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Al filo de un deseo

Después del 3 de marzo, a todos nos parece que la vida política española entra en un periodo de incertidumbre, de pactos no fáciles, de los que siempre, unos u otros, podrán decir que se han hecho, aunque no sea cierto, al precio de concesiones o cesiones injustificadas; aunque el pacto y el compromiso sean la esencia de la política y la razón de ser de la política democrática.Ganador el Partido Popular de las elecciones, su victoria sería en precario si no consigue los votos necesarios para la investidura de su presidente y candidato, de José María Aznar. Pero, una vez investido, y me parece evidente que nada sería peor que unas nuevas elecciones, los problemas que el Gobierno, y sobre todo el pueblo español, tiene planteados de inmediato necesitarían para su resolución de un consenso tal de las fuerzas políticas todas que fuera, por la fuerza y la ejemplaridad del compromiso alcanzado, capaz de galvanizar la voluntad y el enorme potencial de fuerza, para el esfuerzo y el sacrificio, de todos los pueblos de la madre España.

Al filo de mi deseo, pienso que sería posible un pacto político entre todos los partidos del arco parlamentario, por un tiempo determinado: el de la fecha de nuestro examen para la entrada de España en el primer grupo de la unión monetaria europea; y para alcanzar unos objetivos, y sólo para ellos, concretos en su contenido y en los límites de la obligación contraída para alcanzarlos.

Creo que no es imposible poner de acuerdo a todas o casi todas las fuerzas políticas representadas en el Parlamento sobre la necesidad de diseñar una política económica que persiga el doble objetivo de cumplir los parámetros de Maastricht y reducir el desempleo. Y esta política se concreta sobre todo en los Presupuestos para 1996 y 19971 consensuados en su aprobación, ejecución y control.

Creo perfectamente posible alcanzar el mismo acuerdo para hacer frente al terrorismo, desde la fuerza del Estado de derecho y desde la capacidad política para tratar, con medidas políticas, el problema del abertzalismo vasco. Todos han dicho, quizás con tiempos y tonos distintos, que, si ETA deja de matar, depone las armas, se puede abrir, se abre, la vía del diálogo; es decir, la vía democrática para resolver, o intentar resolver, ese gravísimo problema que la España democrática tiene planteado.

Creo que todos los partidos políticos estarán de acuerdo en la necesidad de reforzar la autoridad y prestigio que resultaría de una mayor cohesión de su estructura y composición, del Consejo General del Poder Judicial. En un Estado de Derecho, en una democracia, el buen funcionamiento de la Justicia es una condición primariamente necesaria para el orden, la seguridad, y el respeto y salvaguarda de los derechos de los ciudadanos. La consolidación y profundización de la democracia moderna pasa por el buen funcionamiento de los órganos judiciales.

Creo, después de lo que los distintos candidatos y partidos han proclamado hasta la saciedad, que es posible, y bien sabe Dios lo deseable que sería, alcanzar un acuerdo, quizás no de máximos, sobre el mantenimiento y desarrollo posible del Estado de solidaridad, adjetivación que prefiero a la de bienestar; lo que significa seguir tratando y asegurando el tema de las pensiones, el de la sanidad pública, el de la educación.

Otros temas podrían añadirse a los anteriores. Este país necesita aumentar, todo lo que la política presupuestaria permita, su esfuerzo en investigación y tecnología; tenemos. que procurar diseñar una política de Estado respecto a la Unión Europea y su política de seguridad y defensa; sería más que conveniente acordar una política hidráulica y de infraestructuras, y otros tantos y tantos problemas y objetivos que se nos plantean en este final de siglo.

Pero quizás lo mejor es ceñirse a unos cuantos problemas fundamentales, los cuatro enunciados, y a unos objetivos muy concretos en su contenido y en el tiempo en el que se quieren realizar, en todo o en parte. Si los políticos que van a gobernar y los de la oposición fueran capaces de hacer realidad y dar ejemplo del consenso y compromiso necesarios para plantearlos y resolverlos, el desprestigio que hoy se predica de la clase política quedaría, estoy seguro, sustituido por el respeto de todos. Broncos, desgarrados y, a menudo, injustos y condenables por personas y partidos, han sido los últimos tiempos. Pero el político auténtico está obligado por el pueblo, para el pueblo y con el pueblo, al que debe servir, a dejar de un lado sus rencillas y agravios personales y tener sólo presente lo que mejor beneficie a los ciudadanos a los que representa, a los que debe el puesto que ocupa.

Al filo de un deseo, protagonizado por Adolfo Suárez, de paz, de libertad y de justicia, se acordaron en 1977 los Pactos de la Moncloa, ejemplo de madurez y de altura de los que los propusieron y de los que los llevaron a buen término. Ahora son otros tiempos y otros problemas, pero los pueblos de la madre España necesitan hoy como pocas otras veces que sus representantes den ejemplo de cordura y generosidad, poniendo los intereses de todos por encima de los inmediatos de sus partidos; tendrían que sentarse en torno a una mesa, a petición de la fuerza política ganadora de las elecciones, y tendrían que hablar, desde la convicción de que el consenso es necesario y esencial la voluntad de compromiso, todos los partidos que estuvieran dispuestos a hacerlo. Bueno sería intentarlo, y aún más conseguirlo; y cuanto antes, mejor.

Alberto Oliart es abogado del Estado. Fue ministro de Industria, de Sanidad y de Defensa.

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