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Memoria de la gobernabilidad

Fue en los tiempos de la UCD cuando, desde el grupo parlamentario catalán, se acuñó el concepto de la gobernabilidad. Por encima de los intereses partidistas e incluso de las meras razones coyunturales se decía que debe ser objetivo fundamental de la acción política el garantizar la estabilidad de las instituciones y la normalidad de su funcionamiento democrático.Este concepto de la gobernabilidad, que se complementa con el de la estabilidad como algo consustancial a su propia definición, ha venido conformando las posiciones centrales y centristas de la política española desde aquel entonces hasta la fecha.

Y su invocación no ha estado exenta de crítica y polémica. Ya en la época de la UCD fueron los socialistas los que denunciaron las actuaciones que se dieron al amparo de esta vocación de asegurar la gobernabilidad de España, los que destilaron contra la misma sus más aceradas críticas. Frente a la gobernabilidad se denunciaban los oscuros intereses que se pretendían ocultos detrás de la misma. La estabilidad no era sino, para los críticos de aquel momento, una excusa o un pretexto para aviesas intenciones. Ciertamente, no se quedaron parcos los socialistas en la descalificación de la gobernabilidad.

En los dos últimos años y medio, la estabilidad y la gobernabilidad han sido denostadas desde el otro extremo del abanico político con idénticas argumentaciones y descalificaciones. La estabilidad no era sino una hipoteca, y se la expulsaba del terreno de la honestidad política con la afirmación de que se confundía la mayoría parlamentaria con la estabilidad".

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Pues bien, ahora resulta que la gobernabilidad vuelve a ser necesaria y que la estabilidad es un objetivo fundamental. Nada de nuevo en el horizonte, si no fuera que los que ahora la reclaman son los mismos que la denostaban hace escasos días. Aún más jocoso; se apela al sentido de la gobernabilidad de aquellos que cuando lo ponían de manifiesto eran criticados por su carácter fenicio.

Lo fundamental de todo cuanto antecede es comprender que los valores de la gobernabilidad y la estabilidad no comprometen exclusivamente a unos cuantos: es un compromiso que alcanza a todos. Es un objetivo que debe inspirar la acción política de todos cuantos quieren contribuir al progreso del país. A la sociedad no se la puede zarandear día sí día no, para después pedir a unos terceros que sosieguen el país, asegurando la gobernabilidad y estabilidad que unos y otros han pisoteado y maltratado con anterioridad.

La gobernabilidad se propone, se busca, se ofrece desde el diálogo, desde la aceptación de la transacción como elemento consustancial a la conformación de la vida política en un país moderno. La gobernabilidad se practica día a día, con el archivo de la prepotencia, con el olvido del insulto, con la rectificación cuando proceda.

La gobernabilidad no puede ser el monopolio de unos pocos; unos no nacen para gobernar y otros para asegurar la gobernabilidad.

Todos, desde el Gobierno o desde la oposición, están comprometidos con el buen gobierno del país.

La gobernabilidad es asumir que no existe la verdad absoluta; que es bueno aceptar la complejidad de nuestra sociedad, buscar síntesis integradoras, no forzadas por la aritmética parlamentaria, sino por el sincero reconocimiento que se puede asumir mejor la pluralidad y diversidad de nuestra sociedad desde la integración de las expresiones diversas de esta pluralidad.

Gobernar no es gestionar, no es conceder cupos ni licencias; es avanzar en la definición de una política que permita el progreso y la cohesión social, que profundice en los ejercicios de las libertades, que defina un modelo de sociedad tolerante y respetuosa, que archive de manera definitiva las viejas leyendas que unos y otros intentan resucitar tan a menudo sobre el pasado de nuestra historia.

Y la principal responsabilidad de hacer posible esta apuesta a favor de la gobernabilidad corresponde al que más tiene, al más fuerte, al más numeroso en el apoyo popular. La conformación de una política que pretenda asegurar la estabilidad de España durante los próximos años no es el programa de los vencedores más la responsabilidad de los restantes. La responsabilidad deberá ser de todos, porque la ingobernabilidad también sería el fracaso de todos, que sería en todo caso proporcional al propio resultado de las urnas.

La gobernabilidad quiere decir sacrificios, pero que también se repartan en función del peso de la responsabilidad de cada uno. No se trata de generosidad, se trata de aceptar como positivas las propias limitaciones. Un día habrá que poner en cuestión la mimética identificación de "ganador electoral" con "titular de un poder absoluto". Las preferencias electorales no marcan siempre posiciones excluyentes.

Quizás sea iluso reiterar que en democracia debe existir siempre un espacio para el consenso. Hoy más que nunca puede entenderse el valor de este concepto, porque al fin y al cabo de él deriva la invocación de la gobernabilidad y la exigencia de la estabilidad. Y todo esto no únicamente cuando se trata de recordar con nostalgia el orgullo de lo que fue el proceso de la transición democrática en España, sino de una manera más permanente.

Es un buen momento para hacer memoria de la gobernabilidad. No para invocarla casi coactivamente, sino para ver cómo unos y otros la pueden servir. Sería bueno que en los próximos días y semanas esta música se instalara en nuestra vida política.

Son buenos días para hacer memoria.

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