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Reportaje:

Al otro lado del puente de Brooklyn

La comunidad puertorriqueña de Nueva York es el retrato de los más pobres entre los pobres

Antonio Caño

En el extremo del puente de Williamsburg, donde Nueva York sale de Manhattan para entrar en Brooklyn, no hay carteles ni señas de la actual campaña electoral. La comunidad puertorriqueña que tiene allí sus cafés, sus tiendas y sus centros culturales vive al margen de lo que debaten los candidatos, al margen de Nueva York, al margen de la política, al margen de los negocios y al margen de casi todo lo demás que sucede en Estados Unidos. Está al margen -o por detrás- de otras comunidades latinas; incluso al margen de los tiempos. "Todas las estadísticas confirman el retrato de los puertorriqueños como los más pobres de los pobres", afirma Angelo Falcón, presidente y fundador del Instituto para Política Puertorriqueña.Pese a ser ciudadanos norteamericanos desde 1917 -o quizás por serlo-, los puertorríqueños no han encontrado un espacio en este país que es el suyo ni tienen a donde volver. Aquí sobreviven malamente con un idioma del que se averguenzan, y con índices de pobreza (casi el 50%), de desempleo, de enfermedades, de drogadicción y de delicuencia superiores a los de las demás comunidades de origen hispano, que poco a poco van progresando y aislando a los puertorriqueños en el ghetto. "En contraste con las llamadas minorías modelo, los puertorriqueños han ido cayendo y, cayendo hasta casi desaparecer como una comunidad específica", asegura Falcón.

Los Puertorriqueños son más de 2,7 millones en Estados Unidos, y en Nueva York, donde viven más de un millón, representan el 70% del voto latino. Sin embargo su presencia en las estructuras de poder de la ciudad es muy escasa, sólo han aumentado su representación parlamentaria nacional gracias a la arbitraria división de las circunscripciones electorales, y se encuentran políticamente aislados en una extrema izquierda que no tiene hueco en ninguno de los dos partidos mayoritarios.

La mayoría de sus líderes son producto de las condiciones esquizofrénicas en las que vive la comunidad. Nydia Velázquez, la primera mujer puertorriqueña elegida para la Cámara de Representantes de Estados Unidos, José Chegüí Torres, ex boxeador, medallista olímpico, escritor y columnista de prensa, y Luis Barrios, sacerdote y activista social en el Bronx, son algunas de las figuras a las que los puertorriqueños respetan y siguen.

Nydia Velázquez tiene un despacho en el Capitolio desde donde defiende la Constitución de Estados Unidos, y otro en Brooklyn donde todavía alimenta el sueño de la independencia de Puerto Rico. Es cierto que ahora, a los 42 años, lo hace con más moderación que en su juventud, cuando era una militante radical partidaria de la violencia para separar a su tierra de la autoridad norteamericana.

Desde que llegó a esta ciudad para estudiar Ciencias Políticas en la Universidad de Nueva York, Velázquez exploró otros medios más pacífico,; para defender a su pueblo. Dirigió un programa social llamado "Atrévete" con el que consiguió registrar como votantes a 200.000 puertorriqueños. "Para mí, ella es el ejemplo del orgullo y la tenacidad en la defensa de nuestra comunidad", opina Luis Garden, presidente de la organización cultural hispana El Puente.

Las dificultades de su trabajo y de su vida la llevaron a intentar quitarse la vida en dos ocasiones, la última de ellas en 1991, justo 14 meses antes de ser elegida congresista con cerca del 80% de los votos. Ella se define a sí misma como "una política no tradicional que no se ajusta ni a la etiqueta de conservadora ni de liberal". Prefiere calificarse de "progresista, concentrada en los problemas que afectan a los trabajadores y a los pobres". Eso es compatible con su amor por un empresario republicano de origen colombiano y angloparlante.

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Nydia Velázquez es uno de los descubrimientos de José Chegüí Torres, probablemente el puertorriqueño más conocido de Nueva York. Su fama se remonta a los años sesenta, cuando fue el primero de su isla en obtener una corona mundial de boxdo, y continuó con sus colaboraciones, periódicas en el periódico The New York Post, y, actualmente con su columna en El Diario, la principal publicación en español de Nueva York.

Chegüí, de 59 años, es considerado un símbolo de la intelectualidad puertorriqueña desde que escribió en 1971 un libro sobre Mohammed Alí, Sting like a Bee, cuyo prólogo lo firmó Norman Mailer, a quien, a cambio, dio clases de boxeo. Su segundo libro, Fire and Fear, sobre la vida de Mike Tyson, fue un best-seller en Estados Unidos en 1989.

Chegüí reconoce que hoy su cabeza, maltratada por los golpes, no rige igual que antes, pero todavía sé considera un interlocutor imprescindible de su comunidad. Colaboró estrechamente con David Dinkins, el anterior alcalde de Nueva York, y se dice amigo de Nelson Mandela y de Jesse Jackson. "Hay un problema psicológico en los puertorriqueños provocado por el hecho de que Puerto Rico nunca ha sido un país libre. Eso nos limita y nos crea una mentalidad colonial. Somos dóciles, somos sumisos, creemos que los norteamericanos son superiores a nosotros", manifiesta Chegüí. "Yo soy un demócrata puertorriqueño de aquí, un demócrata que defiende mucho a los independentistas".

La política tampoco tiene mucho espacio en el sur del Bronx, donde Luis Barrios realiza su trabajo pastoral y social. En ese área de Nueva York, donde el 63% de a población es de origen puertorriqueño, el desempleo entre los hombres es del 60%, y entre las mujeres del 63%. La mayoría de sus habitantes están situados en una escala de ingresos por debajo de los 15.000 dólares anuales (1,8 millones de pesetas), y menos de un 1% gana 100.000 dólares al año o más.

Luis Barrios hace responsable de esas cifras a la clase blanca dominante". El comparte su trabajo como profesor de sicología en la Escuela de Criminología John Jay, en Nueva York, con el de "líder comunitario barrial", y está obsesionado en el combate a la violencia doméstica, la brutalidad policial y "el racismo ambiental".

Barrios confía en que la comunidad puertorriqueña "esté empezando a abandonar la política caudillista y a creer en el trabajo de los líderes de base que le dan el poder al pueblo". Nydia Velázquez es su ejemplo. Pero no todos los políticos puertorriqueños están en esa categoría. Otras figuras de la comunidad disfrutan de sus relaciones con el establishment político desde hace años. Como el congresista José Serrano, que obtuvo su cargo en Washington nace más de una década, o Ramón Vélez, a quien se conoce como "El chulo de la pobreza", que ejerce como barón indiscutible y semicacique del Bronx desde los años setenta.

Luis Miranda, presidente de la Federación Hispana de Nueva York, cree que está surgiendo una nueva generación de líderes que promete pisar fuerte en la política norteamericana. Pero otros analistas, como Manny Mirabal, de la Coalición Nacional Puertorriqueña, considera que el problema de su minoría no está en el liderazgo político, sino en el olvido al que ha sido condenada por parte de las fuerzas dominantes de la sociedad estadounidense. "Mientras el presidente Bill Clinton y los líderes republicanos del Congreso", afirma Mirabal, "negocian el equilibrio del presupuesto en siete años, queda claro que los programas de desarrollo de nuestra comunidad no son la prioridad de nadie".

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