cosas lo fundamental de una alianza, que es la confianza mutua y el respeto a la confianza de los electores en los partidos que les representan.

Da toda la impresión de que el PP todavía no ha reaccionado ante los resultados electorales y sigue concibiendo el pacto con los nacionalistas en los mismos términos que denunció en la anterior etapa. política, aunque ahora sea para incurrir en todas las infamias de las que entonces se hizo inquisidor.

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