_
_
_
_
_

Documental de guerra

Sesenta motos antiguas recorren las calles de Madrid en una exhibición

Antonio Jiménez Barca

Existe un tipo cuyo apego a su Ducatti es tal que ha llegado al extremo de grabarse el sonido del motor para escucharlo luego en casa en un radiocasete. El sujeto no se encontraba ayer entre los 60 motoristas que recorrieron las calles de Madrid encima de unos vehículos antiguos, aunque esmeradísimamente cuidados, pero los participantes mostraron a quien quiso verlos que el amor a las dos ruedas anima a otros excesos.El batallón de motoristas arrancó del Planetario a las 11 de la mañana. Se trataba de una exhibición organizada por el taller Motoclassic, uno de los pocos especializados en la ciudad en el arreglo de motos antiguas. En las posiciones de cabeza iba Felipe de Mena, de 70 años, a los mandos de una BMW R-75, con sidecar, un trasto utilizado en los desiertos de África del norte por los soldados del general Rommer en la II Guerra Mundial. "La compré hace 30 años en una subasta", explicaba De Mena, "la mía es color tierra, pero algunos, modelos eran blancos por la cosa de la nieve". Con un Casco de época y unas gafas de aviador de película de guerra, De Mena parecía un personaje de un documental antiguo.

¡Un cohete!

Su BMW R-75, en impecable estado, causaba la admiración de un, público a veces no muy al día: "Y esto ¿qué es?, ¿un casco de batalla pegado al depósito?". "No, hombre, el filtro del aire", decía De Mena, que aprovechaba entonces para cantar las, excelencias de su aparato: "Tiene marcha atrás, cigüeñal y el sidecar lleva tracción propia: ies un cohete!".Además de una colección de Harleys Davidson, la exhibición, que paró durante media hora en la Plaza Mayor, contaba con una obra de arte de marca Dunlt de los años veinte, o la siniestra Suzuki G-75, conocida como "la moto de la muerte", debido a la gran potencia de su motor y a la deficiencia de sus frenos.

Uno de los participantes, Félix Marco, de 30 años, explicaba que lo que no tiene mucho sentido es que, para Conseguir el seguro necesario, estas motos, algunas francamente achacosas, necesiten pasar la ITV. "No se las saca a la calle sino para cosas como las de hoy, así que no comprendo Como tenemos que pasar todos los controles", se quejaba Marco.

En la Plaza Mayor se sirvió un plato de cocido. Como siempre, los listillos de turno aprovecharon la confusión de la cola para conseguir de gorra un plato a pesar del control de los organizadores: "Señora, que esto es para los de las motos; usted no tiene derecho". "Ya, ya", respondía la señorá, a quien el chorizo en el paladar no dejaba artigular más palabras.

Tras la Plaza Mayor la expedición enfiló la Castellana. El petardeo que salía de alguno de los tubos de escape mientras subían la cuestecilla de la calle Mayor era una de las formas de la melancolía.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_